130/2019
Vivir es una
especie de depresión crónica con momentáneas mejorías intermitentes.
No hay edad que se libre de esa depresión. La
infancia está cargada de terrores; la adolescencia no encuentra
comprensión; la juventud se deshace en desamores, la madurez se
convierte en lo que ya no podrá ser, y la vejez es una espera
desabrigada de ese final que casi siempre llega demasiado pronto.
Así que, visto que el siempre codiciado
equilibrio inestable está en las intermitencias que se gasta la felicidad,
mejor será amigarme con mi vida y sus intermitencias. O con mi depresión vital,
que viene a ser lo mismo.
Eso
sí:
si
hay algo que jamás se le debe decir a un deprimido es aquello de “anda y anímate”.
¿Anímate a qué? ¿A no
saber qué sería de mí sin mis padres? −nos lloriquearía el niño, nadando
a contracorriente en sus terrores nocturnos, esos en los que vive el lobo del
que tanto le han hablado durante el día.
¿Anímate a qué? ¿A que
nadie entienda que ni yo mismo puedo entenderme? −Respondería el adolescente,
dispuesto a descargar su loquería hormonal a mandoble limpio contra el enemigo
invisible de su extravío, agravado con esos “cuando yo tenía tu edad…”.
¿Anímate a qué? ¿A ver
cómo mi amor se va con otro amor mejor maquillado, después de partirme el alma?
−Responderá esa criatura metida en la veintena, mientras mira en el
armario de las medicinas familiares si quedan suficientes píldoras en el
botecito de los sueños artificiales de los papis o bastante en cerveza en el
frigorífico.
¿Anímate a qué? ¿A seguir
trabajando de sol a sol para ver si también este mes consigo pagar la maldita
hipoteca de la maldita casa que sigue siendo del Banco desde tiempo inmemorial?
−se soliviantará a coro aquella parejita para la que el día de su boda amaneció
de color de rosa en una de las tantas intermitencias de la vida.
¿Anímate a qué? ¿A tener
que tragarme como un jarabe amargo la poca dignidad que me van dejando los que
me “cuidan” con gesto de “hay que ver cómo se resisten los viejos a descansar
para siempre”?
Durero |
A
ver cómo puedo decirlo para explicarme
sin
que nadie tenga que pensar
que
ando diciéndoles lo que hay que hacer.
Bien pensado, no me queda otro
camino que hablar de mí.
Veamos:
·
Estoy viva.
·
En consecuencia, estoy aquejada de esta depresión
endógena que es estar viva cuando ya se han ido otros a los que no quiero echar
de menos.
·
A veces experimento mejorías transitorias, rotuladas
como “felicidad”, semejantes a pequeñas muertes pasajeras.
·
Si me animo demasiado, me muero. (De eso estoy
segura).
·
Así que…
Que nadie me diga eso de “anímate”, ni me pregunte con
sonrisa condescendiente lo de “pero a ti qué te falta”.
Porque, en lo de animarme, ya se
encarga la vida de proporcionarme mejorías transitorias que me sientan bastante
bien mientras me las bebo a borbotones, tras haber aprendido por mi cuenta a
asumir la resaca de saber que se trata de espejismos pasajeros. Y en cuanto a pensar en eso de que no
me falta nada para ser feliz, a lo mejor hasta tienen razón; pero, a
estas alturas de la vida, se me hace demasiado trabajoso lo hacer recuentos, NO de LO que me falta,
sino de LOS que me faltan.
Puestos a no hacer recuentos de carencias cual quejica contadora,
mejor hablamos de lo que me sobra: me
sobra esa manía que tiene el personal de meterse a decirle a los demás o a decirme
a mí lo que tengo que hacer para terminar con esta depresión crónica que, en
definitiva, es la vida misma.
Tengo
para mí que,
cada
vez que me dicen
“anímate,
mujer”,
lo
que quieren es matarme
(de
miedo).
Abundando en lo ya dicho, no conozco frase más odiosa que esa
de “tú lo que tienes que hacer es…”.
Y es que lo de equivocarse por uno mismo es el mayor acto de libertad que puede concedérsenos.
Así que, como siempre habrá listillos,
o curanderos de mercadillo, dispuestos a dar lecciones de cómo debo vivir yo, y yo NO estoy por la labor de contestarles
que lo que tienen que hacer ellos es no decime lo que yo tengo que hacer,
mejor me tapo los oídos con música de la de regalarme una mejoría pasajera. Hoy
va a ser el “Oh, mio babbino
caro” −por poner un ejemplo− con lo que sigo a mi bola: gozando de esta
depresión crónica que es seguir viva escuchando una buena ópera que me redima
del silencio.
En CasaChina.
En un 10 de Diciembre de 2019
https://youtu.be/2SlBrxS66kE