Del poemario “Prohibido matar caperucitas”
Por más que lo procuro
y que me esmero
en sacudirme el cieno de su tacto
y grito, y me pregunto cómo pudo
nacer y haber vivido
tan fiera aberración…
Por más que miro
con incredulidad de navegante
el siniestro sarcófago del mar,
no logro perdonar ni un solo instante.
No puedo.
No hay perdón.
No lo consigo.
Ni alcanzo a liberarme del espanto.
¿Qué mal viento lo trajo?
Qué mal viento
inmundo e inhumano
acarreó su trágica simiente
esparcida y segada por su mano
antes que floreciera.
Y engranara
en espigas maduras y doradas.
¡Qué triste, qué afligida sementera!
Qué inclemente
mente de segador, guadaña en ristre,
sanguinario facsímil de la muerte.
Qué profunda aversión.
Qué destemplanza.
Que raza tan atroz,
Qué repugnancia.
Que inmunda impregnación
Que nauseabunda
imprensenteverancia.
En CasaChina. En pura nausea de un junio negro enlutado de mujer.
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