57/2018
Pinochio en Florencia |
(Mi otro yo -Proyecto continuo 2018)
¿Hablar? No; no
demasiado.
Pensamos que lo que se
puede decir con palabras, ya nos lo tenemos dicho a lo largo de todos los años
que nos hemos regalado (a veces, regañado). Lo otro, lo esencial, ya sabemos que no se
puede decir con palabras.
Está ahí, en silencio, repasando notas. A veces escribiendo
alguna nota que no tengo mucha seguridad que vaya a releer. Otras veces se
distrae con sus flores. O con sus sueños.
De tanto en tanto, levanta
los ojos de su tarea, sonríe mansamente, de esa manera suya que tanto nos
asemeja ‑¡bendito gesto mudo de mi otro yo!- y vuelve a lo suyo, que tanto se
asemeja ya a lo nuestro.
Podría hablarle
Podríamos hablarnos
Pero, ¡para qué!; sin
duda no sabríamos encontrar las palabras justas donde encerrar tanta gratitud ante el silencio.
¿Por qué pienso ahora
en conjugar verbos?
¡Era! Era una criatura tan hermosa… Era, era, era…Fue, fue, fue…
Ahora
está ahí. ¡Está!, con toda esa carga de “era”
y de “fue”.
Ahora, simplemente,
está.
¡Ah,
qué hermosa e inquietante distinción verbal entre el “ser” y el “estar”!
Me gusta que esté.
Preciso que esté.
Agradezco tanto que
esté…
¡Estamos!
¿Habrá
algo más hermoso que este “estar”, aunque en eso de “ser”, ambos no seamos ya sino una maraña de surcos, mejor o
peor abiertos en la tierra de promisión a la que llegamos hace ya tanto tiempo…?
Está/estamos
en esta tierra tan nuestra
en la que
nos hemos declarado la paz
¡Estamos!
¡Está,
está, está!
Aunque
ya no sea quien fue, sino quien “está”.
Aunque a veces se
ausente desde los ojos hacia la nada del ser.
Aunque ya no seamos
sino sombras silentes proyectadas sobre la agrietada pared de la vida.
Y yo estoy aquí, y puedo
seguir mirando esa cosa que sea que ya no somos sin sentir la soledad del estar
sin esa sombra.
En
“CasaChina”. En un 14 de Julio de
2018
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