(Moribundarios)
Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la
mar que es el morir
Jorge Manrique.
83/2024
A mi lado, −con mis
desproporcionados 14 años longilíneos y desgarbados de 1959− era ella, la Elena Camy que yo
recuerdo,
una chiquilla recogidita, de pelo corto y siempre revuelto, algo rubicunda,
graciosa y dicharachera de por sí y, sin discusión alguna, la primera de la
clase. (La segunda, que se sentaba a su lado, era una tal Cristina
¿Morcillo? ).
Yo me sentaba a mitad de la clase y en la fila central.
Total, como siempre, promediada: ni la mejor, ni la peor; ni a la izquierda ni
a la derecha; ni esto ni lo otro. Sin sobresalir demasiado en nada de
fundamento para una nena de entonces que no fuera mi delgadez de espingarda, mi
estatura extravagante y la pena siempre disimulada por lejanía de mi casa.
Ella era
la mejor, la que siempre estaba en el cuadro de honor, la que cada mes lucía la
medalla roja, máxima distinción en las calificaciones, la que siempre
tenía la respuesta acertada en cualquier materia. Pero, sobre todo, la líder
sin discusión a la que todas queríamos parecernos, incluida su rival y
compañera de pupitre.
Ella,
además, era EXTERNA, que era lo mismo que tener casa con abracitos nocturnos de
padres; y, para atravesar los inviernos de Jaén, seguro que con mesa camilla y
brasero donde aprenderse las materias del día siguiente que la INTERNAS
teníamos que memorizar algo encogidas por el vaho gélido de aquel “salón de
estudio” con estanterías donde se
guardaban los libros de la colección ESCÉLICER, y del que salíamos de una en
una, camino de la prematura cena y el dormitorio común, sin un mal abrazo en el
que refugiar miedos de preadolescencia y enigmas como aquel pecado sin perfiles
de “jugar-a-los-médicos” sobre el que nos advirtió un día sin mayores
explicaciones don José Arriaza antes de salirse de cura.
Han
pasado tantos años desde que ella, Emilia Camy, me confesó en secreto “yo
estudiaré medicina; ¿y tú?”.
−Yo te
juro por la Niña María que no se lo diré a don José Arriaza −le respondí, dispuesta
a no traicionar a una muchacha tan valiente que ni siquiera le temía al pecado
de querer ser médica.
¿Lo
sería?
Sí, ha
pasado mucho tiempo… Y, sin embargo, nunca pude olvidarla. Ni a ella, ni su
secreto de patio de recreo, ni su nombre, con el que hoy me encuentro de nuevo
en la página de obituarios del DIARIO JAÉN. Que también para eso vale un
periódico: para devolvernos el recuerdo de quiénes fuimos y quienes se van, aún
después de muertos.
En CasaChina.
En un 15 de Mayo de 2024