(Expresionario)
Bendito sea este idioma con el que se
puede “amagar-y-no-dar” para evitar aquello de que “donde-las-dan,-las toman”.
Gracias, Dios
mío, por darme estas “napias”, que, con solo alzarlas, me alertan de cuándo es
conveniente “poner-pies-en polvorosa”. Ni con
la vista podría ver “la-que-se-avecina”, ni con el oído percibir cuando “huele-a-cuerno-quemado”
para poder huir “como-alma-que-lleva-el-diablo” antes de que “me-las-den-todas-en-el-mismo-carrillo”.
Lo malo es
sujetar contra el paladar esta lengua viperina y desfachatada mía, con la que
no hay manera de convivir sin que se me suelte en cuanto revolotean por el aire
las moscas busca-bocas.
Veinticuatro
horas llevo yo “mareando-la-perdiz” sobre
la manera de “hincarle-el-diente” a un
acaecimiento de ayer mismo, sabiendo de antemano que lo de callarme no va conmigo;
pero que, diga lo que diga, la persona que echó a andar la cosa, y por la que
siente una cierta querencia y admiración, va a “saltar-como-granizo-en-albarda”,
sin pararse a pensar que la cosa pudiera no ir con ella.
Así las
cosas, voy a ver si, dando un rodeo, en lugar de “agarrar-al-toro-por-los-cuernos”,
o lanzarme “a-carallo-campante” −que diría mi galleguiño “que-en-gloria-esté”−,
alcanzo a “librarme-de-la-quema” o, por lo menos, “esquivar-el-chorreo”.
¡Y qué mejor “engaño”
frente a una embestida segura que echar mano de unas inofensivas y candorosas siglas!
¡EB!
EB, como
ustedes saben, es la abreviatura de una enfermedad, la Epidermolisis Bulosa, que
se manifiesta por la aparición de escoriaciones, vejigas y heridas en la piel,
sin agente que las cause. El más mínimo roce, ¡el más mínimo!, se convierte en llaga.
Y nuestros
entresijos dicharacheros se compujen y entran en regomello, mientras me pongo a
rebuscar en el cajón de los calcetines zurcidos el alivio del dicho de mi coleguiYa,
el Humberto Maturana: “Soy responsable de lo que digo; no de lo que tú creas
que digo”.
Pero, a lo que estábamos: en plan fino, a lo de la EB se le
llama también “tener la piel de cristal”, lo que, aplicado en función metáfora
a la piel del alma, viene a ser algo así como ser tan quisquilloso que antes de
escuchar un “buenos-días” ya se está contestando con un “anda-que-tú” que “le-para-los-pies”
“al-más-pintado”.
En mi tierra, donde ya se sabe que no se
tiene término medio, y, o se habla en jeroglífico o se habla “a la pata la
llana”, a eso
se le llama “ser-un-escocío”. Vaya, algo así como tener las ingles del alma tan
en carne viva, como las de los matones de los Oeste, aquellos que avanzaban por
la calle empolvada como despatarrados, midiendo los ayes de las botas con
mercromina antes del “¡Saca-Joe!”.
Tener trato con este tipo de personas tiene
su aquel. Es como meterse a funambulista: hay que avanzar con tanto tiento por
la “cuerda-floja” de lo que se dice, que se acaba por no saber lo que se dice,
por perder el equilibrio, y por caer al vacío como un volatinero sin escuela, acabando
con la triste sensación de “quedarse-con-el-culo-al-aire”. O como apuntarse a
un gimnasio para cerebros emblandecidos; o a una escuela de tauromaquia: por
mucho que se entrene una en la manera de decir, o en el recorte del pase, siempre
se acaba empitonada; o, lo que es peor: con agujetas en la lengua a fuerza de
tirar del bocado antes de que la jaca, −“la-sin-hueso” digo− se nos “vaya-de-caña”.
Claro que todas las generalizaciones no
dejan de ser estulticias con lacitos en el quiqui; y, como en cualquier
tipología, también entre estas personas hay clases: los hay “tiquismiquis”
adorables, que vienen a ser, −dicho en plan fino y sin querer ofender−,
personas tan sensibles, tan llenas de infancia tardía, que no pueden dejar de
dolerse de verdad, con amor y sin rencores, como nenes chicos desqueridos en un
hospicio. Bien mirado, son personas llenas de conocimiento y de sabiduría de la
buena, aunque de la emocional anden escasitos, y haya que explicarles a cada
paso que la cosa no va con ellas, sino con la cosa misma; y, aun así, todavía
se quedan ellos “con-la-mosca-detrás-de-la-oreja” hasta que escuchan un “mira-que-te-pones-cansoso-con-lo-que-yo-te-quiero”.
Que entren en razón este tipo de “EBES” no necesita más razón que la que cabe en un
abrazo apretadico.
Lo malo está
en los otros. En ese otro tipo a los que yo llamo “ácido-sulfúricos-con-bandera-monocolor”,
tan llenos de creencias sin sapiencia que, en cuanto sacas la caja de las tizas
de colores distintos al “blanco-o-negro”, saltan ellos como mentaba al
principio: “como-granizo-en-albarda” dispuestos a “rasgarse-las-vestiduras”
cual pilingas de farola.
Si tuviera
que dibujar a semejantes troles, dibujaría unos antropomórficos “brazos-en-jarras”
de los de ¡”mujer-por-Dios”!, ante los cuales no nos queda otra que pedir “que-Dios-nos-pille-confesados”,
porque los tales chinchosos no se paran a apuntar. En cuanto se enciende la
luz, disparan a ciegas “caiga-quien-caiga.
¿Pararse a
ver “de-dónde-vienen-los-tiros”? ¡Vamos, anda! Lo mejor en cualquier guerra a
ciegas es “poner-pies-en-polvorosa” antes de que nos den el rejonazo de muerte
y nos reduzcan al absurdo del silencio pasmado.
No estoy dispuesta
a “pegar-la-hebra” con semejantes capullos (de seda apolillada sobre un lábaro).
Cuando, a
una observación aséptica, desinfectada y carente de cualquier intencionalidad,
se responde engallando disparos posicionales, sin poner previamente en marcha
las neuronas, sucede que se atragantan las comas del vocativo, y se dispara a
ciegas con munición de puntos y aparte gonadales.
¡Punto y aparte!
*
* *
Total, que desde ayer (o desde siempre) tiene una “el-miedo-metido-en-el-cuerpo”,
y no ha conseguido una servidora explicar a cuento de qué viene este chorreo de
presuntas insensateces agazapadas. (No quisiera yo escocer a quien tanto quiero,
y con quien no va la cosa. De las banderas, digo).
En CasaChina.
En un 2 de Marzo de 2022