Hoy, porque ayer se me quitó un poco del miedo que pasé durante la pandemia, tenéis que permitirme una pequeña explosión poética
Era mi voz escasa
y tan gastada…
Pero era una voz
más
superviviente de órdenes muy, muy oscuras durante la pandemia
(¡los viejos, a la hoguera de la incineradora!).
Era mi escasa voz
entre todas las voces blancas de la tierra
que ayer por la mañana se echaron a la calle
clamando
por poder deslizarse como cisnes
sobre la superficie sangrante de lo inicuo.
¡Blanco el clamor urbano sobre el negro rasante del asfalto!
Blanca, la blanca desazón de los pañuelos.
Blancas las batas blancas,
salpicadas de urgencias rendidas e indefensas.
Blancas las manos blancas de los que nos mantienen
vivos
hechas a repartirse sin descanso
−blanco de pan y sal−
entre los blancos lienzos del quirófano
hasta teñir de blanco el rojo el desaliento.
Y era blanca la luz de algunas nubes
que nos sobrevolaban
igual que gaviotas fugitivas de un negro chapapote.
Detrás de los visillos de la Puerta del Sol
otra negrura
(idéntica negrura −oscuro karma− a la de entonces,
cuando se atormentaba la anochecida luz de la palabra
en sus siniestros sótanos oscuros).
Una negrura recién almidonada
que
jugaba con las oscuras cifras de un sudoku
el negro mercadeo de lo privado.
Y allí , un poco más abajo, resistía mi voz,
descolorida
de cualquier partidismo oportunista en busca de poltronas,
incolora de toda bandería estacional
muy débil,
muy fatigada ya de tanto alzarse,
muy usada en vivir
envejeciendo
contra todo pronóstico reglado
en multitudinaria y dulce compañía.
En CasaChina. En un 14 de Noviembre de 2022
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