VA DE...Batiburrillo literario

viernes, 8 de enero de 2021

CERNUNNOS PERIPATÉTICOS

 

(Serie Miedoseros)

04/2021

El peripatético capitolino nunca consiguió un par de… astas propias, seguramente por falta de herramienta; pero se apañó unas de quita y pon (astas sin “h” de honorabilidad, digo, que no de herramienta) en algún mercadillo callejero; y, una vez encajadas, se echó a embestir derrotes, blandiéndolas con el torvo orgullo de un “ToroSentado” de mentirijillas de esos que escarban en el albero, amagando al primer gesto sus maneras espantadizas y aviesas.

Si no hubiera sido por el pelaje de prestado, y por sus portes ambulantes, pudiera haberse confundido con el pétreo cernunno del Pilier des Nautes, en Notre Dame de París.

       He conocido muchos astados postizos a lo largo de mi ya larga vida, y he podido observar que todos los de semejante jaez, vocingleros ellos, pero, esencialmente, voceros de otros uncidos astados inguinales en declive, suelen amagar embestidas y derrotes de mentirijillas en plan susto, como si fueran álguienes por sí mismos. Y así zanganean de acá para allá en plan matoncito suburbioso y navajero, hasta que les sale al paso un picador, pica en ristre, calzona bien fajada y castoreño de los de verdad, blindado con un par de borlas de pelo de castor, dispuesto él a desmochar engaños y bríos prostáticos, hasta amagarles a los morlacos esas testas tan desprovistas de pelambre visible como de ideas interiorizadas.

     Según vengo observando, algo común empareja a estos astados de los que hablo: su “palabrofobia”. Los pobreticos míos tienen auténtica fobia a las palabras en cualquiera de sus hechuras. O, al menos, bien puede decirse que están tan abducidos por su ruda fobia a cualquier palabra que no salga de los divinos labios de sus señoritos que, sólo con sospechar el mínimo amago de plática, se echan a descerrajar mugidos a diestro y siniestro espesando su entorno con un guirigay ensordecedor más macizo que la berrea de los ciervos en la Sierra de Cazorla en temporada de celo.

Cosa distinta es la manera en la que acosan o huyen (según se tercie) del objeto de su repugnante repugnancia. Los hay que, presas de un terror cagarruteante, huyen de un buen libro o de una sana controversia como se cuenta que el demonio huye del agua bendita. Otros, hisopillo en ristre, tras percudir y “ensambenitar” las letras más hermosas una por una, como quien raja alcaparrones para echarlos en vinagre, queman libros y reputaciones en las plazas públicas como posesos inquisidores con armadura de incienso con la que disimular su peste. Los hay que, armados de afiladas lenguas viperinas a modo de podaderas, van despestugando el discurso ajeno como si en ello les fuera el jornal mal ajustado sobre el pesebre.

Todos ellos, creedme, aunque intentemos ladearnos antes que meternos en la inutilidad de hacerles frente, son más pendencieros y peligrosos que un virus sin vacuna. 

Se trata entonces de ejercitar la cintura

Pero hay una subespecie ante la que no cabe tener correa: hablo de esos que, al grito de ¡silencio!, saquean la casa de las palabras, sin llegar a entender el riesgo que corren; porque nuestro armamento es mucho más eficaz. Y es que una palabra disparada con tiento y maestría puede ser más letal que cualquier desfasado Mosin-Nagant, o cualquier Colt M-1917 trasnochado. Y, además, no mancha el piso con sangre derramada.  

A esos, a los muñidores del silencio, pistola en mano y cornamenta postiza en ristre, es a los que hay que muletear con elegancia torera, hasta que se les agoten los pases, (que, entre nosotros, los tienen contados).

Hay que hablarles, hablarles y hablarles…

Hay que hablarles con la constancia de las trompetas cuyo eco sostenido acabó por derribar los muros de Jericó.

Preciso es elevar nuestra palabra a modo de capote de paseo, hasta que sean ellos mismos los que se astillen sus astas de celuloide y se queden sin herramientas con las que embestir.

Luego, si así se les apetece a tan porfiados cernunnos peripatéticos, dejemos que empleen sus propias astas como tapones para los oídos. Nadie está obligado a escuchar lo que no puede entender.

En CasaChina. En un 8 de Enero de 2021

jueves, 7 de enero de 2021

MÁRTIR -Quizá virgen-

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

(Serie Miedoseros)

Quién pueda (y quiera) entender, que entienda este cuentecillo. Yo sólo digo que quien es responsable de cualquier muerte está muerto de antemano. Porque el "levántate-y-anda" no funciona en la voz de los aficionados.


 

 

          Me cuentan que un trasnochado plagiario de nuestro Tejero-Nacional, con corbata de seda roja de nudo corredizo, embiste al aire con la testuz coronada de espumillón pajizo, mientras recorre a grandes zancadas el pasillo de su residencia, que no sé si queda en el ala Este u Oeste de la Casa Blanca, aunque la colocaran tal que en el centro del primer piso.

        Van a dar las doce de la noche, y las noticias que le llegan provocan una inconveniente erupción, a manera de cráter craneal, en la parte más alta de su mollera, desde donde se desmandan diversos arroyuelos de lava que, de forma tan progresiva como imperceptible, le van aplastado el espumillón pajizo, y crenchándole los indigentes mechones posteriores a la altura del occipucio, mientras que en la frente el desastre de las horas se convierte en canalillos capilares que gotean como un deshielo tardío. ¡Quién le ha mandado morirse! Él, no. Desde luego.

        Las últimas imágenes de la tarde mostraban la agonía en los ojos de una muchacha alcanzada por un disparo en el cuello. Dicen que la muchacha ha fallecido, y el del espumillón pajizo despotrica de impotencia por no poder gritarle un tajante “levántate-y-anda” que lo redima de la efigie de la muerte de esa loca que va a dejarlo tan mal visto.

        Siente que el damero de las baldosas se acaba bajo sus pies como se le está acabando el aire que respira.

Como el tiempo. 

“¡Que alguien me traiga una ración de tiempo!”.

Nadie va a darle ya el tiempo preciso para enjuagarse el espumillón antes de que la implacable historia lo retrate con su abrigo de vicuña, sus zapatitos de inconfundible construcción “tramezza”, propia de Salvatore Ferragamo, y en trance de aflojarse el nudo corredizo de su mejor corbata de seda roja, del mismo color que la sangre pisoteada por los salteadores de la Casa de las Palabras. “Hay que liar los bártulos e intentar desatar el nudo de la corbata”.

        Sin detenerse, saltando con repugnancia de una a otra casilla (blancos/negros, blancos/negros) se pasa la mano por la frente y la retira llena de sebillo translúcido como la siempre inservible vaselina.

        ¿Por qué hasta los suyos quieren ahora martirizarlo? ¿Acaso no les ha ofrecido a borbotones su engrasada y pajiza virginidad humanista y humanitaria?

En CasaChina. En un 7 de Enero de 2021

sábado, 2 de enero de 2021

CENA DE NOCHEBUENA

                                   (Menudencias)

        Dios me mando a este mundo con un hermoso vestido de andar por casa.

        Con el tiempo, va ajándose poco a poco, aunque no tanto como para querer despojarme de él todavía.

        Frente al espejo, ligeramente empañado, pienso que algo bueno ha de tener lo del virus: mañana no espero a nadie que me obligue a amortajarme con lentejuelas.

        Cenaré sola.

 

En CasaChina. En un 23 de Diciembre de 2020

sábado, 28 de noviembre de 2020

SE TRATABA DE SER POETA

(Dedicado al poeta Cristóbal Triguero)
 “Haced que vuestra vida sea extraordinaria”. 
Película <El club de los poetas muertos>

         Desde que me regalo a mí misma más horas de soledad, (de eso hace bien poco), y desde que mis ojos me advierten de la eventualidad de haber sido tocados por eso que llaman obsolescencia lectora, (de eso hace algo más), he tomado por costumbre apartar un poco antes al lado vacío de mi cama el libro que esté leyendo, y ver una película cada noche.

         La cosa no está mal.

         Mejor dicho: la cosa está muy bien, porque es otra manera de vivir varias vidas ajenas que voy amontonando en una sola. (La propia).

         Anoche elegí (por enésima vez) <EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS>.  Y de nuevo me reafirmé en que vivir es algo así como escribir un gran poema en el que entran todos los géneros de los poetas que fueron, son y serán; y que, para ser el poeta de nuestra propia vida es preciso cargar con alguna impedimenta: hay que pertenecer a algún club de “descarriados” pensadores capaces de buscar su particular cueva en mitad de la noche para convertirla en un tabernáculo; hay que leer mucho, es imprescindible sacar de dentro lo propio haciéndole hueco entre lo ajeno, sin invadir, ni descalificar, ni mucho menor apropiarse de lo ajeno. Es esencial ser leal al maestro que la vida nos regala (“Oh capitán, mi capitán”). Pero, sobre todo, hay que aprender a reconocer, respetar y escuchar con verdadero amor al maestro que cada uno llevamos dentro.

 https://youtu.be/CGHaoXd2L-c

Foto de Cristóbal Triguero

         En definitiva, se trata de alargarle la palabra a la propia vida haciendo de ella una corta e intensa aventura extraordinaria.

Hoy me levanto tarde (me lo merezco), y hago un esfuerzo más −no demasiado; estoy entrenada para ello− por ser feliz, mientras repaso despacito los versos de Walt Whitman, mi “Pepito Grillo” eterno: “No dejes que termine el día/ sin haber crecido un poco,/ sin haber sido feliz,/ sin haber aumentado tus sueños”.

Foto de Criistóbal Triguero

 
 ¡Vamos a ello, que ya es de día!

        En el fondo, −pienso mientras me recreo en escalar las aristas de la foto de ese cerro sagrado que cada día nos regala Cristóbal− se trata de escalar nuestro particular Aznaitín, aunque las nubes lo oculten por momentos o el sol lo acribille sin piedad. Pero cada uno a su manera, por la cara que le sea más propicia y hasta donde le lleguen las fuerzas.

En CasaChina. en un 28 de Noviembre de 2020

TAMBIÉN ELLOS

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