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lunes, 15 de julio de 2024

EL ÚLTIMO MILAGRO EN LA HOYA DEL SALOBRAL

 


LA MULTIPLICACIÓN DE LOS POLLOS Y LAS PAPAS

117/2024

     Haberlos, haylos. Me refiero a que, en La Hoya del Salobral, donde resido desde anteayer y dejaré de residir mañana, siguen produciéndose los mismos hechos prodigiosos −llamenlos milagros o patrañas si así lo prefieren− que cuando el Santo Custodio vivía en esa casita que hay allí a mano izquierda, donde se ensancha la calle por la que se entra en la aldea y un árbol terminado en copa sombrea el pequeño monumento terminado en un ángel conmemorativo.

    Porque, vamos a ver: no me digan que no es un verdadero prodigio que en una pedanía perdida entre mil montes y diez mil vaguadas exista una alcaldesa pedánea, una tal Toñy Rosales que, ni corta ni perezosa, desde que está de alcaldesa, además de levantarse a la hora de las cabras para ir a analizar la calidad de los depósitos del agua, a revisar tuberías y a vigilar que los escasos doscientos habitantes puedan despertarse tranquilicos, va y se inventa ella una cena comunitaria para homenajear en buena compaña a la Virgen del Carmen que, por lo que le vi yo ayer mismo cuando entré a saludarla subida en sus andas, estaba con una miaja de enojo en la cara, recordando cómo se festeja a su “sosias”, la Morenita, con la que comparte ermita y devoción vecinal.

    Puestos a seguir refiriendo milagros, anoche fui testigo directa de algo parecido a lo de la multiplicación de los panes y los peces, pero con cambio de menú. Lo que anoche se multiplicó fueron los pollos y las papas. Convertir la explanada de la ermita en un comedor comunitario corrido, donde se sirvieron 200 raciones de pollo asado, no-sé-cuántas bebidas de las de alegrar las pajarillas con mayor o menor graduación, además de los entrantes y salientes, y una cacelotá con colmo de papas a lo pobre por cabeza, riquísimas por cierto, tampoco se hace así como así a no ser que media docena de ángeles se quiten las alas, se pongan los mandiles y se afanen en sacar adelante el dichoso milagro de la alcaldesa multiplicadora de pollos y papas. Porque, aquí, entre nosotros, no puede decirse que Toñy, la tal alcaldesa pedánea, cuente con un presupuesto ni siquiera medianamente holgado del que poder tirar para juntar y darles de cenar a sus doscientos convidados −entre los que tuve la suerte de encontrarme−. Por escasear dineros en estos núcleos rurales perdidos en nuestras carreteras locales y caminos del Patrimonio, debo informar de que hasta la marmita donde aviar el guiso tuvo que hacerla en plan artesanal su marido, Ángel, del que tengo para mi que apunta maneras, primores y humildades que me hacen pensar si no será él un escogido por las energías que emanan de las entrañas de estos parajes para remedar las proezas y buen hacer de su Santo Custodio.

    Esta misma mañana le preguntaba yo a Toñy que cuántas patatas pelaron para el avío, y las cifras se me borraron de la cabeza porque traspasaban los tres dígitos una cosa con otra, entre patatas, cebollas, pimientos y no está ya una para echar números. Con lo único que me quedé fue con que en el pote añadieron ¡un kilo de ajos!

    Milagroso fue ver al vecindario aposentado en las mesas trasegando gloria, y verlos después, como una fila de hormigas, desmontar y acarrear tableros, borriquetas y sillas, y retirarlas a hombros, en perfecta formación, para dejar la plazoleta expedita para el bailongo comunal que fue…¡Lo que fue y me callo!

    Algo de reparo sí que me da referirme al último milagro conocido en La Hoya del Salobral y verán ustedes por qué. Esta mañana se ha extendido por los corrillos del vecindario que, a eso de las cuatro de la mañana, en mitad del silencio que a esas horas campa a sus anchas por semejantes cimas y caminos de cabras, algunos vecinos escucharon cómo volaba por los cielos de la Aldea los sones, quizá algo desafinados o acaso aguardentosos, del “cumple-años-feliz” cantado a pleno pulmón por lo que parecía un coro mixto.

    −Venía como de la parada del autobús que queda en el cruce de la carretera de Frailes. Y cómo no sería que tentada he estado de llamar a los Civiles a que vinieran a ver qué pasaba el La Hoya a semejantes horas− le hemos escuchado decir a una vecina, mientras que a nosotras −y no diré los nombres de “las nosotras” por respeto a la intimidad e imagen de “autoridad”− se no ponía cara de “tío-tío-que-yo-no-he-sío”.

    Lo que sí que hemos hecho es alargarnos hasta la parada del autobús, no fuera a ser que anoche, con lo baldaicas que estábamos nosotras cuatro −dos alcaldesas, una técnica de una cosa que no miento y una anciana provecta como una servidora− y lo desafinados que estaban los dos que nos acompañaban −un ángel de nombre, hechuras y de hechos y un mandamás periodiquero algo encanecido− nos hubiéramos dejado algún resto de la celebración del cumpleaños de Toñy, que fue hace dos días pero que, con el jaleo de la multiplicación de los pollos y las papas para darle de cenar a una aldea entera, no hubo tiempo de celebrarlo, ni mejor lugar donde hacerlo que en un cruce de caminos donde otra vez se entonó lo del “cada mochuelo a su olivo”, mientras un paisaje de olivares comenzaba a enseñar amagos de aurora.

En un lugar de La Era de las Estrellas. 16 de Julio de 2024

   

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