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Las Tejedoras de Mágina
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y
El TiempoPasado
147/2023
Hace algún tiempo, las que
ahora se conocen como las MujeresEnganchadas de SierraMágina, tras
escuchar un cuento que después les contaré, concibieron una de las
tareas más importantes entre todas las que hayan podido imaginarse y ejecutarse
allí: la de plantarle cara a la insolencia con la que el TiempoNuevo se
afanó en borrar aquí y allá los paisajes de nuestras cosas, y obligarlo a
entender que ni tanto ni tan poco. Aunque ese jovenzano a punto estuvo de
conseguir sus propósitos, de no ser por el tesón y la voluntad de aquellas
Mujeres.
Sucedió así, más o menos,
aunque nadie recuerda cuando comenzó semejante desmoronamiento que las llevara
a movilizarse.
Parece ser que por entonces
alguien informó sobre un hecho confuso, carente en apariencia de mayor
importancia, pero que, como aún a día de hoy podemos comprobar, traería
consecuencias de todo orden para la Comarca.
Según se escuchó, esa mañana,
antes del amanecer, el TiempoNuevo había aparejado su mejor mula y, a
tenor de los bártulos que le vieron meter en el serón, nadie podría dudar de
que en sus intenciones estaba el hacer un largo viaje. No se sabe muy bien en
cuál de nuestros quince Pueblos comenzaría su periplo, pero fue visto,
casi al mismo tiempo, en todos ellos, y
cada uno de ellos hacía siempre las mismas preguntas: “¿Tienen algún calendario
en su casa?”. Cuando la respuesta era afirmativa, echaba mano de su gran
astucia, y se hacía convidar por el vecino que afirmaba tenerlo; y, ya dentro
de las casas, no paraba de hablar hasta convencer al Hombre-de-la-Casa de
que aquellos calendarios eran tan dañinos que no buscaban otra cosa que
mantenerlos presos dentro de uno de sus peores enemigos: el TiempoPasado.
“¿No serás tan garrulo que
quieras condenarte a convivir con el más inservible de mis antepasados”?
−remataba el TiempoNuevo como último argumento ante cualquier vecino terco
que se empecinara en seguir viendo pasar el tiempo a su manera.
El tiempo iba pasando y el TiempoNuevo
no cejaba. Cuando se convencía de haber retirado de la circulación todos los
calendarios de los que le daban razón en un pueblo, se iba a otro, dispuesto a
repetir la tarea. Y así siguió hasta hacer el recorrido completo, incluidas las
aldeas, cortijadas y pedanías de Sierra Mágina.
Lo que menos trabajo le costó
al TiempoNuevo fue convencer a los dueños de las papelerías para que le
entregaran toda la reserva de calendarios que guardaran para el año. Sólo tuvo
que pagarles su precio y dejó desabastecidos aquellos alarmantes
establecimientos que proveían al vecindario de semejantes antiguallas.
De todas maneras, había algo
que le causaba cierta comezón: en la mayoría de las casas visitadas en busca de
calendarios había visto él a alguna mujer enganchada a un hilo, tejiendo
viejendades que le daban mucho que pensar. Si esas resistencias añejas no eran
borradas en condiciones eran capaces de hacer peligrar su esfuerzos para volver
al pasado. Por eso, y en previsión de semejante contingencia, en la última
papelería que visitó pidió el TiempoNuevo, que le vendieran la goma de
borrar más grande que tuvieran para poder borrar cualquier TiempoPasado
aunque tuviera que hacerlo poniendo en evidencia lo antediluviano de aquellas
insurgentes Mujeres.
Así fue cómo el TiempoNuevo
empleo un largo trecho de su tiempo en ejecutar su gran proyecto:
modernizar nuestra Comarca a su manera, que no era otra que la de borrar
hasta en el último rincón de SierraMágina cualquier vestigio del TiempoPasado,
quien, dicho sea de paso, no le merecía en menor respeto, razón por la cual
rehusó la propuesta de coexistencia que este le propuso.
Justo será decir que el TiempoPasado,
aunque pareciera que se había batido en retirada para que nadie lo tildara de
cateto, no dio su brazo a torcer, y, aunque vio con tristeza cómo, sin
calendarios de los que echar mano para orientarse, los vecinos iban abandonando
sus viejos oficios, y vendiendo sus borricos y sus caballerías, y llevando a
los museos sus trillos y sus rastras, y desapareciendo ellos mismos, poco a
poco, de los Pueblos, el no dejaba de incordiar allí, donde quisieran
escucharlo; pero, sobre todo, donde sabía que había mejor equipo con el que
armar la resistencia: las Mujeres-de-SierraMágina; las que se quedaron a
guardarnos las costumbres y las que, cuando regresaban a los Pueblos, se
arrimaban a ellas para curiosear en lo antiguo.
El TiempoPasado decidió
valerse de las más viejas, haciéndolas salir a sus puertas a tomar la fresca en
cuanto el tiempo lo permitía. Así ellas, mientras tanto, armadas con sus
ganchillos, y enganchadas ellas mismas de un hilo, comenzaron a tejer en todos
los colores imaginables, aunque en un principio apenas les llegó el hilo para
adornar una Navidad.
Por entonces llegó a uno de
nuestros Pueblos una Maestra que sabía muy bien que la VidaVerdadera
vivía en los libros, y que los libros eran sólo libros, sin ir presumiendo por
ahí de sus orígenes capitalinos o rurales. Cuando vio a aquellas mujeres de SierraMagina
haciendo equilibrios con el tiempo, enganchadas a la VidaPasada sin más
sujeción que sus ganchillos y sus hilos de colores, fue cuando comprendió que el
rescate del TiempoPasado no podían hacerlo más que ellas. Y que, si ella
encontraba cómo entrarles para que se sintieran lo que de verdad eran, que no
era otra cosa que Guardianas-del-Tiempo, lo harían, aunque el TiempoNuevo
se empeñara en que esas tareas eran simples cosas de mujeres dispuestas a
perder lo único que de verdad vale: el Tiempo-a-Secas.
Sin embargo, aunque las Mujeres-de-Siempre
siguieran tejiendo en las puertas de sus casas, nunca pensaban que aquello que
hacían fuera algo de valor, lo que comenzaba a desesperar a LaMaestra, hasta
que un día cayó en sus manos un viejo cuento. Se titulaba <LA TEJEDORA> y
lo había escrito una mujer, Marina Colasanti, cuando sus duendes le revelaron
la manera de conseguir ser ella; sólo ella.
Dispuesta a llevar adelante su
plan, una mañana LaMaestra buscó a LaPregonera y le pidió que
convocara y reuniera en la PlazaMayor a LasMujeres de SierraMágina,
entre las que estaban las últimas tejedoras. Cuando todas estaban allí, sacó de
su cenacho una libreta, la abrió por la primera página, y, entre LaPregonera
y ella misma les leyeron el cuento.
Desde entonces, nuestros
Pueblos, enganchados del hilo de las MujeresTejedoras de SierraMágina
van rescatando viejos colores, sabores y haceres que sólo las Mujeres podían
rescatar.
Hay quien dice −sin dobles
intenciones por supuesto− que hasta se ha escuchado el rebuzno nocturno de algún
borrico y se ha visto personal por los atochares arrancando esparto con el que
hacer pleita. Habrá que investigar si todo eso es verdad o si es otro más de
tantos cuentos como todavía se cuentan por nuestra tierra.
Lo que es una verdad
irreversible es que ahí siguen nuestras mujeres; nuestras Enganchadas, tejiendo
con colores indelebles el destino de nuestros Pueblos. Cuidando para los
TiemposVenideros las mejores usanzas y ritos de cualquier TiempoPasado.
Mujeres apoderadas, tejedoras de
su propio destino.
Solas. Pero conscientes de que
su soledad las redime.
Como en el cuento del que les hablaba al inicio
y les cuento ahora:
En CasaChina. En un 28
de Octubre de 2023
LA TEJEDORA
Se despertaba cuando todavía
estaba oscuro,
como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche.
Luego, se sentaba al telar.
Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo
delicado del color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos,
mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.
Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que
no acababa nunca.
Si el sol era demasiado fuerte
y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la lanzadera
gruesos hilos grisáceos
del algodón más peludo. De la penumbra que traían las nubes, elegía rápidamente
un hilo de plata
que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave
llegaba hasta la ventana a saludarla.
Pero si durante muchos días el
viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba con
que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol
volviera a apaciguar a la naturaleza.
De esa manera, la muchacha
pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los
grandes peines del telar para adelante y para atrás.
No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un
lindo pescado, poniendo especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el
pescado estaba en la mesa, esperando que lo comiese. Si tenía sed,
entremezclaba en el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche,
dormía tranquila después de pasar su hilo de oscuridad.
Tejer era todo lo que hacía.
Tejer era todo lo que quería hacer.
Pero tejiendo y tejiendo, ella
misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó que sería
bueno tener al lado un marido.
No esperó al día siguiente.
Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le
darían compañía. Poco a
poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro barbado, cuerpo
armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último
hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.
Ni siquiera fue preciso que
abriera. El joven puso la mano en el picaporte, se quitó el sombrero y fue
entrando en su vida.
Aquella noche, recostada sobre
su hombro, pensó en los lindos hijos que tendría para que su felicidad fuera
aún mayor.
Y fue feliz por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos,
pronto lo olvidó. Una vez que descubrió el poder del telar, sólo pensó en todas
las cosas que éste podía darle.
−Necesitamos una casa mejor −le
dijo a su mujer−. Y a ella le pareció justo, porque ahora eran dos. Le exigió
que escogiera las más bellas lanas color ladrillo,
hilos verdes
para las puertas y las ventanas, y prisa para que la casa estuviera lista lo
antes posible. Pero una vez que la casa estuvo terminada, no le pareció
suficiente.
−¿Por qué tener una casa si
podemos tener un palacio? −preguntó−. Sin esperar respuesta, ordenó
inmediatamente que fuera de piedra con terminaciones de plata.
Días y días, semanas y meses
trabajó la joven tejiendo techos y puertas, patios y escaleras y salones y
pozos. Afuera caía la nieve, pero ella no tenía tiempo para llamar al sol.
Cuando llegaba la noche, ella no tenía tiempo para rematar el día. Tejía y
entristecía, mientras los peines batían sin parar al ritmo de la lanzadera.
Finalmente, el palacio quedó
listo. Y entre tantos ambientes, el marido escogió para ella y su telar el
cuarto más alto, en la torre más alta.
−Es para que nadie sepa lo del
tapiz −dijo−. Y antes de poner llave a la puerta le advirtió:
−Faltan los establos. ¡Y no
olvides los caballos!
La mujer tejía sin
descanso los caprichos de su marido, llenando
el palacio de lujos, los cofres de monedas, las salas de criados. Tejer era
todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
Y tejiendo y tejiendo,
ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció más grande que el
palacio, con riquezas y todo. Y por primera vez pensó que sería bueno estar
sola nuevamente.
Sólo esperó a que llegara el
anochecer. Se levantó mientras su marido dormía soñando con nuevas exigencias.
Descalza, para no hacer ruido, subió la larga escalera de la torre y se sentó
al telar.
Esta vez no necesitó elegir
ningún hilo. Tomó la lanzadera del
revés y, pasando velozmente de un lado para otro, comenzó a destejer su tela. Destejió los caballos, los carruajes, los
establos, los jardines. Luego destejió a los criados y al palacio con todas las
maravillas que contenía. Y nuevamente se vio en su pequeña casa y sonrió
mirando el jardín a través de la ventana.
La noche estaba terminando,
cuando el marido se despertó extrañado por la dureza de la cama. Espantado,
miró a su alrededor. No tuvo tiempo de levantarse. Ella ya había comenzado a
deshacer el oscuro dibujo de sus zapatos y él vio desaparecer sus pies,
esfumarse sus piernas. Rápidamente la nada subió por el cuerpo, tomó el pecho
armonioso, el sombrero con plumas.
Entonces, como si hubiese percibido la
llegada del sol, la muchacha eligió una hebra clara. Y fue pasándola lentamente
entre los hilos, como un delicado trazo de luz que la mañana repitió en la
línea del horizonte.
LA TEJEDORA - Marina
Colasanti
Marina
Colasanti (Asmara, Eritrea –colonia italiana-, 1937). Artista plástica, traductora, periodista,
ilustradora y escritora ítalo-brasileña, quien a lo largo de su carrera ha
incursionado en la escritura de diversos géneros literarios como la poesía, el
ensayo, la literatura infantil y juvenil y la narrativa, con numerosas
publicaciones en portugués, algunas de las cuales han sido traducidas al
español, como es el caso de Hablando de amor (cuentos, 1988), Una
idea maravillosa (LIJ, 1991), La mano en la masa y otros cuentos
(LIJ, 1995), La joven
tejedora (LIJ, 2004) –libro al cual pertenece el cuento que aquí se
publica- y El hombre que no paraba de crecer (LIJ, 2005), entre otras.
Como reconocimiento a su obra literaria, ganó el primer premio del Concurso
Latinoamericano de Cuentos para Niños convocado por UNICEF y Funcec
con su relato “La muerte y el rey” (1994); y obtuvo el Jabuti, premio
que otorga la Cámara Brasileña del Libro, en tres ocasiones (1993, 1994 y
1997). También recibió el Premio Norma Fundalectura en el año 1996, por
su texto Lejos como mi querer.