ESTOY
POR DESPERTARME 89/2018
Tras un verano de silencio encalimado, alguien
intermitente me escribe, y se despierta en mí un vehemente deseo de responderle
desde esta ringlera de incógnitas en la que sesteo, y que traslado al papel
como respuesta al mensaje recibido:
Querida Tú: por alguna razón que desconozco,
siempre llegas a tiempo. Mira…tras la muerte de Fermín, nuestro jovencísimo y
maduro poeta, me quedé… ¿cómo diría yo?) como bloqueada.
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En Colombia con Carlos O. Pardo y Juan Revelo |
Fermín era para mí (¿para mi soledad?) como
un hijo. Ese hijo que se fue de casa antes de tiempo (¿acaso hay un tiempo para
que un hijo, aunque sea de mentirijillas, se vaya de casa?). Era ese hijo
(¿imaginado?) que, como casualmente, te telefonea casi a diario (¿para
comprobar que sigues viva?), y te lleva de copas entre semana (¿para ver si
sigues con ganas de vivir?), y, entre trago y trago, te cuenta largas historias
de la historia de los demás y de la propia (¿para dejar dicho como al desgaire
que, a pesar de su escasez de años, también él vivió quizá algo deprisa?). Y
que, llegada la hora de recorrer el mundo para espurrear poemas y agavillar
afectos, te sube el equipaje más pesado al maletero (¿para cuidarte?) y se
sienta en el asiento de al lado y se adormila (¿soñando el tiempo en que
alguien que no era todavía yo le cantaba nanas?).
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En la FILBO - Colombia |
Luego, un buen día de principios de verano (¿por
qué digo “buen día” cuando fue el peor día de este verano?) va Fermín y se
muere de repente, cuando estaba a un paso (¿diez días?) de salir de la
treintena. (¿Por qué sonó la campana de la muerte justo antes de cumplir los
40?).
Murió solo, (¿…?) en esa finca en cuyo umbroso
jardín los vendavales del invierno arrancaron los nueve pinos centenarios sobre
los que él escribió su deseo de replantarlos y su consciencia de que él no los
vería ya en todo su esplendor (¿acaso presentía…?).
Como me dijo Ana Galán, ¿no habría que
plantar esos pinos en su honor como Fermín quería haber hecho sin tener tiempo
de rematar la faena?
Murió el mismo día de mi santo y mi
cumpleaños. (¿Te das cuenta de que ambos cumplíamos años el mismo día en que
celebrábamos el santo? Tú por San Fermín; yo por la Virgen del Perpetuo
Socorro. Tú apenas hace nada, como un hijo; yo cuando ya hace tanto que ni lo
recuerdo como les suele pasar a las madres).
Que quien haya de hacerlo, si es que tiene
que hacerlo, me perdone; pero no fue una buena idea lo de morirse en semejante
día (aunque -me pregunto- ¿acaso no tuvo la decencia de morirse después de
telefonearme para cantarme las mañanitas?).
Alguien -como he dicho- me escribe tras un
verano de silencio. (¿Por qué tantos silencios ya?).
Y voy yo y me asombro; y se me olvida que el
reloj sigue sonando, y que, a lo largo y ancho de tantos caminos recorridos,
hay muchas personas como quien me escribe, dispuestas a estar ahí.
Y cesan mis preguntas.
Menos una.
No quiero preguntarme por cuánto tiempo más.
Gracias por tu guiño, amiga de finales de
verano. Gracias por esa carta que llega cuando menos la esperaba y mejor sienta.
Y digo yo: ¿acaso, mientras otros me hablan,
al oído o en la distancia, tengo yo derecho a dormirme yo misma antes de que la
vida me duerma?
Estoy por despertarme.
En “CasaChina”.
En un 19 de Septiembre 2018