VA DE...Batiburrillo literario

domingo, 26 de abril de 2020

EL DÍA DE LOS NENES


72/2020

(Croniquilla del Viruso Coronado – 47)
-Cordia XII-

A Juani Jimenez Fuentes: que propuso el tema (más o menos como yo lo cuento).
A Francisca DEL Jesus: Ella sabe por qué.

−¿A dónde vas, Ulio, emperifollado de semejante manera?
−Al estanco.
−Pero si tú no fumas.
−Ni tú tampoco, y no por eso te cortas de ir al estanco.
−Yo voy a por mistos, Ulio, porque la lumbre no se enciende sola. Mira en el defán y verás la caja nuevecica. Pero tú, ya me dirás a qué vas al estanco.
−Pues digo yo que no es que te tenga que dar el parte de a donde voy; pero ya que le pones tanto empeño, te diré que lo del estanco era una evasiva con la que ser considerado contigo y no responderte que uno tiene derecho a salir de la casa sin necesidad de dejar dicho ni el itinerario ni la intención.
−Derecho, todo el del mundo lo tiene. ¡Dios me libre! Aunque, estando como estamos en pleno aislamiento, corriendo los peligros que se corren por esos andurriales, y con lo aprensivo que eres tú con lo de las enfermedades, entenderás que me pique a mí la curiosidad de a dónde vas a estas horas de la mañana tan recompuesto y con tantas prisas
−Pues a las mismas horas que sales tú. ¿O no?
−Pero yo voy a la Plaza a hacer la compra.
−Y yo voy a la carretera.
−¿A la carretera?
−Eso es lo que he dicho. ¿Estás sorda?
−No, no estoy sorda, Ulio. Y no me respondas así, que hoy no tengo yo el cuerpo para reyertas. ¿Quieres saber cómo estoy yo hoy? Pues lo que estoy es muy triste.
−¿Pero qué bicho te ha picado, Cordia? ¿Tanto te incomoda que salga una miaja a darme un garbeo?
−No,Ulio, no; es que yo no sé cómo decírtelo. No sé yo si no te vas a agobiar más de la cuenta.
−Mira, Cordia, mejor será que te dejes tú de abatimientos; no sea que vaya a entrarte a ti una aprensión. Tú piensa en la buena pinta que tienes, en la salud que tenemos los dos, ¿O no?
−…Bueno; las cosas pasan como pasan, y estaría de Dios que sucediera así. Porque, cuidado con él mismo…, lo que se dice, cuidado, no podía él tener más. Ni más razones para seguir vivo. Pero…
−¡Cordia! ¿Quieres dejarte de rodeos y decirme lo que me tengas que decir? Me estás poniendo muy mal cuerpo.
−Ay, si, perdona. Pero es que me he quedado tan trastornada cuando le he escuchado a la hija de la Toña vocearlo de corral a corral... ¿Tú no has escuchado nada? Lo que sí que habrás escuchado es el toque de difuntos de la campana parroquial.
−Ahora que lo dices…
−Y nosotros aquí encerrados, sin que los allegados podamos acercarnos a darle consuelo. Claro que, en este caso, ya me pregunto yo quién iba a ser el guapo que se atreviera a darle consuelo a quien de verdad tiene que estar más desconsolada que la Dolorosa y. Y… ¡Ulio! ¿Te has quedado traspuesto o te ha dado un aire?
−Pasmao es lo que estoy de tu facilidad de palabra para explicarte si decir nada, y de mi molondronería para seguirte el hilo sin caerme tieso. Así que, Cordia, explícate de una vez; ¡POR TUS MUERTOS!
−Pues eso: por mis muertos; que no me sale la voz del cuerpo para informarte de que parece que se ha muerto mi compadre, el Lico.
−¡Qué me estás contando! ¿Qué se ha muerto Manolico? Pero si era de dos o tres quintas de después de la mía. Y sin un achaque.
−Por eso estaba yo dando rodeos a ver cómo te daba la nueva sin que tú te alteraras. Pero no temas, que a ti se te ve como un pimpollo.
−Ay, Cordia ¿Y se sabe de qué?
−¡Pues de qué va a ser! Ahogadico por el bicho en dos horas.
−Será que el bicho ataca más a los que no tienen con quien departir...
−Departir en el día a día, no tenía con quién, como bien dices. Pero ojear y derretirse por la Silda…
−Callate, nena, no vayan a escucharte, y acabemos nosotros en los papeles por compadecernos de una proscrita tan mal vista.
−Sí; como si nadie supiera que ellos se querían desde chicos, y que la querencia les ha durado toda la vida.
−Lo que son las cosas, Cordia. Si no le levantan a ella el falso testimonio que todos sabemos, casadicos que estaría ahora, y junticos en su casa como estamos tú y yo.
−¿Te recuerdas, Ulio? Quitados nosotros dos, −y que Dios me perdone la arrogancia− no había pareja en el pueblo que diera más gloria mirarla. Pero, desde que dijeron que se había encontrado una criatura en el muladar, sin que nadie viera con sus ojos el hallazgo, y que habían sospechado de Casilda como merodeadora por el lugar la noche de antes, sin que se supiera quién la había visto, se trastornó todo.
−Lo malo es que nadie pudo evitar que se llevaran a la Casilda a la penitenciaría; y cuando le dieron suelta por falta de pruebas, había pasado más de un año. No sé si te recordarás, Cordia, de que, por entonces, una noche comprometieron al pobre Lico metiéndolo en la cama de la jimenaca tras achisparlo, y no le quedó otra que casarse con ella antes de que su hermano viniera a caparlo.
−Se necesita tener mala sangre para malograr un casamiento de tan mala manera. Para mí tuve siempre que la maledicencia provino en un principio de la propia madre de Lico, que era una mala persona y quería para su hijo un mejor casamiento. Y luego se le fue de las manos la cosa.
−Lo mismo pienso yo, Cordia. Y de remate, mira con quién acabó, y cómo. Aunque, en lo de Manolico y Casilda, nadie pueda decir que hayan dado de que hablar ni una sola vez.
−Pero ellos no se han ocultado en la distancia, y ahí han seguido, tentándose con los ojos con más cariño que si fueran uña y carne, ya que con las manos no podían; mirándose en carne viva, y arrancándose la pena como si los desollaran vivos cada vez que sus miradas convergían. Y, Ulio, acostumbrada como he estado yo siempre a mirar sin dejarme ver, eso lo han visto estos ojos que ha de comerse la tierra cada vez que iba a hacer la plaza. Lo que yo te diga que no hubo día en el que Lico no estuviera medio furtivo detrás del álamo gordo de la Rambla, como si árbol y amante hubieran crecido y encanecido a la par, y como si el Lico viviera solamente para ojear a la Casilda, sin que ella levantara cabeza.
−Lo que son los pueblos para esas cosas, Cordia. Lo que son los pueblos... Más de un caso conocemos tú y yo de mujeres de las que hasta su propia familia ha renegado, por la simple razón de ser mujeres y por haberse dejado llevar por lo que todos nos dejamos llevar.
−O por no poder evitar que las atropellaran.
−Tendréis que aprender a disculparnos, Cordia. Unos calzonazos es lo que somos muchos cuando nos juntamos en el bar.
−Y luego dicen que qué alegría es lo de vivir en un pueblo. Pues ya ves; para unas cosas tanta caridad, y para otras tantísima depravación. Pero ¿de verdad que te vas a la calle con el mal día que se ha levantado?
−Si, Cordia. Hoy no puedo perdérmelo.
−Por lo menos, acercate a consolar a la Silda.
−¿Yo? No, Cordia, no. Soy yo quien va en busca de consuelo.
−¿Pero qué es lo que te consuela a ti en la calle que aquí no tengas?
−Los nenes, Cordia, los nenes. Que hoy les ha dado suelta y eso no quiero perdérmelo yo. Que añoro un poco de diabluras de cerca.
-¡Ah…!
−Ea, Cordia, entiéndeme; No te me demuelas con lo dicho; que las cosas no van por donde tú te piensas.
−¿Por dónde yo pienso? Mira, no me irrites. ¿Y por dónde pueden ir, si no? Estarás conmigo en que si, desde un principio, hubiéramos hecho las pruebas como yo te pedí tantas veces, sabríamos con certeza quién de los dos es el causante de que no llegaran chiquillos a esta casa. Pero ¡no señor! Tú, cabezón, que aquí nadie se hace las pruebas, y así ninguno tendrá que mirar al otro de medio lado. ¿Por qué, Ulio, Por qué?
−¿Que por qué? Pues porque hay momentos en la vida, Cordia, en que lo único que hace el conocimiento es enturbiar lo más impecable del cariño. Dime, Cordia, dime: ¿cómo nos hubiéramos mirado entre nosotros durante todos estos años si hubiéramos sabido en qué linde estaba el yerro? Eso, suponiendo que nos hubiéramos seguido mirando.
−Bueno está. No volvamos a lo de siempre. Así que, Ulio, te vas a mirar a los nenes y yo no tengo más que oponer.
−Eso es.
−Ya me gustaría a mí que fuéramos juntos a mirarlos. Pero no se nos permite. Y no es cosa de vestirte a ti de marinero para disimular que soy yo quien te saco de paseo; como que no va a colar ¿verdad?
−O a ti de primera comunión. Jajaja.
−Por lo menos, hombre mío, que no nos falte el buen humor con el que casi siempre nos hemos tomado lo de la ausencia de nenes. Pero hazme un favor: alargate hasta la Plaza de Abastos, arrimate al Álamo Gordo donde se ponía el Lillo para acariciar a su Silda con los ojos, y échale un cariño a ella; que de seguro que anda por allí como alma en pena.

Añorante en CasaChina. En un 26 de Abril de 2020

sábado, 25 de abril de 2020

E DEPOIS DO ADEU


 71/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado – 46)
-Cordia XI-
 
−¡Nada! Que, con lo del encierro, a mi Cordia le ha dado por la música. Por lo menos podrías quitarte los auriculares y compartirla.
−¿Qué dices?
−No me chilles, mujer, que no es preciso. Te decía que parece que te ha dado por la música.
−Algo así.
−¿Qué escuchas hoy…?
− …
−¡Cordiaaa!
−¿Qué tripa se te ha roto, Ulio? Si es que no puede una ni regalarse una miaja de tiempo para una misma.
−Es que, cuando te pones las orejeras esas, y le das a los botones del aparato, yo me siento como en casa ajena. ¡Vaya! Más solo que la una.
−Bueno, pues ya está. Se acabó la música. Y ahora, ¿qué quieres que nos digamos?
−Lo que tú tengas que decirme, Cordia, que, entre tanca callazón, algo tendrás que decirme. Pero antes, ten cuidado con las orejeras y retíralas de ti; no sea que te sientes encima de ellas y tenga yo que salir por pies a comprate unas nuevas.
-Ea; ya está. Y ahora, ¿qué tienes que decirme?
−Como tener… tener, no tengo gran cosa. Como no sea que quieras escuchar que comienzo a sentirme muy perdido…
−¿Perdido? ¡Pero si estás aquí en cuerpo mortal! Si lo sabré yo, que llevo ya más de cuarenta días aguantando tu tabarra.
−Pero, Cordia, si, desde que comenzó esto, no hago otra cosa que encogerme y achicarme con tal de no incomodarte.
−¿Encogerte? Pues vaya manera que tienes tú de encogerte. Que si Cordia por aquí, que si Cordia por allí, que dale con el garrotín pasillo va y pasillo viene, que si qué echan hoy en la televisión… Si eso es encogerse y no estorbar, que venga Dios y lo vea.
−Si por mí fuera… pero es que no se me hace el cuerpo al encierro, Cordia.
−Pues bájate al patio y desfogate un poco.
−¿En el patio? Ya me dirás tú qué hay que hacer en el patio que no esté hecho ya, después de tanto tiempo de encierro.
−Coge el amocafre y apaña un par de caballones para trasplantar los tomates; que, por lo que vi ayer en el hoyo, ya están las matas pidiendo holgura. Y saca tres o cuatro rábanos para la comida.
−¿Y si me da una quebrancía con la falta de entrenamiento?
−¡Ay, Señor de la Santa Paciencia! Este hombre va a acabar con la mía.
¿Con la tuya?
−Si señor: con mi paciencia. O con la que me va quedando.
−Como si Dios, por muy Dios que sea, pudiera acabar con algo que nunca existió. ¿Me quieres decir dónde está tu paciencia, Cordia? Además, que sepas que no existe el Señor de la Santa Paciencia.
−¿Qué no existe?
−No señor.
−Mira, Ulio, a mi no me dejas tú por mentirosa delante de nadie.
−¿Delante de quién? Ya quisiera yo que hubiera alguien más.
−Bueno, pues delante de mí, que estoy como si ya me estuviera fallando la cabeza. Así que, si eres lo que debes de ser, ya estás bajando el álbum de las fotos, que te voy a enseñar yo a ti si existe o no existe el Señor de la Santa Paciencia.
−¿El álbum? ¿Qué álbum?
−Pues ese en el que está el Señor de la Santa Paciencia.
−Paciencia la que tiene que tener uno contigo, Cordia. Vamos a ver. Ven aquí a mi vera.
−Ya me tienes aquí. Y ahora ¿qué? ¿Quieres que te sujete la escalera?
−Lo que quiero es que mires p’arriba.
−¿Al vasar?
−No, Cordia, leñe. ¡A los anaqueles! ¿Cuándo has visto tú que las fotos se pongan en el vasar y los arreos de cocina en la librería?
−¡Cuidado con lo chinchoso que te estás poniendo! ¡Ea! Ya estoy mirando a los anaqueles. ¿Contento? Y ahora, o me dices pronto lo que quieres que mire o de seguro que me da una tortícolis que me deja mirando al techo hasta que entre el otoño. Y a ver quién te va a recortar el pelo con la cabeza oblicua.
−En ello estoy, doña pacienzuda. Pero dime: cuántos álbumes dices que se ven en las repisas.
−No llevo las gafas de lejos puestas. Pero ni las necesito. De memoria me sé cuántos álbumes hay. ¿O ya no te acuerdas de quién es la que les limpia el polvo mientras tú estás de jarana?
−¿De jarana yo, que llevo lo que llevo sin pisar el escalón…? Bueno, vamos a dejarlo, y a ponernos con lo de los retratos. Si echamos cuentas, a álbum por año, llevando los años que llevamos casados, hay que reconocer, Cordia de mi alma, que mucho polvo es el que tienes tú quitado.
−¡Tres repisas y media enteras cada dos días, Ulio; para que te enteres!
−¡Quién nos iba a decir a nosotros que íbamos a aguantar juntos nada menos que tres repisas y media!
−El cura.
−¿Cordia, cariño mío…? ¿Te sientes bien, bonica…? No estarás desvariando… ¿Qué tiene que ver el cura con lo que estamos hablando?
−Pues que fue el cura el que hizo el cálculo.
−¿Pero qué cálculo, Cordia? Como sigas desbarrando así, llamo a la ambulancia.
−¡Jesús! ¡Qué paciencia tiene que tener una! ¿Pues qué cálculo va a ser? El de los años que teníamos que aguantarnos el uno al otro. ¿O ya no te acuerdas de lo de “hasta-que-la-muerte-os-separe”?
−Lo de la muerte, Cordia, ni mentarlo, en las circunstancias en las que estamos. Con lo que se escucha por ahí, bastante suerte estamos teniendo tú y yo para ser dos escajos más que amortizados. Y lo de la paciencia…, mejor lo dejamos. ¿Te parece?
−De eso, nada. A mí no me dejas tú por mentirosa. Así que ya estás bajando el álbum. A ver…, déjame pensar…. Me pienso yo que el Señor de la Santa Paciencia debe estar en el de 1995.
−¿El de Paraguay?
−Exactamente. ¿Te acuerdas, Ulio? ¡Veinticinco años ya! Y lo graciosísimo que estabas paseándote por las calles de Asunción con tu termo de tereré[1] colgando de la espalda y comiendo chipa.
−“A donde fueres haz lo que vieres” que dice el refrán. Que me sentía yo como si fuera un forastero, o un menesteroso, viendo a todo el mundo con su costalillo, y yo a cuerpo gentil. ¡Y, por lo que más quieras, Cordia!: deja ya de menear la escalera con tanta risa, o acabo por los suelos.
−Ay, Ulio, tienes razón. ¡Jajaja! Perdona, padre mío. Pero es que me parto de recordarlo. Jajaja.
−¡Lo encontré! Aquí está el álbum. ¡Jesús, que trabajera me das con tus caprichos!
−Pues a mí nadie me sujeta la escalera cuando tengo que limpiar. Pero no tengo ganas de discutir más por hoy. Venga, baja y vamos a mirarlo.
−¿Qué era esto de aquí, Cordia?
−¿No te acuerdas? Eso era La Chacarita; el amontonamiento de chabolas más espantoso que yo he visto. Parecía mentira: asomarte desde la plaza de la Catedral, con todo lo más lujoso, y allí debajo, a tus pies, aquel basurero humano.
−Si es que estaban tan atrasados los pobres…
−¿Peor que el barrio del cargadero de mineral del Alquife, que por entonces malvivía en Almería?
−Pues ya que lo dices…
−Para que veas, Ulio. Nos empecinamos en lo malo de los demás y se nos olvida lo nuestro. Pero mira: aquí está.
−Levanta el dedo de la foto, Cordia, o no podré ver.
−A ver? ¿Qué dice ahí?
 −Ahí dice “El Cristo de la Paciencia”

Tenías razón, Cordia. Existe el Cristo de la Paciencia. Y, ahora que lo pienso, acabo de recordar la explicación que nos dieron sobre su nombre: que el pobre estaba allí sentadico en su columna, cargado de paciencia, y a la espera de que le llegara el turno para ser crucificado. ¡Si es que la gente interpreta hasta las cosas más sacras como le viene en gana…!
−Ulio, no saques conclusiones. Esas son cosas de poetas, de músicos y de artistas callejeros.
−¿No será que a los poetas, a los músicos y a los artistas callejeros los toman como disculpa para que los jaraneros de cualquier color se saquen los ojos entre ellos, diciéndonos que nos están haciendo un favor a los demás.
−Ay, si no fuera por ellos, Ulio. Si no fuera por ellos, no habría abrazos de los de verdad… Ayer estábamos con lo de la Grándola; ¿te acuerdas? Pero no se te olvide la primera canción, también de Paulo Carvalho, mucho menos conocida; pero fue con la que se empezaron a abrazar los portugueses por 1974.
Y para acabar quedándose solos.
 “…Y después del amor /y después de nosotros/ nos dijimos adiós/ nos quedamos solos”.

       −Yo no sé cómo te las arreglas, Ulio, para elegir siempre la parte más triste de cualquier cosa.
−¿Triste? Pero si lo que estoy haciendo es regocijándome de que podamos pasar esto los dos juntos. ¿Tú te imaginas, Cordia, lo que hubiera sido pasar esto a solas, sin poder discutir con nadie que no fueran los retratos?

−¿Qué si me lo imagino? ¡Vaya si me lo imagino…!


Pacienzuda en “CasaChina”. En un 25 de Abril de 2020


E depois do Adeus
Quis saber quem sou
o que faço aqui
quem me abandonou
de quem me esqueci,
perguntei por mim
quis saber de nós,
mas o mar não me traz
tua voz
em silêncio, amor
em tristeza e fim
eu te sinto em flor
eu te sofro, em mim
eu te lembro, assim.
Partir é morrer
como amar
é ganhar E perder,
tu vieste em flor,
eu te desfolhei
tu te deste em amor,
eu nada te dei.
em teu corpo, amor
eu adormeci
morri nele.
e ao morrer, renasci.
E depois do amor
e depois de nós
o dizer adeus
o ficarmos sós
Teu lugar a mais
tua ausência em mim
Tua paz que perdi.
Minha dor que aprendi.
De novo vieste em flor
te desfolhei
e depois do amor
e depois de nós
o adeus
o ficarmos sós
Y después del adiós
Quise saber quién soy
lo que hago aquí,
quién me abandonó
de quién me olvidé,
pregunté por mí,
quise saber de nosotros,
pero el mar no trae
tu voz
en silencio, amor
en la tristeza y fin
yo te siento en flor
yo te sufro, en mí
te recuerdo así.
Partir es morir,
como amar
es ganar y perder
tú viniste en flor
yo te deshojé,
te diste en el amor,
yo nada te di.
En tu cuerpo, amor
yo me adormecí,
en ella morí
y al morir, renací.
Y después del amor
y después de nosotros
nos dijimos adiós,
nos quedamos solos.

Tu lugar es otro,
tu ausencia en mí
la paz que perdí.
Mi dolor que aprendí.
De nuevo vienes en flor,
te deshojaré
y después del amor
y después de nosotros
la despedida
el quedarnos solos



[1] TERERÉ: es la bebida nacional de Paraguay. Una infusión de yerba mate hecha con agua helada, a la que se añaden distintos yuyos (hierbas), y que suele llevarse por las calles en un termo colgado de la espalda.

LAS MANOS DE MARÍA LA GITANA

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