VA DE...Batiburrillo literario

sábado, 24 de julio de 2021

EL MURO DE LOS SINTIEMPO

98/2021

        Uno de esos “hoy es el cumpleaños de…” que se gasta FACEBOOK me recuerda que hoy es el cumpleaños de quien, desde hace pocos años, no volverá a cumplir más años.

        No dejó dispuesto qué se debía hacer con su cuenta de FACEBOOK, ni parece que nadie quiera borrar la memoria de sus pasos por entre esta plaza pública de los “SinTiempo”, lo que me permite imaginar que, a la vuelta de cualquier “MeGusta” de paso, pudiera aparecer algún señuelo suyo que me alerte de cómo es eso de morirse de repente, pero seguir cumpliendo.

        “Alguna vez tendrá que ser” −me digo, mientras escribo dos o tres párrafos con los que despachar estas medio-ganas de comprobar quién anda al otro lado de mis letras−. Es entonces cuando vienen a mi memoria aquellos versos de JOSÉ ÁNGEL BUESA, que alguna vez le tomé de prestado como si fueran míos, y han sido como gritos silenciados en la vida de casi todos los humanos que en el mundo fueron, son y serán:

“Pasarás por mi vida sin saber que pasaste.
Pasarás en silencio por mi amor y, al pasar,
fingiré una sonrisa como un dulce contraste
del dolor de quererte… y jamás lo sabrás”
.

        De la misma manera que tenemos esos muros todavía palpitantes de “hoy es el cumpleaños de…”,  hoy me gustaría que existiera un muro donde dejar reseñas y cintas de colores a los ausentes, esos que siguen cumpliendo años sin poder cumplirlos ya.

Yo, mientras tanto, escribo mis propios versos para quien ya no podrá leerlos.

        (O sí).

 DESTIEMPOS

(63/2021)

El corazón es un inculto funcional que, cuando quiere dárselas de listo, escribe versos con rima desfasada, y los regurgita como si fueran a latírsele por la boca.

Pasamos por las cosas como almas en pena

que no saben que pasan, de paso, a un más allá,

y las cosas nos pasan como si no pasaran

igual que empavesados soplos de eternidad.

Luego el silencio eterno se desgañita y gime

con su abultada carga de cosas sin hablar

aguijando el tormento de todo lo callado

y escribiendo en silencio lo que no se dirá.

 

Ya pasaste. Y ahora, ¿cómo poder decirte

que guardé mil silencios casi sin estrenar?

Que quisiera entregarte todo lo que no dije

y ya no encuentro alientos, ni el tiempo, ni el lugar.

He sembrado palabras como se siembra el trigo:

al voleo y en otoño, sin pararme a pensar

si al volver la mirada sobre el grano esparcido

alguien habría arrancado mi desgana o mi afán.

Entre tanto, tú estabas −sospecho− que a la espera

de esa palabra única que no te supe dar.

Y ahora es algo tarde; no sé a dónde escribirte,

ni el tiempo sabe darme otra oportunidad.

 

En CasaChina. En un 24 de Julio de 2021

viernes, 23 de julio de 2021

ALGO ES ALGO


          Lo adopte como mascota durante la tercera fase de la soledad, como podría haber adoptado a cualquier otro ser vivo autosuficiente, aún a riesgos de padecer la incomprensión de los ortodoxos del asunto. Y de los grandes dependientes.

       Antes de explicar lo de mi nueva mascota, quizá debiera comenzar por referirme a las tres fases en que yo clasifiqué la soledad hace algún tiempo: la primera viene a ser la del desconsuelo; le sigue la del asentimiento, y la tercera desemboca en un asentamiento glorioso. La tercera es esa en la que, tras atravesar la de estar más triste que una cebolla partida en gajos, se comienza a transitar hacia el sugestivo pacto con la posesión exclusiva y excluyente de las cosas, hasta llegar al orgasmo del silencio.

        Quizá la fase más peligrosa es la primera, porque en ella se puede intentar matar la soledad con lo primero que crees que te hace compañía, y se lanza una al barranco de cabeza y sin paracaídas, hasta que es demasiado tarde para recular. Es entonces cuando se apercibe la realidad con una lucidez aplastante: que una “MascotaPerro deja efluvios olorosos por toda la casa a cambio de tres lametones de nada cuando menos se te apetecen; una “MascotaPlanta”, suponiendo que se haya tenido el poco talento de descartar la chumbera y otros cactus, suele ser tiránica en sus requerimientos: “que si sacame al sol…, que si aquí hay mucho sol…, que no irás a dejarme al relente como a una acelga cualquiera…, que cómo andamos de abono… Y, además, a riesgo de hundirte en la miseria de la mustiez culpable, demanda riego hasta en ese fin de semana en que has quedado con un posible “MascotaHumano”, de esos que te llegan tan embetunados y planchadicos ellos el primer día, y, a la primera de cambio, te insinúan que si no podrías ir planchándolo tú mientras él pone en “TuTocadiscos” esa música ratonera que habías conseguido arrinconar cuando lo de “al-fin-sola”.

    Lo de la segunda fase de la soledad tiene su aquel. Viene a ser como el−otoño−de−los−clínex, en el que las lágrimas tontorronas de la primera fase comienzan a nublarte la visión cada vez con menos frecuencia, hasta que el acuífero se reseca, dándole cuartelillo al rímel y al mocoseo. Es entonces cuando una −por lo menos, en mi caso− con los ojos clareados, se da cuenta de que las cosas están siempre donde tú las dejaste, y que nadie viene a mirarte con esas aviesedudes acusadoras de “donde-está-la-balleta-del-polvo”. Yo la llamo la etapa del “endueñamiento”, que es muy distinta a la del “adueñamiento”. En aquella, tomas conciencia de que la dueña eres tú, mientras que en esta no queda otra que adueñarte de lo que sea antes de que alguien llegue antes.

         De verdad que lo de endueñarte del “EspacioContinente”, y de las “CosasContenidas”, sin nadie con quien disputarlos arrancándose los pelos, es como lo de perder la virginidad en lecho experto y SineDíe.

         Bueno, pues ya he aclarado lo de las etapas de la soledad, lo cual que me devuelve al punto por el que empecé: lo de mi mascota.

         No voy a negar que, dada la etapa en que llegó a mi vida esta mascota, ni la necesitaba, ni me necesitaba, lo cual, en cualquier clase de amor −por uno mismo−, es una garantía de éxito. Pero aquellos ojos suyos, redondos, táctiles y retráctiles tuvieron la virtud de engatusarme, y de cobrearme −con “e”; derivado de cobra y no de “lo otro”− de tal forma, que decidí ponerle cerco y estuve no sé cuánto tiempo al acecho para descubrirle las intenciones, los faranduleos y, a ser posible, la guarida. ¡Vano intento! Aquella criatura no estaba dispuesta a darme la más mínima pista. Merodeaba de aquí para allá, perezoseaba, dejaba tras de sí brillantes rastros adherentes, dirigía los ojos adelante y atrás como a la busca de enemigos de los que huir… Llegué a la conclusión de que no me quedaba otra que intentar un acercamiento táctil pues, a aquellas alturas, ya me había dado cuenta de que lo suyo no era el comadreo de esquina.

        ¿Por qué no intentarlo con los ojos?, −pensé, al mismo tiempo en que alargaba mi índice hacia su mirada prominente.

        “¡Quita p’allá!”.

        Eso fue lo que interpreté yo ante aquella manera tan suya de replegarse, sumirse y ensimismarse, dejando al alcance de mi dedo la fragilidad de su particularísima dureza habitable.

        Y el silencio.

        ¿Despecho? ¡Quiá! No soy yo de insistir cuando me huyen ni de huir cuando pienso que aún pudiera ser. Así que detuve toda actividad −cosa especialmente fácil para mí− y quedé a la espera.

      Las esperas, si son de las de no esperar nada en concreto, suelen dar su resultado positivo. No habían pasado ni diez minutos cuando sus ojos, en el extremo de sus hechuras, regresaron avizor. Y hasta imaginé que me miraban con cierto descaro.

Luego pasó lo que pasó: que yo me enamoré de sus eternos y hospitalarios silencios huidizos, él se enamoró de los yerbajos de mi jardinillo, y aquí estamos los dos, como a nosotros nos gusta: sin esperar nada el uno de la otra y viceversa y haciéndonos compañía sin hacer bulto. Así que, ya puestos, lo he adoptado como mascota.

Algo es algo.

De todas formas, aunque sólo sea por la inutilidad de lo de la correa, reconozco que no es corriente tener por mascota a un caracol.

 En CasaChina. En un 22 de Julio de 2021

 

lunes, 12 de julio de 2021

EL OTRO (gran) PODER

(93/2021)

(Croniquilla de actualidad recién horneada)


     Lo de los tres poderes −legislativo, ejecutivo y judicial− viene a ser un inevitable sonsonete convertido en reto: quien tenga algo mejor, que levante la mano.

     Lo de “legislativo”, “ejecutivo” y “judicial” queda como muy aparente para recitarlo de memoria; pero yo no puedo evadirme de recelar sobre la crueldad de su encabezamiento: ¡PODER!

        No tengo la menor duda de que eso del “poder”, así, de a primera vista, tiene su gancho para cualquiera no esté dispuesto a pararse a pensar que quienes lo ostentan, −el poder, digo− nos enseñan la parte más bullanguera y brilli-brilli del mismo, siquiera para no quedar mal por ser portadores de semejante gusarapo, guardándose muy bien para ellos esa cosa tan espeluznante que, a manera de fatal espícula, siempre va unida al poder, y que se llama miedo. Miedo a perder el “poder temporal”, sobre todo si se ha obtenido a dedo, y por el hecho de vestirse por la cabeza en lugar de por los pies, dicho que, si hacemos caso a lo que se dice en lo de las redes sociales, significa algo así como haber tenido el honor de nacer macho, y, en consecuencia, portador de tradicionales valores masculinos, como el honor y la dignidad, valores que al hombre se le suponen y a la mujer se le recelan.

     Vaya: algo parecido al título de <CON FALDAS y A LO LOCO>, aquella magnífica e inolvidable película con su definitivo final del sostenella y no enmendalla que aparece en “Las mocedades del Cid”:

“Nadie es perfecto”

 

           Hay un otro (gran) poder −sin valor numérico ordinal−. Otro gran poder que supera a cualquiera de los poderes que en el mundo fueron y serán: el poder de no tenerlo. Porque sólo quien no tiene poder no tiene miedo a perderlo.

 

        Viene todo esto a cuento de que aquí en España acaban de cambiar de ministros, que es algo así como renovar el fondo de armario, sin pararse a pensar que cualquier renovación y desecho de lo textil es de lo más contaminante para la naturaleza en la que tenemos que seguir respirando mientras haya aire.

 

Pues eso: que quien manda (ahora) −y lleva la banca en el juego− se ha descartado de la morralla de naipes residuales, y ha rellenado los agujeros con varias mozuelas, jovenzanas ellas y pletóricas de “aquí-estoy-yo”.

 

Escuchando la bulla de dianas floreadas que acompañan como siempre a estos avatares, voy y me pongo retórica, y me echo a enunciar ese corroído “¿y si…?” que a todos se nos ha pasado por la mollera alguna vez.

¿Y si…?

Al hacer recuento de los años que llevo ya vividos y a la espera, me pienso yo que, en longevidad, daría la talla para rellenar el puesto de por lo menos dos ministras de esas que quien manda (ahora) ha señalado con su dedo redentor, −¡no va más!− dispuesto según él a rebajar la tasa de edad del “ejecutivo”. Por otra parte, soy mujer, cosa que parece que, para quien manda (ahora), constituye un plus “meritacional” con cierto tufillo a aquello de lo de la “discriminación positiva”. Porque, digo yo: si no fuera por eso, ¿qué necesidad había de ufanarse, en plan danza acrobática de apareamiento pajarero, gorjeando que “en toda Europa no hay gobierno con más presencia femenina”? Para mí, cazurra por naturaleza, que eso no queda bonico. Como no lo quedaría −un suponer− si lo dicho fuera “en toda Europa no hay gobierno con más testosterona de cuerpo presente”.

Pero, a lo que íbamos: que si a mí, siendo mujer (meritoria), me pilla con cuarenta años, y me llega la llamada a filas de quien manda, de seguro que me pongo a hacer palma con las orejas.

Es un decir; como lo de “vestirse por los pies”. Porque lo de “hacer palmas con las orejas” convendrán conmigo que es tan rimbombante en su enunciado como imposible en su ejecución.

Hacer palmas con las orejas es tan imposible como el que a una servidora, por muchos “y-sis” que le encendiera a Santa Rita, la llamaran −a cualquier edad− para incorporarme a filas en el PODER EJECUTIVO, siendo, como siempre he sido, una contumaz prófuga irredenta de cualquier poder provisional.

Yo soy de las de para siempre,

…que no deja de ser otro imposible.

 

A estas alturas −de los cuarenta elevados a “n+n”−, pienso que lo de refocilarse por el hecho transitorio de ser señalada a dedo por quien manda es un “pan-para-hoy”, que se enflorece en la talega de los sapos atragantados antes de que quien manda (en cualquier momento) acabe de merendarse el bollo mal que bien horneado.

Porque, ¡a ver! ¡Quién va a querer merendarse un cardo borriquero sin catecismos!

Y es que, hay que ver lo desairado que debe quedar eso de que quien manda (en cualquier momento) remplace su “ejecutivo” dedo índice por el tramoyista pulgar, y, tras ventear la dirección del viento, cambie la orientación del dedo, para acabar echando a los leones a quienes se metieron en los sótanos de semejante circo.

O, lo que es peor: que a quien manda (ahora) se le arrodeen los gustos acerca del atalaje y el colorido del armario, y la mande a una al ruche en mitad del juego, al mismo tiempo que le sonríe a las cámaras con cara de feminista televisivo recién egresado.

 

En CasaChina. En un 12 de Julio de 2021

 

TU DERECHO A DECIRLO

  (Periodiqueando)   ¿Tolerante yo? ¡Vamos, anda! A ver: ¿quién de nosotros nos atreveríamos a sostener que "toleramos" a quiene...