(Jaeneando)
(49/2023)
ME
DA UNA RABIA comprobar que ya han salido los periódicos, todos jacarandosos,
con un “número de la suerte” −el 28− repetido hasta el hartazgo en su página de
portada, para anunciarnos que, en semejante fecha, los bienaventurados
urbanitas podremos salir a la calle, acercarnos en dos zancadas hasta ahí
mismico, a ese centro multiuso donde aún anoche estaban montando las urnas…,
echar mano de un par de papeletas de distinto color, meterlas en su sobre
correspondiente −de semejante color− y, previa mostración exhibicionista a
quien corresponda de nuestro igualitario DNI, meterle los sobres a las urnas
por donde les quepan, sin que nos quepa duda a nosotros de que eso no esté al
alcance de cualquiera…
ME DA UNA
RABIA ver en la página 3 del DIARIO JAÉN mi artículo “SEÑORITOS, SEÑORES Y
BEHETRÍAS”, que va de lo de las urnas de hoy y del diario ejercicio
profesionalizado del señoritismo rampante, y pensar que hay lugareños de a pie,
y lugares de no saber ni su nombre, que están tan apartados de todo y de todos,
(incluidos los que se nos llena la boca de lo de la “España vacía”), que, no ya
el periódico donde escribo cada último domingo de mes, sino ni tan siquiera las
urnas de las que escribo hoy, van a llegar a esos paisajes y paisanajes tan ¿nuestros…?
ME
DA UNA RABIA pensar que aquí, en los Madriles, si las urnas nos quedan más allá
de las ajenas desidias o de las propias ganas de andar, no tenemos más que echarnos
por encima de los hombros la gabardina de moda, echar mano de nuestra tarjeta
transporte, subirnos al autobús y acercarnos a donde poder decidir a quiénes
vamos a montarles las manifestaciones durante los siguientes cuatro años, sin calcular
siquiera que haya algunos que lo más que tienen en la cuadra es un borrico, una
pelliza en la cómoda, y una trocha enlodada que atravesar durante horas si lo que quieren
es manifestar sus preferencias urnales…
…ME DA UNA RABIA enterarme por el periódico de que, en
esta España nuestra, capitalina y capitalista, no hay dineros para poner urnas
en esos mínimos núcleos rurales −como La Hoya del Salobrar− para que, como terrenales
padrenuestros, quienes nos guardan el campo cada día puedan ejercer por un día cada
cuatro años su derecho a elegir a los que siempre nos gobiernan desde tan lejos...
−Y, encima, lloviendo a cántaros desde
hace una semana, −le comento de pasada a Facundo, un paisano con el que coincido a pie
de urna, y que, como yo, se vino p’a la capital hace ya muchos años a mudar de aires, de don y de zahones.
−Eso les pasa por no conformarse
con lo que Dios les da. ¡Mira que tener la ocurrencia de sacar a procesionar al “Abuelo” a deshora, y pedirle lluvia, como si el agua fuera de todos!
Al Señor no hay que andar pidiéndole lo que Él no tiene a bien darnos. Y menos siendo como son y votando a quien votan esos ateos.
−Pero es que el campo estaba en
un ¡ay!, Facundo, −amago frente a semejante cara de fieroche, color ira verde-manzana con gusano y rezumando catequesis "Ripalda".
−¡Pues que se aguanten!, que
no hay que querer ser tan señoritos cuando no hay de qué, ni pedir tanto como si alguna vez lo hubieran tenido. Si es que los del campo no aprenden. Pero para eso está Dios.
-Lo que tú digas, Facundo.
¡ME DA UNA RABIA!
En los
Madriles. En un 28 de Mayo de 2023