02/2023
Se nos fue ayer.
En memoria y honra de Manuel Athané; que fue el primero en abrirme la puerta cuando llegué a la casa de La Gran Familia.
Me dormí recordando
a ese trovador descomedido que nunca se callaba
hasta que lo ha dormido el gran silencio.
Me despierto pensando
(acaso solo era un sueño mal dormido)
que debo aligerarme
de esta rémora de versos y de letras.
De palabras inermes olvidadas en todos los rincones.
De la carta que nunca se escribió.
De párrafos doblados en la esquina de un folio amarillento,
semejantes
a inéditos pecados cardinales castrados.
Y al acecho
de una oportunidad,
sin magistrados
que firmen su condena al fuego eterno.
Me lastran las palabras.
Me escuecen.
Me asedian, me atosigan y me pesan las palabras
igual que barriletes de metralla secuaces de la insidia,
convictos de un afónico fragor
rodándole lo oscuro a las sentinas.
Llegado es el momento
−me apremio y me conjuro−
de intentar el baldeo de viejos albañales
e ir hermoseando el atanor que fluye y me traspasa
desde siempre.
De tirar por la borda
tanta palabrería amontonada
tanto desmán de vírgenes lujurias pendientes de escribirse,
tanto manosear en los silencios delante de un papel,
tanto echarle a los peces abisales sangrientos desperdicios
durante ya tan larga travesía.
Hay que llenar las redes y el lecho de poemas
acaso mal paridos,
acaso agonizantes prematuros.
Acaso lenguaraces insolentes.
Hay que hacerlo
antes de que la voz desaforada del último grumete
enroscada igual que una culebra al borde de un sepulcro,
vocifere
desde el palo mayor:
¡Tierra a la vista!
Y alguien gruña, así, como de paso…
“Dios-la-tenga-en-su-gloria”.
En CasaChina. En un 7 de Enero de 2023
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