(93/2021)
(Croniquilla de actualidad
recién horneada)
Lo de los
tres poderes −legislativo, ejecutivo y judicial−
viene a ser un inevitable sonsonete convertido en reto: quien tenga algo
mejor, que levante la mano.
Lo de “legislativo”, “ejecutivo” y “judicial” queda como muy
aparente para recitarlo de memoria; pero yo no puedo evadirme de recelar sobre la
crueldad de su encabezamiento: ¡PODER!
No tengo la menor duda de que eso del “poder”, así, de a
primera vista, tiene su gancho para cualquiera no esté dispuesto a pararse a
pensar que quienes lo ostentan, −el poder, digo− nos enseñan la parte más bullanguera
y brilli-brilli del mismo, siquiera para no quedar mal por ser portadores de
semejante gusarapo, guardándose muy bien para ellos esa cosa tan espeluznante
que, a manera de fatal espícula, siempre va unida al poder, y que se llama miedo. Miedo a perder el “poder temporal”,
sobre todo si se ha obtenido a dedo, y por el hecho de vestirse por la cabeza
en lugar de por los pies, dicho que, si hacemos caso a lo que se dice en lo de
las redes sociales, significa algo así como haber tenido el honor de nacer macho, y, en
consecuencia, portador de tradicionales valores masculinos, como el honor y
la dignidad, valores que al hombre se le suponen y a la mujer se le recelan.
Vaya: algo parecido al título de <CON FALDAS y A LO
LOCO>, aquella magnífica e inolvidable película con su definitivo final del “sostenella
y no enmendalla” que aparece en “Las mocedades del Cid”:
“Nadie es
perfecto”
Hay un otro (gran) poder −sin valor numérico ordinal−. Otro
gran poder que supera a cualquiera de los poderes que en el mundo fueron y
serán: el poder de no tenerlo. Porque sólo quien no tiene poder no tiene
miedo a perderlo.
Viene
todo esto a cuento de que aquí en España acaban de cambiar de ministros, que es
algo así como renovar el fondo de armario, sin pararse a pensar que cualquier
renovación y desecho de lo textil es de lo más contaminante para la naturaleza
en la que tenemos que seguir respirando mientras haya aire.
Pues eso: que quien manda
(ahora) −y lleva la banca en el juego− se ha descartado de la morralla de
naipes residuales, y ha rellenado los agujeros con varias mozuelas, jovenzanas
ellas y pletóricas de “aquí-estoy-yo”.
Escuchando la bulla de dianas
floreadas que acompañan como siempre a estos avatares, voy y me pongo retórica,
y me echo a enunciar ese corroído “¿y si…?” que a todos se nos ha pasado por la
mollera alguna vez.
¿Y si…?
Al hacer recuento de los años
que llevo ya vividos y a la espera, me pienso yo que, en longevidad, daría
la talla para rellenar el puesto de por lo menos dos ministras de esas que quien manda
(ahora) ha señalado con su dedo redentor, −¡no va más!− dispuesto
según él a rebajar la tasa de edad del “ejecutivo”. Por otra parte, soy mujer,
cosa que parece que, para quien manda (ahora), constituye un plus “meritacional”
con cierto tufillo a aquello de lo de la “discriminación positiva”. Porque,
digo yo: si no fuera por eso, ¿qué necesidad había de ufanarse, en plan danza
acrobática de apareamiento pajarero, gorjeando que “en toda Europa no hay
gobierno con más presencia femenina”? Para mí, cazurra por naturaleza, que eso no
queda bonico. Como no lo quedaría −un suponer− si lo dicho fuera “en toda
Europa no hay gobierno con más testosterona de cuerpo presente”.
Pero, a lo que íbamos: que
si a mí, siendo mujer (meritoria), me pilla con cuarenta años, y me llega la
llamada a filas de quien manda, de seguro que me pongo a hacer palma
con las orejas.
Es un decir; como lo de “vestirse
por los pies”. Porque lo de “hacer palmas con las orejas” convendrán
conmigo que es tan rimbombante en su enunciado
como imposible en su ejecución.
Hacer palmas con las orejas es tan
imposible como el que a una servidora, por muchos “y-sis” que le encendiera a
Santa Rita, la llamaran −a cualquier edad− para incorporarme a filas en el
PODER EJECUTIVO, siendo, como siempre he sido, una contumaz prófuga irredenta
de cualquier poder provisional.
Yo soy de las de para siempre,
…que no deja de ser otro imposible.
A estas alturas −de los
cuarenta elevados a “n+n”−, pienso que lo de refocilarse por el hecho
transitorio de ser señalada a dedo por quien manda es un “pan-para-hoy”,
que se enflorece en la talega de los sapos atragantados antes de que quien manda
(en cualquier momento) acabe de merendarse el bollo mal que bien
horneado.
Porque,
¡a ver! ¡Quién va a querer merendarse un cardo borriquero sin catecismos!
Y es que, hay que ver lo
desairado que debe quedar eso de que quien manda (en
cualquier momento) remplace su “ejecutivo” dedo índice por el tramoyista pulgar,
y, tras ventear la dirección del viento, cambie la orientación del dedo, para
acabar echando a los leones a quienes se metieron en los sótanos de semejante
circo.
O, lo que es peor: que a quien manda
(ahora) se le arrodeen los gustos acerca del atalaje y el
colorido del armario, y la mande a una al ruche en mitad del juego, al mismo
tiempo que le sonríe a las cámaras con cara de feminista televisivo recién egresado.
En CasaChina.
En un 12 de Julio de 2021