VA DE...Batiburrillo literario

lunes, 16 de marzo de 2020

DE CALLES VACÍAS y de CAMINO VIEJO


 29/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado)
        Aprovechando que vivo en un bajo con jardinillo, aplico la oreja a la valla, a ver que se cuece por ahí afuera, y la calle me devuelve un mutismo como de funeral. Entonces me pregunto yo por el Camino Viejo de mi pueblo y su habitual jaranería.
¿Será posible que se haya vaciado hasta el Camino Viejo de Bedmar?
Qué iguales y vulnerables nos hacen los infortunios…
       El viejo Camino Viejo de Bedmar, cuando era nuevo fue una paradoja, una discrepancia arquitectónica irreconciliable entre sus dos orillas que ya nadie recuerda; ni siquiera yo misma, que, a pesar de los años, tampoco lo conocí de otra manera que como Camino Viejo.
       Quiero decir que a un lado −que, según se mire, como podremos ver, tanto podía ser el de la izquierda como el de la derecha−, había casas de tapial, rasilla y tejado; y al otro no había más que cuevas excavadas en esa ladera del Pelotar, ese mogote pedregoso,  remate de la Serrezuela, que baja a trompicones desde la derecha o desde la izquierda −según se mire− de Peña Marta, y va a morir allí donde la balumba de casas hincó sus majanos.
Cuevas en Bedmar

       Bueno será, antes de seguir adelante, que podamos entendernos en lo de “la derecha” y la “izquierda”, porque me pienso yo que pudieran confundirse mis intenciones cuando se mientan semejantes palabras. Y para entendernos, nada mejor que echar mano de la cancioncilla inmemorial que todos conocemos, donde se mienta al Barranquillo, la casería donde pasé gran parte de mi infancia:
Por detrás de la torre
se va al castillo.
Por el Camino Viejo
al Barranquillo
ole pum.
El Barranquillo
        Como puede verse, la ruta no tiene pérdida ni malas intenciones: si por el Camino Viejo se va (iba) al Barranquillo, la cosa está clara: es que se va (iba) desde el pueblo hasta la casería, de manera que a la derecha quedaban las casas y a la izquierda las cuevas. Y uso bien el tiempo verbal en pasado simple (quedaban) viendo cómo, en el presente, se han combinado y diluido de tal forma los signos visibles e indumentarios de derechas e izquierdas que ya no quedan andrajos (de los de vestirse) ni cuevas ni recovecos trogloditas donde lamerse resentimientos, salvo algún resto arqueológico, que por otra parte hay proteger para que los que lleguen luego sepan lo que fueron los de antes.
Y elijan.
La cuna de mi infancia
       Hablando  de cosas pasadas, me contó María Cuadros la del Peluso −y ahí está ella para confirmar lo que digo− que desde la puerta de una de aquellas cuevas del Camino Viejo veía ella pasar la calesa en la que mis abuelos venían desde el Barranquillo para ir a misa. Lo cual que esa referencia a mis abuelos nos coloca en el tiempo del que María Cuadros hablaba, teniendo en cuenta que a mi abuelo lo fusilaron en Paracuellos en los primeros días de Noviembre de 1936 cuando se armó la que se armó.
       Mi abuelo, antes de lo de Paracuellos, cuando todavía andaba por Bedmar, contemplando a aquella nenilla que no levantaba un palmo del suelo, dueña y señora de un pelo escarlata más hermoso que una puesta de sol detrás del Aznaitín, de unos ojos color ova por los que le navegaban sus apenas cinco años, y una viveza impropia de su minimez, debió pensar que merecía mejor destino que el que por entonces se les ofrecía a los habitantes de las cuevas de Bedmar.
Y le dijo a mi mama que él me quería llevar a Madrid como cosa propia con escrituras y todo −me contaba María Cuadros, mientras iba llenando un azafate de blandillas, ese dulce tan de Sierra Mágina que ella freía con parsimonia en esa cocina que tiene en el patio de su casa.

María Cuadros la Pelusa y su marido q.e.d.
No indagué yo mucho más sobre el significado de …llevarme a Madrid como cosa propia con escrituras y todo”, porque lo de la Guerra, y las cosas que siguieron a la Guerra dejo una saja en el personal que tal parece que tengamos que seguir pidiendo perdón y pagar por siete generaciones el que nuestros antepasados vivieran a un lado o a otro del Camino Viejo, en una casa o en una cueva, en un cortijillo o en una casería, calzados con botines o con borceguíes.
Lo cierto y verdad es que mi abuelo, al contrario del famoso Mambrú, no se fue a la Guerra, en la que no creía tal cual se había montado, sino que, visto cómo se ponían las cosas en el pueblo, donde ya habías “sacado” a su cuñado, don Fernando Marín, se fue a Madrid, y se refugió en el Hotel Regina, pared por pared como quien dice con el Real Casino. Allí lo apresaron, lo recluyeron en la Cárcel Modelo, y lo condujeron a la muerte colectiva, con un montón más, para dejar en la memoria lo de Paracuellos, una de tantas historias atroces de lo nuestro escrita a golpe de creencias cerriles engranadas a piñón fijo.
Acabada la cosa −que yo creo que sigue sin acabar−, toda la familia de María Cuadros se fue a vivir al Barranquillo, con mi abuela, viuda ella ya, no sé yo si doliente, pero sí con los suficientes arrestos para sacar adelante lo suyo, seguir subiendo a misa en su carrillo por el Camino Viejo, y guardar enclaustrada mi infancia en una cuna de dimensiones inmensas, talla nena de seis años, que hoy está en el dormitorio de invitados de la casa de María Cuadros, donde, hace tres o cuatro años, me recibió a mí durante unos hermosos días en que ella me contaba sin el menor atisbo de resentimiento viejas historias del Camino Viejo y sus dos márgenes, mientras freía blandillas.
Desde mi encierro de Madrid, donde todos, los de este lado, los del otro y los de en medio, estamos recluidos en nuestra particular cárcel modelo común, a causa de esta guerra que nos ha declarado algo tan mínimo como el Viruso Coronado, no puedo por menos que pensar en la fragilidad de las creencias, de las posiciones y de los enconos cuando de verdad hay un enemigo común que nos iguala sin remedio.
¿Cómo estará el Camino Viejo de Bedmar?
¿Estará tan vacío y ocioso como la Puerta del Sol de Madrid?
¿Y María Cuadros?
¿Cómo estará María Cuadros?

Recluida en CasaChina. En un 16 de Marzo de 2020

sábado, 14 de marzo de 2020

AGUA DE CARABAÑA y AGÜITA DE LIMÓN


 (Croniquilla del Viruso Coronado -- 03)

        Que el Dios de las verdades (y −claro está− la familia de la que voy a mentar) me perdonen si lo que contaré a continuación, como motor de arranque de esta croniquilla virusera, no se ajusta exactamente a mi verdad (que no tiene por qué coincidir con la verdad de quien me lee). Pero yo lo voy a referir como creo que lo escuché, y que sea lo que Dios quiera.
       La cosa es que, en esta España de bandas de música callejeras, toreros corneados por el hambre a los que se les apelaba como “maestros”, y maestros que aplicaban su más excelsa maestría en torear al hambre a golpe de aquello de  “pasas más hambre que un MaestroEscuela”, en esta España nuestra −digo−, tuvimos una vez una Duquesa con mayúsculas, con más títulos nobiliarios que la mismísima reina de Inglaterra y más nobleza castiza en su colección de títulos que el caballo del Cid enjaezado para la Feria de Sevilla. Me refiero a la Duquesa de Alba, doña Cayetana por más señas, aficionada ella al buen cante, al catre con dosel de recambio en cuanto la parca se lo dejaba disponible, al buen toreo currista aunque fuera de una sola tarde y, sobre cualquier otra cosa, al buen decir chascarrillero[1], aunque solo fuera en su boca ya titubeante donde se ennoblecía la misma materia prima que en la mía resuena como una ordinariez barriobajera e irredenta.
       Vean si no.
       Escuché decir que nuestra DuquesaNacional no le ponía reparos a un vino aunque fuera peleón; (“…si el cuerpo te pide vino, dale vino”). Pero si alguien le acercaba un vaso de agua −un decir− o, mismamente, un botijo restregado con hojas de higuera, miraba ella de manera torva cual eral enterizo, escarbaba en el suelo con la puntera de sus zapatos de lunares, se arrancaba desde la puerta de chiqueros y embestía a palabra campante, aunque entrecortada, como administrada por riego de goteo de un telégrafo oxidado:
“Yo no bbbeebboo aaguuua, queee eeesss dooonnnde foollaaan los peeeces”.
       No quiero ni pensar lo que hubiera sentido mi difunto, tan exquisito y comedido él, si llega a verme poner por escrito la palabra “follar”, ésa misma que le arrancaba estentóreas carcajadas cuando se la escuchaba pronunciar con todas sus letras y en plan código telegráfico a nuestra DoñaDuquesa.

       El dicho de la DoñaDuquesa viene a cuento de lo que acabo de escuchar como manera de entendérselas cuerpo a cuerpo con el Viruso Coronado.

       Aclaro que estoy ya en mi tercer día de arresto cívico.
A falta de vis a vis que echarme a los brazos en este encierro, sancionado por el Gobierno de la Nación a golpe de Decreto, inicio yo un cara a cara con mi ordenador, a cuya pantalla rebotan como saltamontes un sinfín de “noticias-de-buena-tinta”, susurros, advertencias, rumores, sospechas, sustos, confidencias, supuraciones de dudoso humor, bufidos deshumorados y otras “revelaciones”, entre cuyo batiburrillo se abren paso a codazo limpio los más singulares remedios contra el mal(dito) Viruso causante de la holganza nacional.
       Hoy, y en pijama de YouTube, salta ante mis ojos un video que aparenta ser sesudo y de aspecto “seriously”, que invoca un “versado estudio” de no-sé-quién, experto en no-sé-qué, en el que se recomienda, cual verdad de fe de PapaFormoso, la ingesta de agüita de limón a bocanadas, como si semejante jarrucheo ácido fuera el mismísimo Bálsamo de Fierabrás.
       Como lo del encierro por decreto parece que a una servidora le está afectando a las burbujas de la memoria, siento que, con lo de “el agüita de limón”, me revienta la ampolla más vomitiva y diarreicas de mi infancia: la del AGUA DE CARABAÑA.
La autora y sus hermanas en Jódar

  Aquello fue el año del vestido de las bolillas.

       Era aquel vestido una especie de funda a cuadros, con volante sandunguero por abajo, y capichuela charra por arriba, rematada por las bolillas de marras, tipo lampara de mesilla de noche retro, que nuestra madre había copiado de una revista de modas de París, pero que en el Jódar de los años 50 no acababa de acoplarse con las maneras de los paisanos ni sacudirse de las guasas de las nenas de la escuela de DoñaMedarda −la maestra represaliada de la que tengo que escribir algún día−.
Entre nosotros: si el Marqués de Santillana llega a ver semejante vestido con colgajos, ya se hubiera tentado él, y mucho, las entretelas de su jubón antes de ponerse a escribir su Serranilla V; ésa que dice:
Entre Torres y Ximena,
açerca de Salloçar,
fallé mora de Bedmar
sanct Jullán en buen estrena.
Pellote negro vestía,
e lienços blancos tocava,
a fuer dell Andalucía,
e de alcorques se calçava.
       Claro que, según lo que dice el diccionario, a lo mejor eso de “pellote” iba con segundas.
       ¡A saber!

        Pero sigamos con lo nuestro.

       Como iba diciendo, el año del vestido de las pelotillas me entraron a mí de repente unos picores de origen desconocido y ferocidad pandémica, más propios de una pubertad recién hormonada que de los seis años que apenas reunía, y que acabaron en ronchones espurreados por todo el cuerpo, tipo traje-de-gitana con los lunares achispados.
       No es que en los años 50 del siglo pasado hubiera muchos remedios contra tantísimo garrotillo, ciciones, torozones, diviesos, rijas y otros alifafes como los que nos aquejaron después de liarnos a estacazos en aquella Guerra guarrindonga que tanto se llevó por delante; pero, como a falta de pan, buenas son tortas, (y a falta de vacuna, buena es el agüita de limón), hubo que echar mano de otra agüita milagrosa “de cuyo nombre no quisiera acordarme” porque me entran los siete males: el AGUA DE CARABAÑA.
       ¡Qué decir del agua de Carabaña!
       Ni el aceite de hígado de bacalao −en el que mi hermana May mojaba sopas−, ni siquiera el ricino, que por entonces se llevaba al personal patas abajo en las cárceles contra el rojerío con más saña que el "Coronado" ese que se ha puesto de moda como moderno carcelero… ¡Nada!, nada puede compararse con la tortura a la que se sometió a esta servidora que, a pesar de los pesares, sigue escribiendo sesenta años después.
       Puesta a elegir, podría jurar por las pelotillas de mi vestido recién estrenado que me hubiera quedado con semejantes picores, por mucho que me tuvieran en plena convulsión del MaldeSanVito, antes que volver a beber una gota de aquella agüita curalotodo, comprada en la Farmacia de Miguelito, −esa que sigue tal cual− y que, unida a una dieta de ayuno absoluto impuesta por decreto del galeno galduriense, don Francisco Herrera por más señas, casi me dejar reducida a una radiografía de la nada vestida de madroños.
      ¿Y ahora me vienen a mí con lo del AGÜITA DE LIMÓN para la cura del VirusoCoronado?
       ¡Vamos, anda!
       Yo, manzanilla.
       Y no de esa que se sirve en tacita de porcelana, después de cocer un yerbajo que a saber si no está contaminado con las sobras del “follaje” de cualquier lagartija, y que me cae en el estómago como una bola de alcanfor.
La manzanilla que yo digo se destila en San Lucar de Barrameda, viene en una botella oscura especial para beodos y sienta como manjar sagrado en tiempos de privaciones de cualquier estirpe.
Y, además, desinfecta.

Confinada en CasaChina. en un 15 de Marzo de 2020


[1] No sé yo si el sustantivo “CHASCARRILLO” admite esta conversión adjetivante. Pero a mí me gusta.

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