VA DE...Batiburrillo literario

sábado, 3 de octubre de 2020

AUNQUE NOS ESTÉN MATANDO DE TRISTEZA

112/2020

PERDONÉMOSLOS

NO SABEN LO QUE SE HACEN

No puedo evitarlo. Me sigue fascinando esta estulticia con la que insistimos en defender a sangre y fuego los colores ajenos, mientras todos, incluidos ellos, nos estamos muriendo solos, con los ojos muy abiertos y sin saber qué es lo que nos pasa. Y me pregunto: ¿perseveraremos, después de muertos y enterrados, en sacar de la tierra las manos desencarnadas para seguir blandiendo esos colores cada vez más desteñidos con los que nos están emborronando el paisaje, a fuerza de no saber lo que se hacen?

 

En CasaChina. En un 3 de Octubre de 2020

 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

SESIÓN DE LOS MÍERCOLES

 

111/2020

(El virus de la cizaña)

      Ahí están. Dos mujeres en su papel de voceras segundonas metiendo cizaña. Dos desenvueltas “representantes del pueblo”, dos “madres” de una patria sin despensa, tupiéndose con esa rancia contundencia parlamentaria, más propia de aprendices de marimachos en tiempos de bonanza que de digna cordura de pandemia compartida.

         Escuchándolas, me entra el regomello de otras veces; si lo de la tan manoseada como malgastada “igualdad de género” no la estarán convirtiendo en otra cosa que esta maestría en lo de vilipendiarse con volumen de cine de barrio y contundencia gonadal y navajera, y vuelvo a recordar aquella frase del “no es esto, no es esto” del estupefacto filósofo ante el oprobio de lo más sagrado: la vida.

         “Tú, tunante”.

         “Tú, más”.

         “Ustedes, rojillos, hicieron…”.

         “Ustedes, azuletes, dejaron de hacer…”.

         (Plas, plas, plas. Manidos y esquizoides aplausos cada tres escaños sin mascarilla).

         Nuevos vituperios a voz en grito y ceño retorcido bajo unas cejas depiladas a escuadra y cartabón.

         Usted, señoría no me va a dar lecciones a mí…”

         (Me acomete un estremecimiento pedagógico, un repullo de vocativo de voseo maltratado por un“usteo” de escaño provisorio, ese uso ramplón de primera persona interpelativa precediendo al “señoría”).

         Engorda el barullo de gallinero con los palos sin baldear, bajo la cristalera emplomada y tiroteada de un mal llamado parlamento, cuando, visto lo visto, y oído lo oído, debiera llamarse charco de ranas, o de aguas estancadas en pilón de trapos sucios sacados a solear antes de echarles un buen ojo de jabón, y desinfectarlos con polvos de colar.

         ¿Acaso no se han enterado de que los viejos lavaderos de cacas sin digerir han desaparecido bajo la piqueta inclemente de un enemigo común e invisible?

         Comienzo a entender al tal Zorrilla, cuando, al paso de la farándula callejera enmascarada, exclamaba aquello:

”Cuán gritan esos malditos.

Pero, mal rayo me parta

si en concluyendo esta carta

no pagan caros sus gritos”.

          ¡Voto a bríos que lo pagarán! O lo pagaremos. Porque este tren sin railes nos pilla a todos como no nos pongamos todos a pararlo.

          “Cuán gritan esos malditos…”

¡Vaya despertar!

         Apago la radio hastiada, y afino el oído.

         Escucho cómo avanza furtivo un silencio de dolor, de hambre y de cansancio; rostros conciudadanos abrumados tras ventanas clausuradas de nuevo por la tristeza; silencio que contrasta con el ruido que siguen haciendo estos bien pagados sin copla propia.

Vivo en la frontera de uno de esos barrios “restringidos” por la nueva ola del contagio, que vuelve a silenciar el aire contaminado del peor de los virus: el virus de la contagiosa discordia parlamentaria. Un barrio que, antes de lo del otro virus, no era ni rico ni pobre, sino todo lo contrario, y donde ayer mismo veía dos largas columnas nutridas por los nuevos miserables. Una de las columnas, bajo el sol de un otoño recién estrenado lleno de incertidumbres, sesteaba apenas a la puerta trasera de la parroquia a la espera de una caridad con la que llenar el plato de la cena, acarreando gastadas bolsas de indigencia colgadas de una mano mientras con la otra trataban de ocultar la vergüenza de un rostro mendicante de nueva generación.

La otra columna estaba a la puerta del centro de salud, (lazaretos del s. XXI) y daba la vuelta a la manzana, con la inútil cartilla sanitaria usada de visera oteando la escasez de batas blancas.

¡Tanta pena, Dios mío, tanta pena! Sólo el silencio nos devuelve un mínimo de dignidad ante tanto dolor compartido.

Pero ellos, contumeliosos agraviadores con certificado de idoneidad, tienen que justificar sus sueldos a grito pelado, tupiéndose como ganapanes de trasnochado muelle, con olor a brea decimonónica.

¿Se habrán enterado de que quienes sudamos para bienpagar sus improperios de catecismo laico nos estamos muriendo de miedo, de hambre y de tristeza?

         ¡Dita sea, paren ya!

 En CasaChina. En un 23 de Septiembre de 2020.

sábado, 19 de septiembre de 2020

PARTIDARIA, SÍ. PARTIDISTA, NO: that is the question

La pregunta es la forma suprema del saber

HEIDEGGER

 Y me pregunto yo: ¿Y ahora, qué? ¿Van a seguir galleando?

No tengo la menor duda. Esto del “Covid19” es un revulsivo quitalegañas, que viene a abrirnos los ojos; una especie de guerra universal con la que el cosmos ha venido a bajarnos los humos y a subirnos la consciencia.

A falta de grandes guerras de las de antes que echarse a la boca,(y al bolsillo), hace tiempo ya que el mundo se convirtió en una gran gallera cosmoparlamentaria, en la que los amos del plumaje de colores simulan tupirse entre ellos de mentirijillas, antes del almuerzo colectivo pagado con los dineros del gallinero.

Mientras tanto, a nosotros, sus gallitos “kikiriquises” y titiritainas, catequizados con la engañifa de la falsa sangre teñida con anilina, nos echan a pelear en el palenque de las siglas coloristas hasta desangrarnos de verdad a leucocitazo rampante, bajo la embestida guiada de un espolón hermano, armado por los amos del mundo con cuchillas falseadas.

Cuando, en nombre de “la paz” de los voceros, le echaron el cierre a la santabárbara de las armas convencionales, nosotros, cándidos como un bulto, aprendimos bien pronto a imitar y matarnos a palabrazo limpio; y ellos, satisfechos de la labor bien hecha, nos azuzaban en nombre de no sé bien qué discurso plano, asentado en el ingenio del agravio lanzado desde las trincheras/tribunas, eso sí, a todo volumen, semejante a aquellos chillones altavoces de los cines de mi pueblo, precedidos de “emblema” obligatorio, colorete de pimentón y caracolillo lustrado con brillantina y pegado con fijador del de después de “nuestra Guerra”.

Con los nuevos tiempos, el mundo abandonó las trincheras a cielo raso por insalubres y obscenas, y se inventó otros frentes más o menos virtuales, donde los cadáveres en descomposición, aunque fueran pollada de gusanos, aparentaran ser incoloros, inodoros e insípidos.

Nosotros, los convalecientes, también.

“Españoles: la guerra ha terminado” −mintieron los altavoces, momentos antes de taparles los ojos a la guerra frente a madrugadores e imperturbables pelotones de fusilamiento que disparaban al entrecejo de la esperanza aún superviviente.

*   *   *

“Españoles: Franco ha muerto”. Y nos dio por creer que restaur el atalaje de la democracia dependía del volumen del insulto cruzado delante de las cámaras, y de la habilidad sibilina desplegada para alimentar “microguerras” invisible y clandestinas, que imaginaron −pobres locos− que podrían manejar a su antojo por los siglos de los siglos.

Contemplo ahora el paisaje de la gallera, bajo la lupa de esta pandemia díscola e ingobernable hasta para los galleros, y me reconforta vislumbrar que los seres humanos de a pie, uno a uno, cual galeotes redimidos sorpresivamente del miedo a los galleros por el avance de la peste, estamos aprendiendo a manejar los remos de nuestra vital travesía sin necesidad de cómitre que nos enardezca. Sólo nos falta aprender a bajar el volumen de la asertividad, y sacudirnos las cuchillas para poder utilizar nuestros espolones sin artificios.

Existen −ya estoy más que segura− un sinnúmero de "microguerras" precursoras, casi tan invisibles como el Covi-19, semejantes a esporas emponzoñadas, que nos infectan a los infelices de siempre con un arma peligrosísima, para cuya usanza todos fuimos adiestrados en empuñar: la del "TÚ MÁS" mal llamado “parlamentario”.

El “divide y vencerás”, por muy tosco que sea, −que lo es− está más vigente que nunca entre los viejos galleros, secuaces del poder; y todos nosotros no seremos mucho más que desaforados parlantes, moribundos de larga duración, pudriéndonos en la trinchera de la discordia mientras nosotros mismos "sostengamos" esas "microguerras" a través de la legitimación visceral del "partidismo" rampante, embaucador, fabricante de sicarios, amaestrados con perversidad y utilizados como mesnada; tropa que arrojar por delante para abrirle camino a la caballería apocalíptica.

Por si acaso, quiero dejarlo dicho: Tras la visita del penúltimo jinete del apocalipsis, me declaro ASERTIVA PARTIDARIA de la conciliación parlamentaria. Pero que nadie me busque como VISCERAL PARTIDISTA de los galleros parleros.

Claro que, bien mirado, nadie va a venir a buscarme. Porque ¿para qué van a hacerlo?

¿Qué ganan con venir a buscar a una poeta?

Aunque, si me paro a hacer cábalas, aquí, la única ganadora soy yo. Porque, a estas alturas, ya no soy rentable.

 En CasaChina. En un 19 de septiembre de 2020.

sábado, 12 de septiembre de 2020

IMPENSABLE. IMPOSIBLE LA "NUEVA NORMALIDAD"

           106/2020

         Y yo, a pesar de la machaconería con que se insista en repetirse en mi entorno, me niego a pensar en la posibilidad de su existencia.

 Me refiero a eso que llaman “la nueva normalidad”.

        Es impensable.

        Es imposible.

         Jamás volveremos a los tiempos de la inocencia culpable y tontorrona; aquellos tiempos en los que creíamos en la existencia de un mandamiento nuevo nunca escrito con letras de imprenta, pero que germinaba en nuestro interior como una mala semilla acurrucada en los intersticios de lo peor de nosotros mismos:

“Odiaos los unos a los otros”.

Por mucho que, los que viven de tupirse con manifiesta indigencia léxica, se desgañiten intentando reconducirnos a esa “nueva normalidad”, es impensable que vuelvan los tiempos en los que el enemigo era cualquier esbirro adorador de siglas desteñidas por los colores de viejos lapiceros sin punta dentro de plumieres obsoletos; por mucho que escuchemos lo de “a las trincheras de lo irracional, que vienen los malos”, nadie saltará desde su embotamiento hasta esa guerra ajena.

Ahora, tras el estupor del Largo Silenc

io a lo invisible
, sabemos que nuestro enemigo es común, activista infatigable y demasiado pequeño para que nadie pueda señalarlo con el dedo índice apuntando en la dirección más rentable.


 Creedme: es impensable, es imposible volver a aquello.

Lo nuevo, esto que vino sin que nadie pudiera manejarlo, adoctrinarlo o sobornarlo, es tan anormal que merece la pena intentar vivirlo sin normalizar viejas maneras.

Así que vayamos pensando en un “esto” nuevo muy distinto a aquella “normalidad” hecha de miradas torcidas y obediencias bovinas −que no “bobinas”− de rumiantes de sospechas baladores de odios, inoculados como una vacuna contra el bendito virus de la bonhomía.

El precio que hemos pagado para enterrar aquella normalidad junto a nuestros muertos ha sido demasiado alto.

¡Bien venidos a lo anormalmente nuevo! Time to Say Goodbye de Catrin Welz-Stein

En CasaChina. En un 11 de Septiembre de 2020

 


sábado, 5 de septiembre de 2020

PANKEIO: EL PASTOR DE LUMBRES

 105/2020
(Fábulas de Aznaiteia)

Solo unos pocos iniciados ven más allá de las fronteras de lo lógico.                                    Ellos son los magos.

          Curiosamente, ese año, cuando todos esperaban que aquellas minúsculas fogatas que comenzaban a despuntar aquí y allá en mitad de la noche, dispersas a lo largo y ancho por el Valle de los Lloros, acabaran juntándose entre ellas, hasta consumar el gran incendio que los más viejos venían vaticinando desde siglos atrás, los lugareños de la Aldea del Remonte escucharon silbar al pastor, y alcanzaron a ver, sin asombrarse demasiado, cómo las lumbres se organizaban y se ordenaban, como si fueran un gran rebaño, bien enseñado y sumiso, que emprendía el camino, barbecho alante, engullendo, voraz a su paso, los desperdicios que las hoces de la siega habían abandonado sobre lo llano de las hazas amarillas.

         Entre silbos expirados y chifle de dulzaina, el pastor guiaba a sus lumbres con precisión de flautista de Hamelin. 

        Hubo quienes, conservando todavía un tímpano sin malograr, alcanzaron a oír hasta el rechinar de los dientes de las lumbres segando la ponzoña.

         −¿No habíamos prohibido la quema de rastrojos? −se enfurruñó el alcalde desde el otero más esquinado del Remonte.

         −Sí señor −respondió el municipal− pero ya no quedan rastrojos que quemar en mitad de tantísimo barbecho.

−No vas a negarme a mí lo que están viendo mis ojos.

−No señor; Dios me libre. Yo estoy aquí para servirle a usted. Lo que le digo es que ese pastor que usted conjetura, y al que quisiera enchironar para acallarle su dulzaina, tal parece que sabe manejar y persuadir a su hato sin necesidad de soliviantos. Creame usted si le digo que, a la larga, por donde pasa va dejando más beneficio que perjuicio. Y si no, mire usted lo ordenadicas que lleva sus lumbres, avanzando a tajo, guardando siempre las distancias entre ellas y alimentándose de las basuras desdeñadas durante la siega. Y es que, ya se sabe: donde haya un pastor de lumbres con oficio, que se quiten los bomberos voluntarios.

−Pero la ley es la ley.

−Si usted lo dice…

*   *   *

Nadie cayó en la cuenta de que, al año siguiente, tras el parejo paso estival de El Pastor de Lumbres, la Aldea del Remonte no recibió la visita de la ponzoña.

Entonces comenzaron a olvidarse de Panakeio, que así se llamaba aquel pastor de lumbres, y volvieron a pensar otra vez en lo rentable de la siega, aunque luego, año tras año, fuera apelotonándose el peligro reseco de los rastrojos por quemar.

 En CasaChina. En un 5 de Septiembre de 2020

TU DERECHO A DECIRLO

  (Periodiqueando)   ¿Tolerante yo? ¡Vamos, anda! A ver: ¿quién de nosotros nos atreveríamos a sostener que "toleramos" a quiene...