A la muchacha que ayer me abrazó en la
zona B del sótano 1 de la Delegación de Hacienda de la Calle Guzmán el Bueno de
Madrid porque se desesperaba.
Y a los que abrazan a desconocidos.
Ayer, a eso de las 11 de la mañana, seguía
esperando dos horas después, en la zona B de ese hall de inmensidades
insensibles que es el semisótano 1 de la Delegación de Hacienda de la calle
Guzmán el Bueno de Madrid. (A fin de cuentas, esas instalaciones son una
perdurable previsión de espera en desespero aséptico por su apariencia;
funcionales en su mobiliario, semejante al de un ambulatorio; desalmadas en
esencia si uno se fija en los cuerpos desamparados, casi insustanciales, que
deambulan, atravesando como zombis el desierto perfectamente enlosado, pulido,
vacío, desolado y resbaladizo).
Como
decía, allí aguardaba yo a que la pantalla colgada frente a las impolutas
sillas ambulatorias de la “Zona B” se dignara acordarse de parpadearme la
combinación de número y letra (V-3) que la pantalla de la máquina expendedora
de turnos había tenido la indiferencia de asignarme, previo tecleado de los
dígitos de mi carnet de identidad.
A mi
izquierda, una muchachita con credencial de la casa se esperanzaba en blanco y
negro, contándole naderías eternas a un guapo mozo sin credencial, justamente
en la embocadura de un pasillo fagocitario y misterioso, que mostraba un inicio
de mellas en su dentadura de mesas numeradas, alguna de ellas habitada por su
respectivo funcionario con credencial.
Por lo
demás, todo era gris.
El suelo,
las paredes, las sillas de fibra rabiosa, los soportes de las sillas grises,
sostenidas en la grisura inoxidable del acero, el fondo de las pantallas
repartidoras de turnos, el pelo de los consumidores del susto de Hacienda…
Estaba yo preguntándome por la razón de
semejante grisitud en todas las oficinas públicas (y en todos los autobuses
urbanos) cuando pasó delante de mi silla algo así como un destello de luz arrancándome
del sopor que siempre me ha producido lo gris de las horas de las esperas
institucionalizadas. Era una muchacha a la que la ira enrojecía de tal forma, que
sus mejillas y su frente iluminaban aquella eterna espera gris e inmensa de la
zona B del sótano 1 de la Delegación de Hacienda de la calle Guzmán el
Bueno de Madrid.
Gaviola en lo gris |
Con
cierta dificultad entumecida, me levanté de mi asiento y me acerqué a la
muchacha desesperada, más por recibir un poco de su luz -aunque fuera iracunda-
que por ayudarle como ella parece que interpretó que yo pretendía.
-¿Usted
sabe -me preguntó- cómo se puede hablar con alguien en este sitio de locos?
Su
alusión a la locura me pareció desacertada. Yo he visitado muchas loquerías, y
suelen ser blancas: batas blancas, paredes blancas, luz blanca, mentes en blanco…Pero
no era el mejor momento para ponerse a discutir de colores, allí donde la rojez
de la desesperación comenzaba a amenazar en moratones.
-¿Ha
preguntado en Información?
-Sí. ¡Por
supuesto! -Estallido-. Y me han dicho que lo del IVA era en la zona B del
semisótano 1. Pero aquí no hay nadie a quien… “¡Qué pena de país, qué
desgracia… qué esto… qué lo otro…”!
-¡Ah! -¿Y
ha sacado turno en el dispensador? (Sé por experiencia que los mayores desesperos
suelen ir cediendo y disolviéndose en la medida en la que, en lugar de oponer
opiniones propias -o reprobaciones siquiera sean gestuales- ofrecemos una impasible
batería de preguntas fáciles de responder, que la persona interrogada suele
percibir -aunque no lo parezca- como reconocimiento a lo que ella pueda
responder).
-El
dispensador señala que es para “citas previas”, y yo no tengo cita previa, -seguía
furiosa, pero menos- pero lo que sí tengo es la urgente necesidad de liquidar aquí
el IVA de la compra de mi coche y poder matricularlo, para lo que sí que tengo
cita dentro de 20 minutos en la Dirección General de Tráfico y...
-¿No
tiene cita previa aquí? -parafraseé demostrándole a mi luminosa energúmena que
la estaba escuchando con toda atención, y tratando de desviar la suya hacia un
espacio acotado en pequeñito en mitad del inmenso caos en que estaba perdida.
-No; no
tengo cita. ¡Vaya! Y ¿con cuánto tiempo ha pedido usted la suya? -A esas
alturas ya había despotricado a sus anchas en contra de todo, de todos y de su
propia frustración, de manera que no le quedaban energías para rechazar, pero
sí para percibir mis manos, que le apretaban los hombros con ternura, como se
aprieta un berrinche infantil en mitad de su impotencia.
¡Bueno,
bueno, bueno…! Ahora era ella quien preguntaba. Íbamos, sin duda por buen
camino, aunque la luz de su cara, que había sido la que me sedujo inicialmente,
comenzaba a rosearse restándole furor y esplendor al rojo. Pero no caí en la
trampa de responderle, sino que continué interrogante, con el amaño de la
mayéutica, que tan buenos resultados da en cualquier situación de conflicto.
-Y digo
yo: ¿por qué no intenta acudir a la cita que tiene concertada en el otro sitio,
y deja lo del IVA de aquí para mejor momento?
-¿Y si en
el otro sitio no me matriculan el coche por no llevar la liquidación del IVA de
aquí? -Dudó en tono sonrosado pálido-.
-Entonces,
vuelve a pedir cita allí, y consigue tiempo para pedir cita previa aquí, para
poder acudir allí con todos los sacramentos de aquí; y todo arreglado. -Trataba
de parecer ridículamente divertida.
-Pues… ¿sabe
que a lo mejor tiene razón?
Y me
abrazó en arco iris.
Luego me
dio la espalda y se fue.
Pero, de
repente, cuando ya iba por mitad de aquel gris- perla-peregrina, se detuvo en
seco, se volvió hacia mi y preguntó levantando un poco la voz:
En ese
momento la pantalla gris legañeaba mi dígito de turno, y una polícroma voz
robótica indicaba el número de mesa a la que debía dirigirme, tras la cual
acababa de sentarse la funcionaria que había estado cotorreando más de una hora
con un guapo mozo en la inquietante embocadura del pasillo desdentado de la
Delegación de Hacienda de la Calle Guzmán el Bueno de Madrid, mientras que al
fondo del grisáceo patio del sótano 1 se iba apagando la muchacha que me
había regalado un abrazo de colores confundiéndome con su Ángel de la Guarda.
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un 24 de Noviembre de 2018