57/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado - 32)
En ello estoy. En lo de desaprender. Y es que ya nada es lo
que parece. Nada es lo que era. Ni volverá a serlo.
Lo de desaprender es especialmente recomendable cuando uno cae
en la cuenta de que la música que tocan no coincide con el paso de baile
aprendido. Y, hasta donde se me alcanza, estábamos bailando a ritmo
de samba cuando lo que tocaba la trompeta era un solo de silencio.
El caso es que nadie puso atención al retrasado toque de
rebato, y no porque
no hubiera signos previos que lo aconsejaran, sino porque los campaneros
oficiales se enrocaron ellos en plan torre, y enroscaron trapajos de muladar y
cautelas timoratas en el badajo del carillón para que no se alarmaran los de
debajo del campanario, ignorando con tan insensata decisión el verdadero
sentido etimológico de rebatar en sus dos primeras y sesudas (sin “x”
excluyente) acepciones diccionariales:
1. m.
Convocación
de los vecinos de uno o más pueblos, hecha por medio de campana, tambor,
almenara u otra señal, con el fin de defenderse cuando sobreviene un peligro.
2. m.
Alarma
o conmoción ocasionada por algún acontecimiento repentino y temeroso.
Así las cosas, no es de extrañar
(esta vez con “x” de incógnita) que, llegada la tercera acepción, (3. m. Mil. Acometimiento repentino que se hace al enemigo),
nos pillara a todos en ropas menores, ya fueran bragados campaneros, ya se
tratara de medrosos parroquianos danzarines, asistentes a los oficios de sus
electas divinidades terrenales.
Postraronse
entonces los fieles más fieles de las siglas, y afanaronse en la tarea lavarles
los pies de barro de sus ídolos, convertidos a esas alturas en estatuas de sal
en retirada; y lo hacían con tal tozudez (y tan tosca erudición sobre la
verdadera naturaleza estructural del barro y de la sal) que les desmoronaron el
pedestal a las estatuas.
Pero la fidelidad es la
fidelidad; y allí se empeñaron los leales parroquianos en la
restauración y conservación de “los suyos” a fuerza de barreño, estropajo y
jabón de sosa fuerte, de forma que, sobre la marcha, y al grito de todos a una,
como en una Fuenteovejuna de TBO, convirtieron ellos mismos las verticalidades
gobernantes en estatuas yacentes.
Se alzó entonces el grito de los contra-fuenteovejuneros
de a pie, pidiendo sangre sagrada: “acabemos con el comendador”.
“Pero si ya está
muerto” −respondieron los compungidos asistentes al
velatorio de las esfinges.
−¿Solo? −indagaron los contra-fuenteovejuneros
con cierto mosqueo.
−“Con veinte de los suyos”
−se escuchó decir a una voz en off, convenientemente subvencionada con cierto
deje de orate libertario.
−¿Estamos a lo del Lope de Vega y
su truhan comendador, a lo del Pérez Reverte y su Cid Campeador disfrazado de
Sidi, o estamos a lo que estamos? ¿Es que nadie va a ponerle número y nombre,
ni hachones, ni enterradores a los anónimos entierros, que es lo que nos ocupa
ahora?
−Por nosotros…, como si en lugar de entierros queréis
celebrar bautizos. Tenemos “detentes” homologados. Pero, a nuestras estatuas, ni
tocarlas, o tendréis que pasar por encima de nuestros cadáveres.
−¡Eso! Vosotros mentad la cuerda en la casa del ahorcado, o
la bicha delante de Adán, y vais a ver lo que tardáis en dar la cambalá’.
−Querréis decir “cambalada”, so cenutrios −corrigieron los
señoritingos representantes del departamento de estética ambiental.
(Voz de mando en off: “Judas: consulta en el
diccionario lo que significa cenutrios. Y ya de paso, mira lo de “orates” y
“cambalada”).
−¡A nosotros nadie nos da lecciones de cambalache!
(Voz de Judas por lo bajini, pero a micrófono abierto:
jefe que cambalada y cambalache no figuran aquí como sinónimos).
Desde el sistema estereofónico del cenáculo resuena el
Réquiem de Mozart como música de fondo de un Auto Sacramental que escuece en
los ojos, según van iluminándose las paredes con signos misteriosos.
El de recursos humanos pregunta al delegado de incultura
general: “¿No estarán insinuándose con el truqui de La cena de Baltasar?”.
−¡Caaaalma! Es que, como no sabían qué hacer, han contratado
a un malabarista, un tal Daniel[1], para
que entretenga al personal contándoles cuantos chinos. Pero parece que les ha
salido rana, y está prediciendo la muerte de todo lo vivido hasta ahora con
tinta de limón en las paredes.
−¡Será cabrón!
−Cuida tu lenguaje, colegui, que ahora vamos vestidos de lo
que ya no somos, o pronto dejaremos de serlo según la profecía.
* * *
−Y entonces ¿cómo dices que termina ese galimatías que te has
montado? −imagino que me preguntan los
incautos que aún me escuchan.
Preguntas así son las que me quitan la inspiración y me devuelven
a la realidad más silenciosa.
Sacudo la cabeza.
Miro al aforo, y veo que ya no queda nadie en el patio de
butacas.
Afino la mirada encogiendo los ojos, a riesgo de que esta
noche tanga que servirme doble ración de cremita antiarrugas, y compruebo que
lo que yo había tomado por un patio de butacas no es otra cosa que un punto
ciego entre cuatro paredes, habitado por las dos butacas de mi salita de estar:
la mía, con mi mismidad de okupa; y la del que se fue con viento fresco,
dejándome a mí helada, en lugar de quedarse a presenciar este portento, tras el
cual se está fraguando El gran Teatro
del Mundo[2].
Reparo en que hay a mi alrededor tantos libros que mucho me
temo que los muy miserables han contaminado mi poco seso (sin “x” lasciva) como
hicieran antes con el Ingenioso Hidalgo. Confío en que, como a él, se me
devuelva el buen juicio, llegado el momento de escribir “FIN”.
Echo a andar pasillo adelante y, al sexto paso (con “x”
exponencial en el sexto), soy frenada en seco por la puerta de salida sin
salida.
−¿Será que no nos queda otro remedio que el de dar vueltas en
redondo, como rucios solitarios amarrados al mayal del malacate? −le pregunto a
mi imagen, reflejada en los cristales del ventanal del jardinillo, único
interlocutor que me responde últimamente.
−Como no me aclares eso de “mayal” y de “malacate” −se burla
mi sombra.
−Pues mujer… Lo de las norias mismamente.
−Ya no quedan norias.
−¡Malafollá!
(Con qué regocijo me lo he espetado, ahora que no hay quien
me escuche de cerca, ni me censure a distancia).
Está visto que hemos llegado a una encrucijada donde no nos
vale la brújula que nos dieron para este viaje, y hay que orientarse a ojo si
queremos seguir andando. Aunque sea en círculos.
¿Quizá si miro a la estrella polar…? ¿O la cruz del sur…?
¿Será a esto a lo que le llaman “Sábado de Gloria”?
¡Paciencia! Vamos a ver qué pasa mañana con lo del Domingo de
Resurrección.
Porque, si de algo estoy segura es de que esto no es EL FIN DEL
MUNDO. Es el FIN DE UN MUNDO pasado de fecha, del que hay que
desaprenderlo, si no todo, casi todo para no volver a intoxicarnos (con “x” de execrable).
Delirante; en CasaChina. En un
Sábado de Gloria de 2020
[1]
DANIEL: profeta autor del Libro de Daniel, que predijo la muerte del rey
Baltasar.
[2]
EL GRAN TEATRO DEL MUNDO: Auto Sacramental, de Calderón de la Barca, en el que
los personajes, tras recibir vestiduras teatrales con las que representar su papel,
son desposeídos de las mismas para recuperar su verdadero aspecto.