48/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado – 24)
¡Curioso! Una tiene la impresión de que la gente (alguna gente)
de la que lee estas croniquillas mías −suponiendo que las lean− no lee lo que
yo escribo, sino que utiliza lo que ellos creen leer a modo de detonante para
hacer explosionar toda la carga de frustración sin resolver que ha ido
acumulando en sus santabárbaras privadas según van pasando estos días de
encierro.
Y lo entiendo. ¡Estaría bueno que no lo
entendiera!
No es plato de gusto ver pasar los días,
y los telediarios, y los cadáveres de nuestra gente sin tener la certeza de cuándo
se acabará esto. Ni siquiera, si se acabará.
Se necesita tener la cabeza muy bien puesta, el ánimo más que
templado y los papeles muy bien aprendidos, para no reventar, tal como revientan
las castañas echadas a la lumbre sin haberlas rajado primero para darles suelta
al recalentón de los malos humores.
Hoy mismo acaban de decir a bocajarro que
el Gobierno va a por la segunda prórroga del ESTADO DE ALARMA. Y esto no es
como en el futbol, que, si en la prórroga se mantiene el empate, pues se
recurre a los penaltis y se resuelve el partido.
No señor. Esto no es como en el fútbol.
Esto es un asunto de vida o muerte a secas. O de
vida y de muerte que no conoce de categorías ni distingue por cargos ni se anda
con chiquitas.
Esto es como es −aunque nadie sabe a
ciencia cierta cómo es−; y lo peor es que en este jueguecito no hay ni reglas
ni reglamentos que valgan. Todos hemos tenido que improvisar sobre la
marcha, con mayor o menor acierto, y tendremos que seguir haciéndolo a
capricho de las improvisaciones del bichito en cuestión.
Y aquí es donde retomo yo lo de ciertas −que no todas−
lecturas sesgadas de mis croniquillas, y las razias desabridas que me montan en
esa esquina sin farolas que es Facebook.
Me explico:
Ayer, sin ir más lejos, compartía yo en mi muro −curiosa
forma de denominar lo que muchas veces tiene más de paredón que de muro− una
reseña de un tal Carlos Ayuso (al que no conozco de nada) sobre FERNANDO
SIMÓN, la cara visible en TV de la información sobre la marcha (y los
caprichos) de la epidemia mundialmente coronada. El autor de la información −que no yo− hacía una tan escueta como documentada referencia
al expediente académico y puestos ocupados por el personaje en cuestión, que he
de reconocer que a mí me conmovió, como me conmueve todo lo que suponga
superación personal y vocación de sabiduría.
Estoy hablando de la EXCELENCIA; no de la persona.
Mi visualización de lo que iba leyendo puede traducirse en
que, mientras algunos zangolotinos de los años 70/80 del siglo pasado holgazaneaban
entre litronas, porretes y rokanroles, el muchachito de Zaragoza se dejaba los
codos encima de la mesa licenciándose, doctorándose, especializándose,
expatriándose y opositando brillantemente para acabar convertido en acreditado FUNCIONARIO
DEL ESTADO −que no en supuesto paniaguado del Gobierno− hasta
ingresar en el Cuerpo
de Médicos Titulares del Estado de España. Eso por no
mencionar su tarea docente en la Escuela Nacional de Sanidad, o su aportación
como asesor del Centro Europeo
para la Prevención y Control de Enfermedades, o la dirección del CCAES (Centro de Coordinación de
Alertas y Emergencias Sanitarias, Ministerio
de Sanidad, Consumo y Bienestar Social).
Esto último desde
2012, fecha nada sospechosa de estar bajo la regencia, supervisión, vigilancia
y ordenanzas del actual gobierno.
Con lo
anterior trato de puntualizar dos cosas:
· UNA: que antes de hablar/ alabar/ despotricar de algo, −nunca
de alguien− intento informarme lo más a fondo posible sobre el tema.
· DOS: que mi información sobre el personaje glosado no me llevó
a explayarme en una loa lisonjera y floripondiosa de él, sino del hecho de su
excelencia.
No pude
ser más sobria a pesar de mi admiración. Me limité a un comentario tan
aséptico como el que copio:
“Cuando hablo de
EXCELENCIA,
hablo de personas así”
Pero tal parece que los seres humanos,
cuando estamos aburridos o pesarosos, necesitamos un alguien que nos haga de
Espartaco; alguien sobre el que descargar nuestros afanes de pan y circo, y le
dé juego a nuestros pulgares.
Para qué les voy a contar las ampollas que tan escueto
comentario ha suscitado.
¡Vayan! Vayan a mi “muro” y vean el pelotón de fusilamiento
que ha formado vista al frente, rifle descalificador al hombro e improperio explosivo cual
santabárbara sin control, dispuestos a disparar a la persona −que no a la
situación− y a ajusticiar a palabrazo limpio a un FUNCIONARIO DEL ESTADO ingresado en su puesto
desde algunos gobiernos atrás, por el simple hecho de ejercer SU FUNCIONARIADO según su leal saber y
entender, en un asunto del que nadie sabe ni entiende/ entendemos demasiado −aunque
todos opinen/ opinemos como loritos criados en la casa de Bernarda Alba− y que,
dicho sea de paso, nos ha cogido a todos con los pantalones bajados y en
cuclillas.
¡Qué le vamos a hacer! Si las criaturicas se han desahogado…
Quienes me conocen, saben que no entro en porfías politizadas,
más o menos instruidas, donde de lo que se trate sea de sacarle los higadillos a
personas concretas en lugar de chismorrear, investigar o aportar ideas más o menos brillantes
sobre hechos y situaciones.
Para quienes no me conocen, sepan que desde hace muchos,
muchos años, como Mediadora convencida, estoy alineada con la escritora
británica Evelyn
Beatrice Hall, cuando dijo aquello de “detesto lo que
dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Por eso, con un respeto absoluto −no sabéis cuánto− hacia los
“críticos” de lo que yo no he dicho, jamás borro de mi muro un comentario, o un desaire, por
muy contrario que sea a las escasas pero rotundas ideas que me van quedando.
Ni siquiera suprimo glosa o apostilla cargada de cualquier insulto
frontal, porque, en definitiva, el insulto acaba por calificar al insultador
con mayor potencia que al insultado.
Pero en esto del Viruso Coronado −y con independencia de que
sigo considerando la EXCELENCIA en abstracto −sin siglas ni colores− como algo que
todos debiéramos apetecer, trabajar y cultivar por mucho trabajo que cueste,
quiero terminar esta croniquilla tomando de la reseña del tal (y desconocido
mío) Carlos Ayuso los últimos renglones con los que la remataba, bien es cierto
que con algunas y poco excelentes penurias en la puntuación:
“…si tú tienes
la solución para este problema no pierdas tiempo y acércate al ministerio de salud,
que está en el paseo del prado 18, en madrid (si le comentas a la policía que
tienes la solución al problema, probablemente te dejarán pasar).
corre, estamos esperando tu
aporte!!!