VA DE...Batiburrillo literario

sábado, 21 de junio de 2025

FELICITACIONES A JOSÉ MANUEL TROYANO VIEDMA

 

Dedicatoriendas en Quién es quién – 107/2025

Los cronistas son nuestra memoria viviente. Son seres prodigiosos que no permiten que nadie se muera del todo en nuestros pueblos.

Hoy nuestras felicitaciones van para al cronista de Bedmar, JOSÉ MANUEL TROYANO VIEDMA, por el justo reconocimiento que le ha otorgado la Sociedad Cooperativa Andaluza Bedmarense con motivo de la XXV Fiesta del Olivar.

       José Manuel, como digno representante del bendito oficio de cronista, dedicó un libro a esa cooperativa en su 75 aniversario. Hoy se le devuelve con creces lo que él dio: la elevación de nuestra cooperativa a la categoría de eternidad en la memoria escrita.

 

En CasaChina. En un 21 de Junio de 2025

martes, 10 de junio de 2025

TAYUELAS YA ESTÁ EN EL EXPRESIONARIO DE MÁGINA

  

 Hoy

10 de junio de 2025

subió a ese libro interminable que es mi

<EXPRESIONARIO DE MÁGINA>

este hermoso palabro:

TAYUELAS

Pensamentario45 -  97/2025

¡Y sin respaldo!

 

En CasaChina. En un 10 de Junio de 2025

domingo, 8 de junio de 2025

ESO DEL INEVITABLE LIBRO PROPIO - Periodiqueando

Periodiqueando – 92/2025

A Miguel del Olmo Escribano, que me hace pensar.

Durante mi estancia de ayer tarde en la caseta 344 en la Feria del Libro de Madrid, y convocada por Sial Pigmalión, que es mi editorial de cabecera, con la misión de “firmar ejemplares de mi obra”, −misión que cumplí dedicando uno de mis poemarios a mi colega de firma Jesús María Gómez Flores−, tuve tiempo de sobra para llenarme los ojos de una trashumancia humana calzada con zapatillas de deportes, pintada de colorines, y mayormente dotada de esa clarividente desvergüenza con la que los flamantes transeúntes del Paseo de Coches del Retiro, tipo MariLiendres, zascandilean, mientras se toman a sí mismos como objeto de mofa y befa para ejemplo de lechuguinos relamidos.

Entre el ir y venir de semejante y desmandada marea de estorninos humanos, aún tuve tiempo para pensar en las musarañas, para reflexionar sobre algo que de seguro que ya está pensado y dicho por alguien de los que siempre se me adelantan, pero que, por aquello de mi querencia al comadreo machacón, no voy a silenciar. ¡Estaría bueno que me silenciara ahora yo a mí misma después de haber sido objeto de tantos intentos de silenciamiento más o menos malogrados por parte de algún que otro engallado gurruminillo!

Pero vamos a lo que vamos, que es lo de leer, y que es además a lo que he venido (al mundo). Aunque, sobre todo, al contrario de lo que dijera el insigne Francisco Umbral, en su “yo-me-mi-conmigo”, a lo que yo he venido hoy es lo de “hablar-de-LOS-libro” y de los que los hacen posibles.

Se dice que, en los tiempos que corren, esto de expurgar algo ajeno que leer sin engullir gorgojos requiere de tanto talento como entrenamiento. Hoy,  de la mano del Diario Jaén de cada día, he sabido que, lo de escribir el libro propio es tan inevitable como el comer. Por tanto, −digo yo− habrá que hacerlo de la mejor manera posible.

A mí lo de leer se me asemeja ahora a la cansina tarea que aprendimos por aquellos años. Todavía quedamos mucho personal que remanecemos del engorro de lo de limpiar lentejas.

Para que quienes ignoran lo que fue aquello se hagan una idea, señalaré que se comenzaba por volcar sobre la mesa de la cocina el contenido del envoltorio, recién barcinado desde la era a la plaza de abastos, y desde la plaza a las desabastecidas cocinillas de las casas, para verificar por enésima vez que los tenderos de lentejas, que los pobreticos míos tenían que ganarse los garbanzos vendiendo lo que les tuvieran a bien suministrarles quienes todo lo trillaban a sus anchas, nos habían vendido y cobrado al peso lo de dentro del paquete como si todo fueran lentejas masticables cuando, en proporción, traían de matute una exuberancia irredimible de granzas, chinas e incluso una plétora de lentejas con gorgojo ante las que, puestos a no desperdiciar lo poco disponible, se solía hacer la vista gorda, teniendo en cuenta que los gorgojos fueron suplemento y base proteica de fiado en las tristísimas cartillas de racionamiento.

Pues algo así, −pensaba yo ayer en plan ramploncete−, es lo que se encuentra en las tiendas de libros: demasiadas lentejas con gorgojo. Demasiadas publicaciones con más granzón que grano. Demasiados libros con letras y sin literatura que bien pudieran venderse al peso como las lentejas de mi infancia.

Tal como lo estaba pensando, lo solté a bocajarro, casi poniéndome en jarras como una “comadrona” de aquellas que ayudaban a venir al mundo a cualquier criaturica atravesada de nalgas: “si es que se publican más maulas de las que pueden digerir los estómagos”.

Y eso seguía yo pensando hoy, al despertarme, hasta que he abierto ese periódico que me conecta con lo mejor de la tierra donde se criaban mis primeras lentejas, y me devuelve la mínima sensatez para entender lo que es la vida propia y la de los demás.

A ver si va a ser verdad lo de la viga en el ojo ajeno…

La cosa está −por si alguien no tiene todavía el periódico− en la página 30. Es un cuentecillo lateral, enjuto y casi de paso hay un cuentecillo titulado “REMENDÓN”, firmado por Miguel del Olmo Escribano, que me deja clavada a la banqueta de la lectura desde el principio hasta el final.

Sucede que, como no soy yo de arriba ni de abajo, −ni de Hunos ni de Hotros como le gusta mentarlos a Davis Uclés− traslado mi “tayuela” al epicentro del texto y me pongo a saborear a mis anchas:

Desde el momento en que naces se comienza a escribir un libro. Cada persona tiene uno, así que empieza leyendo el tuyo.

        ¡Toma pe’azo de cavilación!

  Ahora me explico por qué se publica tantísimo, y el porqué de que los tenderos de libros, dispuestos al milagro de la vida, hagan de parteras, trayendo al mundo a tantísima criatura más o menos bien formadas: Desde el momento en que naces se comienza a escribir un libro. Cada persona tiene uno, así que empieza leyendo el tuyo.

        Y yo comadreando en plan melindroso el perentorio apremio de los escribientes por contarse letra a letra, y la largueza de los tenderos literarios, dispuestos a poner tinta y papel a disposición de esa menesterosidad de los cuentistas, ignorando que yo soy una cuentista más y que mi propio libro se está escribiendo cada día, a veces a boqueadas, a golpe de la necesidad de seguir viva.

        Tendré que hacer un acto de contrición en condiciones que me redima de semejantes ínfulas; porque, si no me equivoco, tal parece que, con el tiempo, contarnos a nosotros mismos será inevitable. Lo inquietante es elegir cómo escribirnos.

        No me queda otra: voy a mirar de meterme a mí misma en la máquina de la lijar rebabas, a ver si entiendo de una puñetera vez que lo de “contarnos” a nosotros mismos, se haga de viva voz o se haga escribiendo un libro, es un derecho tan inalienable como el derecho a decir, por mucho que odiemos (o envidiemos) lo que se dice, como dicen que dijo Voltaire: “odio lo que dices, pero defenderá hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Por cierto, volviendo a la parábola de las lentejas, con o sin gusarapo, y en abierto reconocimiento a labradores y tenderos de libros, dejo también dicho por escrito que quienes sacaban las lentejas al mostrador después de haberse proveído de ellas en los sembrados más improductivos, no eran los llamados a expurgarlas y limpiarlas de polvo y paja. Los obligados a limpiar lo que se come en la mesa son quienes se lo comen.

Los obligados a pulir y dar esplendor al libro de nuestras vidas somos quienes los escribimos; no de quienes nos leen.

 

En CasaChina. En un 8 de Junio de 2025


sábado, 7 de junio de 2025

VINDICANDO EL "RURALISMO PRODIGIOSO"

 

(Glossas Janduleriensis)

DedicadoA… 91/2025

Quisiera yo revelar hoy, antes de que se me haga más tarde, el porqué de mi codicia en reivindicar como de cosecha propia el término “Ruralismo Prodigioso” para la literatura jaenera en general, y para los escritores de la comarca de Sierra Mágina en especial, que, en estos momentos, tiene su máximo exponente en un nuevo prodigio rural de reciente aparición: un muchacho de apenas 30 años, con gorra y sin petulancias, de nombre David Uclés por más señas, que ha escrito la novela del siglo: <LA PENÍNSULA DE LAS CASAS VACÍAS>. No hay más que poner atención a la frecuencia de apariciones de caras como las del fogón de la cocina de María, en Bélmez, las luminarias y curanderías como las de La hoya del Salobral, santerías como las del Santo Custodio, Minguillos como los de la Almendrera de por encima de la casería de la Fuensucia en mi pueblo, y demás portentos que puedan narrarse o estén aún por narrar, para darse cuenta de que, desde que el mundo es mundo, los prodigios prefieren codearse con la sabiduría congénita y analfabeta de lo popular antes de tener que habérselas con la erudición letrada y aprendida de lo cortesano. Así es Jaén: rural y prodigioso.

Quienes por estas tierras tenemos por costumbre contar cosas más o menos sensatas a golpe de juntar letras, lo sabemos muy bien y desde siempre: los auténticos prodigios sólo germinan, retoñan, florecen y enfrutecen en lo rural; pocas veces o casi nunca en lo urbano.

Lo de ponerle un nombre u otro a esas cosas que pasan en determinados lugares sin deber pasar según la erudición oficial, va en preferencias, coyunturas y distancias, como las que le endilgó el cartel de realismo mágico a la literatura americana del siglo XX.

Para mí tengo que esa querencia sin paliativos del hecho rural fuera la que indujera al maestro Gabriel García Márquez a inventarse un particular Macondo, donde poder apostar a sus anchas a la saga interminable de los Buendía. Y yo, aprendiz de maga remedadora, nacida en tierra de portentos, no quería ser menos,  y me inventé allá por 2017 mi insólita Jándula, de donde, a mi manera, intenté exhumar la entereza única de un puñado de mujeres, pobladoras irreales para el común de los mortales, y sólo localizables dentro de los linderos de mi <VIRGO POTENS[1]>, cuyo nombre −hablo del nombre del pueblo imaginario de nuestras respectivas historias, JÁNDULA− vendría a hermanar años después un tan jovencísimo como sensitivo David Uclés en <LA PENÍNSULA DE LAS CASAS VACÍAS>, bien es cierto que él desde la destreza pareja al realismo mágico de Gabo y yo anclada a un eterno “quiero-y-no-puedo”, escasa ya de almanaque que me permita reparar abulias y pasada de años para poder rectificar lo no logrado a su debido tiempo.

Salvadas las distancias de diferencia de talentos, coyuntura vital y tiempo por vivir, −que, como diría MiSanto, haberlas, hailas− al menos puedo afirmar sin temor a errar que ambos, David Uclés, a quien conocí en cuerpo mortal no hace tanto, y yo, a quién conozco más de lo que parece, coincidimos en algo más que llamarle “Jándula” a nuestras respectivas comarcas literarias. Ambos −lo pude ver de reojo en sus ojos de recién homenajeado como “Jienense del año” por el Diario JAÉN− escribimos como si estuviéramos en trance; ambos encajamos nuestro disparejo trance literario con la humildad de quienes saben que la gloria depende de la química, propia y ajena, y, en último caso, viene a ser como las cunicas de una feria de pueblo, que igual que suben, bajan, haciendo vomitar a los más frágiles si van recién comidos y mal dormidos. Y ambos, desde nuestra devoción por la santería creativa invisible, creemos que el único DiosVerdadero de los JuntaLetras es el dios de lo efímero, amo y señor de la pulcritud y la perseverancia.

Pero volvamos a las Jándulas.

La Jándula de mi <VIRGO POTENS> tiene un término municipal de 247 páginas, por lo que, a lo mejor, si llego a saber que se estaban poniendo ya los cimientos fundacionales de pueblo homónimo, acaso sinónimo, tendría que haberme gastado menos ínfulas y haberla llamado como al río de mi tierra, ese que va recogiendo como puede las aguas de Sierra Mágina, y al que le decimos “JANDULILLA”. La Jándula de David Uclés tiene mucha más enjundia territorial. Nada menos que 697 páginas. Así que lo de haberla llamado Jándula, como el río que le presta el nombre, no es más que la mejor manera de reconocerle su tesón, su expansión y su largura.

En cualquier caso, ambos ríos, el Jándula, con su profética etimología de al-amdu lillāh, (Gracias a Dios), y el Jandulilla, quizá dando menos gracias a Dios que su compadre, van a morir ambos dos en el mismo río. El río grande, el Guadalquivir, aunque el Huno lo aborde por la margen izquierda y el Hotro por la margen derecha, al más puro estilo GuerraCivilista y díscolo de LA PENÍNSULA de nuestro escritor de actualidad, que al final desaguan por idéntico atanor por el que se vertían aquellos versos de Jorge Manrique: nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar que es el morir…

Mi Jándula allí sigue, ufanándose a su manera de haber prescindido de algo tan nuestro como es ese “illa” con el que le bajamos los humos a lo jactancioso hasta dejarlo en Jandulilla.

El Jándula de David Uclés tiene hechuras, cochuras, volúmenes y magnitudes que bien que se merecía un aumentativo aún más rimbombante. Algo así, un poner, como Jadulón.

Cómo no será que, tras más de cuatro meses a golpe de lectura intermitente al más puro estilo PenélopeTejedora, de cucharada y paso atrás en butifuera aceitunero, ahora que voy por la página 587, para tratar de consolarme sin TREGUA, y aprovechando que queda hueco abajo, he escrito de puño y letra:

“Estoy deseando de terminar de leer este libro para volver a empezar a leerlo”.

 

En CasaChina. En un 5 de Junio de 2025

(PS: sabiendo como sé a estas alturas que David no da puntada sin hilo, ¿Ya me gustaría a mí, ya, saber por qué David Uclés escribió al final de la página 587 la palabra "TREGUA" así, tal cual, en mayúsculas y tachada, como si quisiera desautorizarle el título al capítulo de igual nomenclatura).




[1] ISBN 9788416447732

FELICITACIONES A JOSÉ MANUEL TROYANO VIEDMA

  Dedicatoriendas en Quién es quién – 107/2025 Los cronistas son nuestra memoria viviente. Son seres prodigiosos que no permiten que n...