VA DE...Batiburrillo literario

lunes, 22 de noviembre de 2021

AMANECER DE OTOÑO QUE AGONIZA

 

(Mi jardinillo)

Con la lluvia de la madrugada, en lugar de oler a parada de autobús, la calle, al otro lado de la cerca del jardinillo, olía a sementera.

 

Sube desde la tierra el hálito del agua

que empapa algún recuerdo extraviado.

 

Ha debido llover toda la noche.

 

Apenas amanece con un gris testarudo

 y llueve todavía.

 

Somnolienta,

sin haber recobrado por entero la tarea de los ojos,

traspapelada aún en falsos laberintos

 a mitad de camino

entre el sueño profundo y un despertar liviano,

a modo de estupor entre tinieblas

avanzo −ciega-zombi− por el pasillo mínimo.

(Mi casa es diminuta).

 

Trastabillo…

El dedo más pequeño de mi pie,

desnudo, indefenso e indigente,

se duele tras chocar contra una silla

que dio un paso adelante, inopinada.

 

Tanteo de memoria…

Me agarro a un picaporte como una pobre náufraga.

Forcejeo

con los restos de algún aturdimiento testarudo.

Un esfuerzo final,

un leve giro,

una enésima brega inaugural

en las titiritosas puertas del balcón,

y salgo al Jardinillo.

 

Levanto la cabeza hacia la lluvia

desnuda todavía

y venteo.

 

Hoy

a Madrid se le han bajado los humos

y se le están subiendo los olores

a tierra labrantía.

 

En CasaChina. En un 22 de Noviembre de 2021

 

sábado, 13 de noviembre de 2021

COLECCIONISTA DE AÑOS

145/2021

(Diario de una errática varada)

 Con los años, tengo la sensación de haberme convertido en un diccionario de recuerdos ordenados por orden emocional.

También soy coleccionista de secantes. Desde hace años busco en ellos la palabra “tiempo” escrita al revés.

Como si el tiempo tuviera marcha atrás…

Lo de ser coleccionista a cierta edad no tiene demasiado mérito. Una, poco a poco, y sin saber muy bien por qué, va conformándose con clasificar lo que tiene −fuera y dentro de su cabeza−. Y es que resulta demasiado penoso arramblar con nuevas piezas; las materiales, porque ¿ya para qué?, y las emocionales por falta de espacio donde acomodarlas teniendo tantísima conserva.

Aunque lo de recordar es diferente. Para eso se han ido coleccionando cosas con las que distraerse, de esas que nos hacen reflexionar en detalles a los que antes no le echamos cuentas, y sobre las que escribir a la vieja manera de diario de colegiala alborotada por las primeras hormonas.

A lo mejor, con el tiempo, hasta me gusta volver la vista atrás sobre estos apuntes más o menos deslavazados.

 13.11.2021. Sábado. Después de muchos días, hoy me levanto sin ese habitual dolorcillo de cabeza que suele mantenerme algo confusa y desganada durante todo el día. Me regocijo en discurrir sobre la causa de mi bienestar, siempre esperado y deseado con la paciencia propia de quien ya sabe que todo pasa, hasta los encanallados dolorcillos de cabeza de siempre, tan propios del hecho de gozar del privilegio de seguir viva. Cuando me despierto así, sé que, cuando comience el ritual previo a los quehaceres del día a día, quedarán abundantes restos de sangre en el pañuelo, que mis ojos no me lagrimearán como si estuviera haciendo la travesía del desierto, y que mis pulmones se solazarán sintiendo cómo llega a ellos un rítmico fuellear de aire fresco y reconfortante, sin tener la necesidad de lidiar contra los habituales obstáculos. “Tendré que aprovechar el día” −me digo, pensando que bien puedo empezar por leer−. Y, entre todos los libros que tengo al retortero en la mesilla de noche, entresaco uno al azar. Se trata de una viejísima edición escolar del Quijote, maltratada por el tiempo y por el descuido de distintas manos educandas −que no educadas al trato con los libros−, entre cuyas páginas encuentro siempre algo que me da que pensar. Algún día tendré que hablar con mayor holgura de este ejemplar del Quijote, y del rastro que en él dejaron sus distintos lectores, con huellas más o menos personales, que van desde un sello de “Propaganda Misional” con la imagen de una SantaTeresita pegado en la contracubierta, pasando por la firma de mi padre, en la siguiente página, que traza a plumilla un “Ángel Mármol Torrente” revelador de una letra a medio hacer de adolescente engreído, pero ya estudiada y  personal, la cual contrasta con una insegura e inexperta leyenda escrita a lápiz con el nombre de una desconocida “Luisa”, cuya ele mayúscula es irregular e historiada, al que sigue otra leyenda tan inexperta y caótica que revela su definitiva procedencia infantil: “PARA Uso DE Alfonso MÁRMOL”. Todo ello pone de manifiesto la diferencia de edad que hubo entre mi padre y su hermano.

Antes de comenzar a leer cualquier capítulo me aseguro de que todo sigue como debe seguir.

Ahí sigue.

Me refiero a esa hoja arrancada del taco del inevitable ALMANAQUE DEL PERPETUO SOCORRO, datada en un 21 de junio de 1950, en cuyo anverso se informa de que ese día era miércoles, de que habían transcurrido ya 172 de aquel año, y restaban 193 para que el año expirase, y se reseña el santoral, entre cuyos santos resalta uno cuyo nombre nunca he conocido en humano alguno: san Urcisceno.

No me digan que no sería una canallada traer un hijo al mundo, ponerle de nombre Urcisceno y, puestos a escasear, llamarlo con su ajustado diminutivo: ¡Urciscenito!

El reverso de la hojilla de almanaque tiene su aquel. Incluye una breve receta de tarta de manzana, para cuya elaboración se requieren productos tales como azúcar en polvo, jalea de manzana, nuez moscada y canela, pitanzas que a mí se me antojan más bien imposibles de conseguir en aquellos tiempos de hambrunas, estraperlo, cartilla de racionamiento y Fiscalía de Tasas. La hojilla en cuestión se remata con un cuarteto anónimo, del que nunca alcanzo a dirimir que sea puro ripio, ingenioso y lumínico humor de una época demasiado oscura, o consigna de “Los que se echaron al monte[1]”. Juzguen ustedes:

Son tus ojos dos luceros

que me sirven de faroles

cuando voy por la montaña

en busca de caracoles.

Me pregunto cuánto tiempo más permanecerá esa hoja de almanaque dentro de un Quijote tan manoseado y tan sin gracia frente a ediciones tan lujosas como las que hay por esos mundos, cuando yo, por no tener, no tenga ya ni dolores de cabeza mañaneros de los que todavía me recuerdan que sigo viva…

        Tras estos merodeos por mi colección de pensamientos, me decido a la lectura de un capítulo elegido al azar: el XLIX, cuyo título reza: “DE LO QUE LE SUCEDIÓ A SANCHO PANZA RONDANDO SU ÍNSULA”. Si el lenguaje del Quijote me subyuga, ¡qué decir de los decires! En este capítulo llevan a presencia de Sancho, −gobernador de la Barataria en esos momentos− a un detenido con el que entabla un diálogo que no tiene desperdicio, para saber por qué ha huido del corchete que lo persiguió: “¿Por qué huías, hombre?, preguntó Sancho. A lo que el mozo respondió: Señor, por excusar responder a las muchas preguntas que las Justicias hacen”.

        Ahí me quedo. Ya tengo lo preciso para pensar durante el día. ¿Será verdad que las justicias hacen demasiadas preguntas para tan parcas respuestas como las que dan? Mejor me voy a caminar.

        Hoy, 13 de noviembre de 2021, hay ahí afuera un sol demasiado hermoso como para desaprovecharlo mientras me dure este NO_DOLOR de cabeza que me regala el despertar.

 En CasaChina. En un 13 de Noviembre de 2021

 

martes, 2 de noviembre de 2021

PERRERÍAS - Carta abierta al señor alcalde

 

(Carta abierta al señor alcalde)

        Voy a evitar el tratamiento que me ronda, señor alcalde, porque quienes saben mucho de mandar y andan algo faltos de dignidades propias, obtenidas con el sudor de sus frentes, dicen que lo que se lleva ahora en el trato y en el periodismo de vanguardia es evitar las excelencias para poder igualar al personal. Por abajo −digo yo−.

        Ellos sabrán.

        A lo que iba, señor alcalde. Que mire usted a ver si puede hacer algo para que una servidora, que ya tiene una edad, y anda algo aperreada por más silencios de los que son precisos, pueda viajar en los autobuses urbanos en compañía de mi perrilla. 


 

        A lo mejor lo que le pido no es cosa suya, y pasa como lo que pasaba con aquel mulero que teníamos en la Salina (otro día le hablaré de la Salina). El mulero del que le hablo ahora tenía por costumbre arrimarse a mí nada más bajar de la camioneta de los Albanchurros, en tiempo de vacaciones, para demandarme noticias sobre sus particulares comandas: “señorita: ya que vive en Madrid, no habrá echado usted en el olvido lo de pedirle al don Mariano Medina[1], que tanto poder tiene sobre los nublos, que a ver si pone buen tiempo mientras dure la campaña de la aceituna; que ya sabe usted lo malísimamente mal que lo pasan las criaturas en el tajo cuando los hielos aprietan los suelos y las lluvias embarran la tarea”.

        Usted perdone, señor alcalde, que me disperse mentándole cosas que no son de su interés, y que, además, están ya demasiado lejos en el tiempo como para sacarles provecho; así que voy a volver a lo de viajar en el autobús urbano con mi perrilla.

        Yo le aseguro a usted que, lo que es molestar, no puede molestar tanto, pesando lo que pesa, que no llega a los tres kilos, de manera que, a pesar de mis achaques, bien puedo llevarla encima de mis rodillas, suponiendo que los asientos para ancianos estén libres, cosa que, en mi caso, tampoco se hace demasiado trabajoso viviendo como vivo a las afueras, justamente enfrente de la parada que hace cabecera de la línea, donde siempre están todos los asientos libres.

        Dirá usted que qué necesidad tengo de andar andorreando por Madrid cuando en el barrio tenemos de todo, y lo prudente sería quedarse en él como conviene a mi situación. Pero ya ve usted: he salido imprudente y andurriera, y le tira a una el bullicio del centro y el recreo de la ciudad en esta estación del año en que ya van cediendo las calores y todavía no se resbala una en las hojas húmedas del suelo. Tiempos vendrán a no tardar en que las piernas me traicionen y el sofá tire de mí como un amor tardío.

        Además, no se crea usted que por el barrio tenemos de todo. Nos faltan viejos dispuestos a seguir vivos y nos sobran calles llenas de gente que va a lo suyo, patinetes en las aceras, horas punta sobre ruedas y soledades silenciosas sin bancos donde sentarlas. Por eso, siempre que puedo, me escapo por ahí y voy con mi perrilla a cualquier parte. Pero el “cualquier parte” se me va reduciendo a una alternativa algo cansosa: o me quedo en el barrio, o tengo que echar mano del coche, que ya me incomoda un poco de tanta atención como demanda, tan carísimos y dificultosos como están los aparcamientos por el centro de la ciudad y tan menesterosos de urgencias están los jovencitos al volante de sus utilitarios. Eso por no hablar de que todavía le gusta a una servidora trasegar un “cigales” sin el impedimento de a ver qué pasa si me ponen el globo.

        Con la perrilla, Pitiu por más señas, sería otra cosa; desde que somos pareja de hecho, resulta que entre nosotras nos entendemos y nos damos conversación y compaña como si fuéramos de la familia. No es que tenga ella mucha conversación, lo cual estará usted conmigo en que resulta más que ventajoso a la hora de montarla en el autobús; puedo asegurarle que no va a incomodar a nadie ni con gritos sandungueros, ni con lloros mamatorios, ni mucho menos con insultos por un quítame allá esas pajas[2], que ya sabrá usted por experiencia propia lo trabajosas que resultan algunas conversaciones con humanos, tan llenos de buenas caras de salir en la foto como de malas intenciones a la hora del acomodo de posaderas propias.

        Dirá usted que me deje de estas pequeñas perrerías y me arrime más a los humanos; pero lo que yo le diga que ningún humano puede darme la compaña que me da la Pitiu. Los de mi quinta, porque ya tienen la conversación como caducada a fuerza de callarse lo que se callan, y los que, como usted, están moceando todavía, porque, por su cuenta, nos han dado como amortizados sin pedirnos opinión, y no saben qué hacer con nosotros que no sea tratarnos como a nenes chicos, por muchos chiringuitos de “no-estás-solo” que monten con INSERSOS de electroencefalograma plano, esparcimientos programados en horas lectivas, y temporadas bajas a bajo costo, asumible por el remanente de excelentes cargos a dedo sin tratamientos parejos.

        Lo dicho, señor alcalde: que a ver si puede hacer usted algo para que la Pitiu pueda venir a Madrid en autobús con una servidora, sin tener que implorar humanidad por tan mínima compaña animal.

        Y, ya puestos, ¿qué tal si se nos permite el paso a humanos y perros en las bibliotecas municipales?

        Esta que lo es...

 

En CasaChina. En un 2 de Noviembre de 2021



[1] MARIANO MEDINA: conocido como el “Hombre del Tiempo” en los primeros tiempos de la televisión española, desempeñó el cargo durante casi treinta años.

TAMBIÉN ELLOS

  ( GitaneandoEnVerso ) Gitaneando en verso - 09/2025 También ellos… No es un grito fugaz y destemplado. Tan solo es un murmullo...