(MicroLugares375)
133/2023
En
realidad, no recuerdo que aquel día de hace cuarenta años pasaran grandes cosas.
Sólo que éramos jóvenes.
Era media
mañana y hacía calor como corresponde a un mes de agosto en Grecia. Tras echar
un vistazo a la Plaza Sintagma, tomamos un taxi y, como el idioma es tan raruso
para nosotros como lo es para ellos el nuestro, sólo pronunciamos una palabra:
Nauplia.
El
trayecto fue silencioso. Había mucho que mirar, y mucho que sentir como para
gastarnos en palabras. Sólo las manos se decían algo entre sí con minúsculas presiones,
dependiendo de sus emociones.
El
taxista se detuvo en el bordillo, señaló la cifra del taxímetro y pronunció “dracmas”
que le abonamos respetando su silencio, roto sólo por un “esgaristof” al que
respondimos con nuestro inseguro “de nada”. Luego, sin despegar los labios,
señaló las butaquitas de mimbre con cojines de loneta del bar junto al mar y volvió
a poner su taxi en marcha.
Sentados en
aquellas butaquitas frente al mar, siempre escatimando en palabras la
abundancia de las turbaciones, dejamos que las manos chacharearan mientras
nosotros vagábamos más allá de lo que los ojos eran capaces de alcanzar.
Allí, a pocos
metros de la orilla, sobre una isla minúscula, un castillito cuyo nombre no
recuerdo competía con la jactancia de las fortificaciones de tierra firme
mientras nosotros bebíamos cerveza y callábamos sin más necesidades.
−Resume en una
sola palabra este momento −dijo él.
−Plenitud −respondí−.
Y seguí mirando y bebiendo cerveza fresquita.
Aquel día aún
hicimos alguna desganada incursión turística, de la que recuerdo un pueblecito
en cuyos tendederos al aire libre se secaban peces en lugar de sábanas, y en
cuyo alojamiento las sábanas eran menos pacíficas que sus paredes.
Al caer la
tarde, volvimos a las butaquitas de mimbre frente al castillejo marino, comimos
pescado seco, bebimos más cerveza y, cuando nos lo permitió la oscuridad,
metimos baza en las conversaciones de las manos.
−Habrá que
regresar a Nauplia −dijo él.
−Volveremos −preconicé,
como juramentándonos, sin saber todavía que él emprendería su último viaje
antes de cumplir nuestra promesa.
¿Tarde? Nunca
es tarde para regresar a Nauplia.
¡Quién sabe! A
lo mejor, hasta me está esperando, sentado en una butaquita de mimbre frente a
la islita con castillo.
En CasaChina.
En un 25 de Septiembre de 2023