32/2023
Dijeron
que eran cuatro
los
niños perdidos,
y
hallados en el templo de la selva.
(Oremos
por los ángeles caídos
en
todos otros templos del rencor.
Oremos
por los otros).
A
todos los que quieran escucharlo:
cuentan
ellos ahora
(me
refiero a los niños; no a los otros)
que el
cielo estaba azul,
lo
mismo que los ojos del gato del poblado,
cuando
un vértigo fatal, calamitoso,
arrastró
sin piedad su bastimento
hasta
el infierno verde.
El
cielo
entonces
se hizo verde, muy verde.
Muy
verde.
Muy cansino.
Muy
miedo.
Sin
estrellas.
Lesly
la
más grande entre todos
nos
contaba
−cuentan
los más pequeños−
muchos
cuentos de estrellas, cada noche,
antes
de que cerrara nuestros ojos
con
besos que sabían a mosquitos
a polvo
de iniciático poporo
y a
hojas remojadas de jacinto.
Luego
la
hora de dormir se volvía negra
allá
arriba: en lo verde.
Y
Lesly se volvía
un
sagrado nuhué con tres chinchorros
y una
sola plegaria:
No
olviden el temblor de las estrellas cuando sueñan
−decía
Lesly−
es la
única senda que conozco
para lograr
volver al cielo azul
de la
concordia.
Algunas
veces
un
pájaro metálico graznaba encima de lo verde
anunciando
lo azul
y lo
divino de tiempos sin zozobras:
el jugo
alimenticio del kuibolo,
el sacrosanto
fuego de la tulpa,
la tierna encrucijada del abrazo,
los
otros:
otros
otros.
¡La
otredad indulgente de los otros!
Y
bajaron los ángeles del cielo
a
prestarnos sus alas
de
nuevo Azul.
Celeste.
En CasaChina.
En un 10 de Junio de 2023