VA DE...Batiburrillo literario

domingo, 1 de diciembre de 2024

LOS CADÁVERES DEL AGUA

 

  (Periodiqueando)

Porque dar de beber al sediento es cultivar arcoíris...

79/2021

        La alertó el anhelado repiqueteo en los cristales que identificó de inmediato. Llegaban las lluvias. Con ellas, reaparecerían sus equívocos amantes.

        Se calzó las viejísimas katiuskas, postrer regalo del padre antes de eclipsarse; atravesó la memoria de los corrales traseros y salió a los lodazales, invocando aquel brío juvenil que la fue abandonando a lo largo de los años, sin que por eso desistiera de su tenaz empeño.

        −¿A dónde vas, mujer? −escuchó al hombre−. A tus noventa años, ¿aún crees que podrás atraparlos?

        −¿Piensas que, si creyera que eran inalcanzables, habría empleado toda una vida en perseguir arcos iris?

 

En CasaChina. En un 4 de Julio de 2021

 

 

viernes, 29 de noviembre de 2024

EL ALIENTO DEL PARQUE

 

(RepliCuentos)

Réplica al cuento de Juan Revelo Revelo

EL FANTASMA DEL PARQUE

204/2024

Dicen sin mucho fundamento que desaparecieron de la ciudad como habían aparecido: sin que nadie lo notara.

Salvo el árbol. Aquel árbol a cuyos pies se diría que nadie hubiera segado la maleza durante largos años, y en cuya corteza seguía endureciéndose y degradándose el grabado de los nombres de sus abuelos junto a un corazón atravesado por un dardo.

Meses antes el último superviviente que llegó a conocer en todo su esplendor el Hotel Alférez Real, tras un nostálgico paseo vespertino en el que tuvo un encuentro con su memoria, había escrito algo sobre la extraña muerte de su abuela en 1956, arrastrada por las aguas crecidas del río Cali, tras precipitarse al vacío desde el Puente Ortiz, sin aclarar si fue un accidente o algo distinto. En eso que escribió apuntaba la posibilidad de que el fantasma del que tanto se habló a raíz de la muerte violenta del jefe de vigilantes del Hotel Alférez Real de Cali fuera el del pobre empleado del hotel, asesinado, según se especuló, por un marido celoso; o, acaso el de su abuela, muerta de forma tan sin explicar.

Parece que poco después de haber escrito acerca de tactos imperceptibles sobre su hombro, de susurros ininteligibles y de presencias fantasmagóricas en el Parque, se recibió una citación, firmada por el juez del distrito, demasiado joven para entender, recién incorporado a su puesto, y dispuesto a aclarar de una vez por todas la identidad del fantasma.

Pero la dirección reseñada en la citación ya no existía, a pesar de lo cual llegó a su destinatario.

La citación iba a nombre del escritor, y le conminaba a presentarse en el Juzgado “con cuantos elementos probatorios obren en su poder o tenga a su disposición sobre la identidad de la voz que dijo que le había susurrado al oído no sé sabe qué, que igualmente deberá aclarar”.

Había también una última frase que el escritor interpretó como una velada amenaza: “…bajo riesgo de incurrir en delito de desacato si no se presentara”.

Nadie sabe decir con certeza por qué no se presentó.

Cuando el alguacil fue en su busca con los grilletes dispuestos, no encontraron a alguien que pudiera dar razón de él; también él había desaparecido de la ciudad como había aparecido: sin que nadie lo notara. Salvo el árbol, a cuyo pie, y oculta por la broza, removida esa misma mañana después de tantos años por si se encontraba allí escondido, hallaron una minúscula lápida de piedra, herida con lo que parecían ser dos nombres ya en desuso, y un epitafio desgastado por el tiempo.

El árbol, siempre dispuesto a cobijar con su sombra de siglos a vivos y muertos sin descubrir su presencia, sí que se prestó a declarar voluntariamente:

−¿Qué puede contarnos usted de las presencias invisibles?

−Señoría: ya sabe cómo son los escritores.

−¿Cómo son?

−Muy, muy poderosos, señoría. Parecen inofensivos, pero se valen de armas que, cuando ellos así lo deciden, pueden resultar letales.

−¿Y usan esas armas con licencia o sin licencia?

−Yo diría, señor Juez, que ese detalle se les ha escapado a quienes tienen el poder de prever cuáles sean las armas que necesitan licencia.

−¿De qué armas me está hablando usted? Le conmino a que sea más… más concreto.

−Me refiero, señoría a la palabra.

−¿Qué trata de decirme?

−Trato de hacerle comprender que todo lo que escribió el aliento del parque estaba previsto para que a usted le ultimara aquel infarto inducido por lo terrorífico de sus palabras; tan reveladoras para usted sobre sus propios antepasados… y gracias a las cuales está usted ahora entre nosotros.

−¿Nosotros? ¿Se refiere a los fantasmas…?

−En este parque, a estas horas, no hay más fantasmas que el suyo. Claro que, si usted lo desea, según vaya declinando el día, le puedo ir presentando algunas sombras rezagadas…”.

−¿Y el fantasma del hotel? ¿Qué me dice del hotel?

−Ah, el hotel… Esa es otra historia…

 

En CasaChina. En un 29 de Noviembre de 2024

 LO QUE ESCRIBIÓ JUAN

 

FIORELLA, HOTEL ALFÉREZ REAL Y FILCALI 2024

 En la presentación del libro de cuentos "FIORELLA" en la Feria Internacional de Cali, tuvimos un agradable conversatorio con el escritor Oscar Seidel frente a un numeroso público que nos acompañó a pesar del calor que apretó la tarde.

Uno de los cuentos breves que leímos fue el titulado "El fantasma del parque" que se desarrolla en el Boulevard del Río, en el lugar exacto donde estuvo el famoso Hotel Alférez Real de Cali, demolido en los años setenta cuando no existían leyes de protección del patrimonio histórico:

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EL FANTASMA DEL PARQUE

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Mi abuelo nos contaba, a mis hermanos y a mí, que una noche de 1956, el jefe de vigilantes del Hotel Alférez Real de Cali fue apuñalado en la puerta principal. El homicida resultó ser un marido celoso que sospechaba que su mujer le era infiel con el mencionado jefe de vigilantes.

“Desde entonces –decía mi abuelo–, su espíritu deambuló por pasillos y salones del hermoso hotel hasta que éste fue demolido por orden de alguien que tomó esa deplorable decisión”.

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Años después, en ese terreno situado frente al río Cali y diagonal al Puente Ortiz, construyeron un parque adornado con esculturas de poetas famosos, y todo el mundo olvidó el crimen y la leyenda del fantasma del jefe de vigilantes del hotel. Sólo hasta comenzar el nuevo siglo, algunos transeúntes trasnochadores empezaron a ver, cerca de las esculturas de los poetas, una presencia extraña, como una sombra que se acerca a ellos y les susurra frases ininteligibles. Empujado por la curiosidad, anoche fui a ese parque y me llevé un gran susto al sentir que me tocaban el hombro derecho y me susurraban algo al oído. Con temor giré mi cuerpo para ver quién estaba allí, y no vi a nadie

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Ahora no sé si la presencia que percibí anoche fue la del fantasma del vigilante asesinado, o el de alguno de los poetas del parque, o tal vez, fue el fantasma de quien ordenó la demolición de ese entrañable hotel donde mi abuelo pasó su luna de miel con mi abuela María Teresa.

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Acabo de recordar que el mismo año que demolieron el hotel Alférez Real, mi abuela murió ahogada en el río Cali. Dicen que cayó desde el Puente Ortiz y que la corriente del río, que ese día estaba crecido, la arrastró varias cuadras, río abajo. Ahora que pienso en esto, me nace una nueva duda: ¿Será que el fantasma del parque es el de ella?

Juan Revelo Revelo.

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jueves, 28 de noviembre de 2024

I. DESIMPORTANCIARNOS

 

(Mandamientos de la Ley del Escritor)

202/2024

Barrunto, no sin cierto embarazo, que el primer desafuero capital que cometemos quienes escribimos es la petulancia, esa ramplonería que nos hace sentirnos importantes ejercientes a tiempo completo, y mucho me temo que hace que los demás nos perciban como mindundis encopetados exhibiéndonos a tiempo parcial desde las repisas de una tómbola de feria.

Por si acaso padezco de eso, me pongo a buscarme un buen antídoto.

Bueno será, pues, comenzar por mapear el asunto.

Resulta que, por lo que veo, me parece a mí que, en cuanto escribimos un renglón a vuelapluma o creamos un poema a prisa y corriendo, antes de repasarle las rebabas y atusarles las greñas, salimos a la plaza en chinelas, hacemos chiflar cornetas de ferroviario, arremetemos con un redoble de timbales destemplados y nos ufanamos ante quien no haya alcanzado a huir antes, obligándolos a escucharnos y convencerlos de haber creado el mundo, sin caer en la cuenta de que ni el mismísimo Dios, con ser Dios, consiguió con las prisas, hacer algo más que un mundo guardoso y algo mediocre por falta de la lucidez para corregirse a sí mismo en lugar de andar pavoneándose por encima de las nubes con un “mira-lo-que-acabo-de-hacer”.

Lo que me lleva a comparar, y a reflexionar sobre los riesgos del oficio de creador de lo que sea, a golpe de palabras. Eso del “hágase-y-se-hizo”, en lugar de ponerse a hacerlo como-Dios-manda, acaba como acaba: con un género humano capaz de exterminarse a sí mismo con tal de relucir o de aburrir hasta a las hormigas.

Esas reflexiones me urgen a concluir que el primer mandamiento de la Ley de cualquier creador, −y, por extensión, de cualquier escritor que se precie− debiera ser el de “desimportanciarse”. Lo que, traducido a la realidad del día a día, supone no ir por ahí haciendo top-les mental,  hablando de MiPoema…, MiLibro… como si, SinSuLibro recién horneado, el fatuo juntaletras de turno fuera un DonNadie zarrapastroso. Algo así como si el engranaje de la máquina de escribir nos hubiera absorbido, metamorfoseado y transformado en mazacote parlante, en picadillo de dicharacheros cantamañanas incapaces de pensar que en la superficie del mundo pudiera haber algo más importante que MiLibro.

Por ejemplo, TuLibro.

Tiempo al tiempo, coleguis: o nos ponemos a hacer músculo cerebral desimportanciándonos, o será el foro de pulgar circense y facilón e índice mojado en saliva de pegar sellos el que nos desimportancie a soplamocos limpio mientras que nuestra obra sin madurar acaba arrinconada por manifiesta indigencia de importancia a fuerza de la fatuidad en la tragonería mental de sus papases y sus mamases.

Lo dicho: tiempo al tiempo.

 

En CasaChina. En un 27 de Noviembre de 2024

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