Dedicado a todos los Mediadores que creen en ello.
(Leguleyerías)
La amonestación que percibía en la mirada de su colega, el incomprensible
prófugo de su veterano oficio de juez, lo animó a contradecirlo:
−¿Puede ofrecerse a una sociedad tan pendenciera como la
nuestra algo mejor que la seguridad jurídica que nosotros le ofrecemos?
Como tenía por costumbre, el prófugo, como él lo llamaba con
cierto resentimiento, no respondió directamente a su pregunta, sino que se
valió de una nueva pregunta, aunque esta vez aprovechó la ocasión para introducir
como al desgaire una afirmación de cosecha propia.
−¿Realmente crees que “sois” los jueces (¿por qué aquel “sois”
le sonaba a sentencia condenatoria?) quienes
ofrecéis la seguridad jurídica de la que tanto os jactáis? Ni siquiera lo es
esa señora cegata y fosilizada a la que se le llama “Justicia” la que aporta
seguridad alguna que “nos” resulte apetecible a los simples mortales renegados
(¿por qué ese “nos” era como un empellón excluyente?).
¿Por qué −se preguntaba con resentimiento− buscaba él la
polémica con un colega apóstata, cuando era evidente que sus confrontaciones lo
colocaban en el límite mismo de la ojeriza?
¿Qué era lo que no funcionaba?
No pudo evitar un tonillo de mordaz altanería cuando
contradijo:
−¿No crees que quienes sabemos y podemos hablar de eso somos
los jueces que hemos permanecido fieles a nuestro oficio?
−¿Y no crees tú lo que dice el refrán? “Sabe más el necio en
su casa que el sabio en la ajena”. Así que no. No lo creo. Yo diría que nadie
lo cree. En el mejor de los casos, la “seguridad” de la que tanto alardeas tú
ahora como yo lo hice durante mucho tiempo reside en la Ley.
Una vez más el colega desertor se le escabullía por donde
menos se esperaba, aunque aprovechando de inmediato el desconcierto para cimentar
su nueva afirmación.
−¡Nosotros aplicamos la Ley cada día! −Se irritó ya sin
disimulos el veterano juez.
−Y yo aplico una mano de pintura en la fachada de la casa
cada año sin que por ello me convierta en el espíritu de pintura.
−Nosotros cortamos los conflictos de raíz.
−¿Pero estarás conmigo que lo hacéis sin arrancar las raíces?
No por talar árboles emponzoñados a ras de tierra se puede garantizar que no rebroten
llenas de nuevas ponzoñas las raíces subterráneas −desgranaba con calma infinita
el colega prófugo con aquel tono suyo, tan parsimonioso como exasperante.
−Entonces ¿cuál sería según tú la mejor manera de atajar la
injusticia entre las personas?
−¿Atajar? ¡Y qué sé yo! ¿Quién, soy yo para saberlo! Yo sé
cómo abordar, intervenir, manejar o escapar de mis propios aprietos, de la misma
manera en que creo que los demás saben sin duda cómo menearse entre los suyos. Dios
me libre de los terceros dispuestos a poner orden en mi propia casa.
−¿Estás relegando a la condición de “tercero” a quienes
debiéramos ser los primeros?
−Estoy hablando de “terceros en discordia”, que no es lo
mismo. En el peor de los casos, en cualquier beligerancia lo que se necesita es
que alguien, con la cabeza fría, el corazón templado y los pies calientes, asista
e introduzca en la disputa un elenco de expectativas complejas con infinitas opciones
imaginativas por las que escapar de la asfixia.
−No creo que eso aportara esa indispensable seguridad
jurídica que con tanto ahínco llevamos persiguiendo desde tiempo inmemorial.
−Si tú lo dices... Pero ¡ay, lo inmemorial e inamovible de
resultado único…!
−¿…?
−Tengo para mí que existe una forma de “seguridad jurídica” odiosa
en su propia esencia: la que, como en la mayoría de los pleitos, solo ofrece la
alternativa ganar/perder.
En CasaChina. En
un 26 de Octubre de 2021