05/2023
¡Y
van cuatro en diez días! −s.e.u.o de última hora−.
Cuatro mujeres
muertas en lo que va de año, a no ser que, mientras tecleaba, haya caído otra a
manos de ese “alguien” que una vez le soltó a quemarropa un “te quiero” en
voz alta y apasionada sin rematar la frase en toda su vileza: “…o para mí o
para nadie”.
¿Es que no hay nadie que pueda parar
esto?
¿Alguien más que los que hasta ahora…?
Digo yo que esto
ya no es solamente cosa de la “DamaCiega”, a quien se le han
transferido en exclusiva todas las competencias en lo de apañárselas con los MataMujeres,
sin tener en cuenta que con esos hay que tener los ojos muy bien abiertos
para verlos venir con la testuz dispuesta al derrote y así poder buscar amparo
en el burladero más cercano.
No está mal, no señor, que sea la “DamaCiega”
la que haga la faena principal hasta el remate con la espada; pero muy mal
se las vería cualquier torero si no se deja auxiliar por una buena cuadrilla dispuesta
a apiñarse contra el enemigo común a abatir.
¡No, colegas,
no! Esto no es cosa de ensañarse en señalar cegueras mientas se anda encegueciendo
jilgueros con alfileres al rojo vivo para ver si así cantan mejor, y hasta que
se aprendan de memoria nuestro mitinero himno de cabecera.
Esto es cosa de todos, desde el más
chico al más grande, y, desde luego, con un cambio de tornas radical en las
reglas del juego, reglas que, por otra parte, están hechas para personas corrientes.
Para quienes juegan limpio, y no para tahúres.
Repito: o
jugamos todos, o esos tahúres siguen rompiendo barajas en nuestras crismas; en
las de todos.
Porque esto es
cosa de todos.
Lo que se espera no es precisamente
que unos pocos que nos representan a todos se junten a tupirse en una impresionante
sala de cómodos escaños, climatizada con cargo al erario público, disfrazados
de domingueros de los que toman el vermut en Embassy, o de proletarios con vaqueros de
a mil euros por el solo mérito de haber sido deshilachados a caso hecho a la
altura de las vergüenzas. Ni para ponerse en jarras en plan vecindongo del “a-dónde-vamos-a-llegar”;
o en plan “estupendo” de “nosotros-hacemos…-los-opuestos-no-hacen-nada”; ni en
plan guerrero del antifaz de “aquí-está-el-atestado-señoría-hasta-que-su-señoría-lo-suelte-de-nuevo”;
o de enrolarse en multitudinarios desalientos entonando descreídos réquiems de “ni-una-menos”,
mientras que las solapas se emperifollan con colores cerriles y las pecheras
con artificiales manchones hemorrágicos.
Repito una vez más: esto es cosa de
todos en equivalencia −que no igualdad− de posiciones.
Empezando por nosotras,
que somos las que, sin un juicio previo en condiciones en el que la “DamaCiega”
se alce la venda de una puñetera vez, nos vemos condenadas a arrastrar como
marca de nacimiento un miedo fatalmente ataviado con el mono naranja del
corredor de la muerte por el solo hecho de haber nacido sin adminículos;
¡vaya!, sin “las artes de matar” colgándonos entre las ingles.
Visto el panorama, ya no sé yo cómo salir al coso sin haber
pasado primero por una buena escuela de tauromaquia donde aprender el arte del
toreo de semejantes morlacos. Y sin licencia para matar ni MozoEspadas
que descabelle por nosotras.
¿Será cosa de escuela?
Pues me pienso yo que también.
La escuela, además de la propia casa,
debiera ser ese lugar donde se enseñara a los concurrentes a manejar y encajar
la frustración como una virtud cardinal, si no fuera porque ni
nosotras mismas estamos dispuestas a que a nuestros nenes se les corrijan
maneras por cualquier maestrucho con carnet de afiliado.
¡Demasiadas
petulancias! Y lo que es peor: demasiadas desconfianzas para poder juntar todos
el hombro como uno solo contra el enemigo común: la ignorancia.
¿Entonces?
Si la cosa
no puede arreglarla ni la mismísima “DamaCiega” por falta de vista o exceso de miopía, ni los que se enseñaron para enseñar
pueden enseñar porque los “papases” y las “mamases” dicen que a sus nenes ni
tocarlos con catecismos monocolores, y si los “maderos” están que trinan porque hay
demasiadas gateras por las que se les escapan los gatos de las jaulas con las
uñas cada vez más afiladas, y los que hacen leyes están más ocupados en tirarse las
leyes a la cabeza que en sentar la cabeza y ponerse a resolver, y el resto lo único que podemos
hacer es mirar sin tocar, a riesgo de que venga la “DamaCiega” y nos saque
los ojos por tomarnos la justicia por nuestra mano sin convidarla a ella a mostrar
y demostrar sus poderes exclusivos y excluyentes… si los que mandan se nos desmandan, distraídos como
están en insultarse entre ellos como si se estuvieran matando vivos, mientras que
nuestras cosas siguen como estaban, en manos de todos y de nadie…¿se puede saber qué puñetas podemos
hacer las aspirantes a incrementar las estadísticas anuales de decesos
domésticos estando tan baldadas como estamos que ya no nos quedan ni alientos
para seguir muriéndonos por cuenta propia?
Lo dicho y repetido:
esto es cosa de todos, y debe permitírsenos, y debemos permitirnos y
decidirnos de una vez por todas a intervenir activamente sin que se nos
aparte de las decisiones como pobrecitos/as ciegos/as sin perros guía.
Cada vez con mayor frecuencia, y al
pensar en este tema, me viene a la mente aquella lúcida obra de teatro de Buero
Vallejo, [EN LA ARDIENTE
OSCURIDAD], y uno de sus diálogos que no me resisto a reproducir como
ejemplo de hasta dónde puede llevar la exclusión de alguien cuando el problema
es de todos:
EL PADRE. — Pero todos estos chicos,
¡pobrecillos!, son ciegos. ¡No ven nada!
DON PABLO.—En cambio, oyen y se orientan mejor que
usted.
(Los estudiantes asienten con rumores.) Por otra
parte... (irónico) no crea que es muy adecuado calificarles de pobrecillos...
¿No le parece, Andrés?
ANDRÉS.—Usted lo ha dicho.
DON PABLO.—¿Y
ustedes, Pedro, Alberto?
PEDRO.—Desde
luego, no. No somos pobrecillos.
ALBERTO.—Todo,
menos eso.
LOLITA.—Si usted
nos permite, don Pablo...
DON PABLO.—Sí,
diga.
LOLITA.—(Entre
risas.) Nada. Que Esperanza y yo pensamos lo mismo.
EL
PADRE.—Perdonen.
DON PABLO.—Perdónenos a nosotros por lo que parece
una censura y no es más que una explicación. Los ciegos, o,
simplemente, los invidentes, como nosotros decimos, podemos llegar donde llegue
cualquiera. Ocupamos empleos, puestos importantes en el periodismo y
en la literatura, cátedras... Somos fuertes, saludables, sociables...
Poseemos una moral de acero. Por lo demás, no son estas conversaciones a las
que ellos estén acostumbrados. (A los demás.) Creo que los más listos
de ustedes podrían ir ya tomando sitio en el paraninfo. Falta poco
para las once. (Risueño.) Es un aviso
leal.
Pues eso: que entre todos habrá que aprender (entre todos) la mejor
manera de señalar a los morlacos con una divisa visible, y decidir quién le
pone la divisa al toro mientras se prohíben o no se prohíben las corridas.
O mientras aprendemos nosotras mismas a
torear…
Y mientras tanto, ¿qué?
¿Quién?
En CasaChina.
En un 11 de Enero de 2023