VA DE...Batiburrillo literario

martes, 25 de septiembre de 2018

LOS AVIONES




Bastan cinco minutos para soñar toda una vida.
Así de relativo es el tiempo
Mario Benedetti

Mucho antes de que Piturdo fuera ya muy, muy viejo, fue muy muy joven…
Fue tan joven, que apenas era un rapazuelo nacido en una de las mejores casas de uno de los mejores barrios de aquel Jaén donde hacía tiempo que amagaba Guerra. La única guerra que debiera hacer que se nos cayera la cara de vergüenza a unos y a otros en España. 
Claro está que Piturdo nació en la casilla del fondo del huerto, casi por las mismas fechas en que nació Casilda, la nena de la casa principal, para la que, en cuanto levantó dos palmos del suelo, Piturdo bajaba uvas de la parra y subía moras desde el rio que pasa por el Puente Tablas, mientras soñaba en convertirla en su princesa.
Luego, cuando Casilda y él empezaban a mocear mirándose desde la distancia que marca un jardín de por medio, llegaron los aviones, aquel 1 de abril de 1937, y, en una ciudad con demasiados rencores rebullendo y sin sitios donde resguardarse, los aparatos soltaron muerte a chorreones; una muerte que se llevó por delante a toda la familia de la casa grande; y a los de la casilla del fondo del huerto, menos a él. Pero nadie quiso echarle cuentas a Piturdo, que se echó a la calle sacudiéndose el polvo y la pena de la muerte de la señorita Casilda, sin tener a quien arrimarse que no fuera Canelo, el perro de la casa, y Miau, el gato de su “ella”.
Así fue cómo empezó Piturdo a formar parte del paisaje callejero del Jaén de aquellos años en los que aún sonaron muchos tiros en el patio de la cárcel donde encerraron a los rojos cuando ganaron los otros.

En “CasaChina”. En un 25 de Septiembre de 2018.

SALA DE ESPERA


91/2018

CosiCosas de Piturdo-2

“La vida no es más que una gran sala de espera”.

(La poesía de las salas de espera).
Andrés Aberasturi.

Eso fue cuando Piturdo era ya muy, muy viejo…
Sonaba un tono de aviso, y en la pantalla aparecían algunas letras y algunos números.
Todos los presentes miraban entonces el papelito que habían obtenido del expedidor de turnos y volvían a guardarlo con gesto contrariado, salvo uno de ellos que, sin poder reprimir un ligerísimo gesto de triunfo, se alzaba del asiento alineado en aquella sala semejante a un minicine, con minipantalla sin argumento, y se dirigía a la puerta indicada.
Piturdo era el único que dejaba pasar las señales sonoras de alerta sin mirar a la pantalla ni consultar papelillos crípticos.
Él nunca sacaba número de espera. Simplemente, llegaba el primero, y se quedaba el último, esperando  a que todos consumieran su turno, a que en la pantalla apareciera un intenso color azul parpadeante, sin letras ni números; a que la sala de espera quedara vacía, a que la puerta de la consulta se abriera y apareciera ella, la doctora, la que una vez -hacía ya de eso mucho tiempo- lo miró con aquellos ojos suyos llenos de “tranquilo: sé-quién-eres”, y, tomándole las manos sin demostrar repugnancia, le suturó las muñecas abiertas por la desesperanza, mientras le decía: “esto te va a doler; pero pasará”.
Y le dolió. Pero no pasó.
Le dolió eternamente. Durante toda una eternidad.
Ella, o, mejor dicho, su amor por ella fue lo más doloroso de su vida de paso.
Le dolió como un tizón aplicado en la piel del insomnio cada segundo de sus larguísimas noches de tránsito desde la juventud desengañada a la vejez.
Le dolía hasta el amanecer, durante cientos de amaneceres, de una manera sorda y lacerante.
Le dolía con cada campaneo de las horas en el lejano reloj del Gobierno Civil que luego fue la Diputación.
Le dolía durante las horas purulentas que engrisaban el amanecer de los inviernos, y durante la desesperación de la calorina que soltaba la peña del castillo antes de que los pinos crecieran poniéndole visera al sol de los agostos.
Le dolía con urgencia, hasta que llegaba la hora de regresar a la asepsia de la salita con el dolor crónico anestesiado por la espera: aquellas horas sin horario en las que él esperaba aliviado su turno para verla, sin esperanza de curación.
Hasta que un día Piturdo no acudió a una consulta para la que no tenía cita previa.

En “CasaChina”. En un 23 de Septiembre de 2018


domingo, 23 de septiembre de 2018

PITURDO


90/2018
(CosiCosas de Piturdo)

Tengo la intención de vivir para siempre o morir en el intento”.
Groucho Marx

     De que Piturda existió doy fe; que para eso mis primeros pasos como Maestra Nacional los di en Jaén, allá por los primeros años 60 del siglo pasado, y por entonces, y por aquellas calles, ambos dos triscábamos con la intención de vivir para siempre, sin saber todavía que, como Groucho Marx, él -Piturda- moriría en el intento, y yo ya he aprendido que voy camino de ello. (Quien lo ponga en duda y quiera comprobarlo no tiene más que mirar esto: https://www.piturda.com/palabras-jaen/quien-fue-piturda/ ).
Bien mirado, la inmortalidad propia depende de que nos escribamos a nosotros mismos; la de los personajes increíbles, depende de que salga alguien dispuesto a escribirlos convirtiéndolos en protagonista.
Yo quiero inmortalizar a Piturda, como él soñaba, creando a Piturdo, un personaje del que iré contando historias que nunca sucedieron. (O quizá, sí. A saber…)
Os presento a Piturdo: el personaje.

En “CasaChina”. En un 23 de Septiembre de 2018

AGUAS CRECIDAS

  14/2001 Aún estaban los campos embarrados cuando empezaron a correrse las primeras noticias de Madre de boca en boca, en las barcas ...