VA DE...Batiburrillo literario

sábado, 24 de noviembre de 2018

GRISURAS ILUMINADAS

127/2018
A la muchacha que ayer me abrazó en la zona B del sótano 1 de la Delegación de Hacienda de la Calle Guzmán el Bueno de Madrid porque se desesperaba.

Y a los que abrazan a desconocidos.

Ayer, a eso de las 11 de la mañana, seguía esperando dos horas después, en la zona B de ese hall de inmensidades insensibles que es el semisótano 1 de la Delegación de Hacienda de la calle Guzmán el Bueno de Madrid. (A fin de cuentas, esas instalaciones son una perdurable previsión de espera en desespero aséptico por su apariencia; funcionales en su mobiliario, semejante al de un ambulatorio; desalmadas en esencia si uno se fija en los cuerpos desamparados, casi insustanciales, que deambulan, atravesando como zombis el desierto perfectamente enlosado, pulido, vacío, desolado y resbaladizo).
Como decía, allí aguardaba yo a que la pantalla colgada frente a las impolutas sillas ambulatorias de la “Zona B” se dignara acordarse de parpadearme la combinación de número y letra (V-3) que la pantalla de la máquina expendedora de turnos había tenido la indiferencia de asignarme, previo tecleado de los dígitos de mi carnet de identidad.
A mi izquierda, una muchachita con credencial de la casa se esperanzaba en blanco y negro, contándole naderías eternas a un guapo mozo sin credencial, justamente en la embocadura de un pasillo fagocitario y misterioso, que mostraba un inicio de mellas en su dentadura de mesas numeradas, alguna de ellas habitada por su respectivo funcionario con credencial.
Por lo demás, todo era gris.
El suelo, las paredes, las sillas de fibra rabiosa, los soportes de las sillas grises, sostenidas en la grisura inoxidable del acero, el fondo de las pantallas repartidoras de turnos, el pelo de los consumidores del susto de Hacienda…
Estaba yo preguntándome por la razón de semejante grisitud en todas las oficinas públicas (y en todos los autobuses urbanos) cuando pasó delante de mi silla algo así como un destello de luz arrancándome del sopor que siempre me ha producido lo gris de las horas de las esperas institucionalizadas. Era una muchacha a la que la ira enrojecía de tal forma, que sus mejillas y su frente iluminaban aquella eterna espera gris e inmensa de la zona B del sótano 1 de la Delegación de Hacienda de la calle Guzmán el Bueno de Madrid.

Gaviola en lo gris
Con cierta dificultad entumecida, me levanté de mi asiento y me acerqué a la muchacha desesperada, más por recibir un poco de su luz -aunque fuera iracunda- que por ayudarle como ella parece que interpretó que yo pretendía.


-¿Usted sabe -me preguntó- cómo se puede hablar con alguien en este sitio de locos?
Su alusión a la locura me pareció desacertada. Yo he visitado muchas loquerías, y suelen ser blancas: batas blancas, paredes blancas, luz blanca, mentes en blanco…Pero no era el mejor momento para ponerse a discutir de colores, allí donde la rojez de la desesperación comenzaba a amenazar en moratones.
-¿Ha preguntado en Información?
-Sí. ¡Por supuesto! -Estallido-. Y me han dicho que lo del IVA era en la zona B del semisótano 1. Pero aquí no hay nadie a quien… “¡Qué pena de país, qué desgracia… qué esto… qué lo otro…”!
-¡Ah! -¿Y ha sacado turno en el dispensador? (Sé por experiencia que los mayores desesperos suelen ir cediendo y disolviéndose en la medida en la que, en lugar de oponer opiniones propias -o reprobaciones siquiera sean gestuales- ofrecemos una impasible batería de preguntas fáciles de responder, que la persona interrogada suele percibir -aunque no lo parezca- como reconocimiento a lo que ella pueda responder).
-El dispensador señala que es para “citas previas”, y yo no tengo cita previa, -seguía furiosa, pero menos- pero lo que sí tengo es la urgente necesidad de liquidar aquí el IVA de la compra de mi coche y poder matricularlo, para lo que sí que tengo cita dentro de 20 minutos en la Dirección General de Tráfico y...
-¿No tiene cita previa aquí? -parafraseé demostrándole a mi luminosa energúmena que la estaba escuchando con toda atención, y tratando de desviar la suya hacia un espacio acotado en pequeñito en mitad del inmenso caos en que estaba perdida.
-No; no tengo cita. ¡Vaya! Y ¿con cuánto tiempo ha pedido usted la suya? -A esas alturas ya había despotricado a sus anchas en contra de todo, de todos y de su propia frustración, de manera que no le quedaban energías para rechazar, pero sí para percibir mis manos, que le apretaban los hombros con ternura, como se aprieta un berrinche infantil en mitad de su impotencia.
¡Bueno, bueno, bueno…! Ahora era ella quien preguntaba. Íbamos, sin duda por buen camino, aunque la luz de su cara, que había sido la que me sedujo inicialmente, comenzaba a rosearse restándole furor y esplendor al rojo. Pero no caí en la trampa de responderle, sino que continué interrogante, con el amaño de la mayéutica, que tan buenos resultados da en cualquier situación de conflicto.
-Y digo yo: ¿por qué no intenta acudir a la cita que tiene concertada en el otro sitio, y deja lo del IVA de aquí para mejor momento?
-¿Y si en el otro sitio no me matriculan el coche por no llevar la liquidación del IVA de aquí? -Dudó en tono sonrosado pálido-.
-Entonces, vuelve a pedir cita allí, y consigue tiempo para pedir cita previa aquí, para poder acudir allí con todos los sacramentos de aquí; y todo arreglado. -Trataba de parecer ridículamente divertida.
-Pues… ¿sabe que a lo mejor tiene razón?
Y me abrazó en arco iris.
Luego me dio la espalda y se fue.
Pero, de repente, cuando ya iba por mitad de aquel gris- perla-peregrina, se detuvo en seco, se volvió hacia mi y preguntó levantando un poco la voz:

-Oiga… No será usted mi ángel de la guarda, ¿verdad?

En ese momento la pantalla gris legañeaba mi dígito de turno, y una polícroma voz robótica indicaba el número de mesa a la que debía dirigirme, tras la cual acababa de sentarse la funcionaria que había estado cotorreando más de una hora con un guapo mozo en la inquietante embocadura del pasillo desdentado de la Delegación de Hacienda de la Calle Guzmán el Bueno de Madrid, mientras que al fondo del grisáceo patio del sótano 1 se iba apagando la muchacha que me había regalado un abrazo de colores confundiéndome con su Ángel de la Guarda.

En CasaChina. En un 24 de Noviembre de 2018

lunes, 12 de noviembre de 2018

SABIDURÍA



 125/2018

¿Será que la ausencia de ambición de poder es lo que nos hace libres?

        A fuerza de hablar mucho con la gente, preguntar siempre y escuchar poniendo toda su atención en cualquier cosa que los otros le respondieran, se había convertido en una Mujer Sabia.
Cuando llego a ser la Mujer más sabia del reino, el Rey la llamó a su presencia; pero la Mujer, que cultivaba la sabiduría de no precipitarse nunca, se demoró tres días en acudir a la cita regia: uno para entender, otro para decidir y el tercero para dar tiempo a que se entendiera cualquier decisión suya.
-¿Por qué tardaste, Mujer, tres días en acudir a mi llamada? -le preguntó el Rey algo enojado.
-Quise saber, Rey, si tu llamada era un arrebato o una carencia. Los arrebatos no esperan, y no merece la pena dedicarles algo tan precioso como el tiempo; y las carencias, aunque dejen cicatrices en la memoria, suavizan sus aristas más dolorosas con un simple aplazamiento. Ya veo que, después de tres largos días de espera, aún recuerdas haberme llamado, de manera que aquí me tienes, dispuesta a regalarte lo más valioso que tengo: tiempo para escucharte.
Le sorprendieron al Rey aquellas palabras de la Mujer, que, en lugar de pedirle algo como hacían todos, le estaba ofreciendo semejante simpleza inmaterial. Sin embargo, tenía la seguridad de que la propuesta que él había decidido hacerle era más poderosa que la arrogancia de la Sabia, y acabaría con su insolencia.
-Me dicen que eres la más sabia del reino. Así que he decidido que seas mi todopoderosa y próspera primera ministra.
-¿Has decidido por mí? -respondió la Mujer Sabia, dejando traslucir en su voz un deje a mitad de camino entre la compasión y la ternura. ‑Permíteme, Rey, que sea yo quien decida mi propia vida rehusando tu oferta, y agradecértela al mismo tiempo con todo mi corazón.
El Rey comenzaba a dudar de la sabiduría de aquella mujer y casi se alegraba de su rechazo; pero algo lo movió a insistir:
-Mujer Sabia: no alcanzo a comprender tu negativa a convertirte en la mujer más rica, más importante y más poderosa del reino después de tu propio rey. ¿Podrías al menos explicármelo?
La voz de la mujer era absolutamente humilde y amorosa cuando respondió casi festiva:
-Verás, Rey: no eres tú quien puede investir de importancia a quien ya es la más importante para sí misma. Nunca me traicioné a mí misma; quiero seguir siendo la única que jamás me traicione, y eso me convierte en la criatura más importante que conozco. Lo del poder es más sencillo. Si aceptara el poder que dices querer y crees poder darme, mi poder dependería del tuyo, de manera que no sería genuino, y me convertiría en indigente. Y, finalmente, no quisiera yo caer en la trampa de la posesión de las cosas. Las riquezas que no pueda llevar en mi pensamiento pesarían tanto como el miedo a perderlas; y debes saber que mi verdadera riqueza está en no tener que acarrear miedo.
Nadie se había atrevido a rechazar semejante oferta. Por eso el Rey, dispuesto ahora a comprender el quid de una sabiduría tan sinsentido para él, cambió la ofrenda por la amenaza:
-¿Y si resolviera condenarte a muerte por tu desaire? ‑preguntó el Rey más confundido que enojado.
-Tu poder no es tan grande, Rey, para decidir lo que ya decidió la propia vida el día que me abrió los ojos. Yo, como tú, ya estoy condenada a muerte por el solo hecho de vivir. Tu único poder sería ponerle fecha a lo que antes o después sucederá.
-Eres sabia, Mujer, lo reconozco; pero también eres despiadada. Lo sabes, ¿verdad?
-Te equivocas, Rey. No soy despiadada. Soy libre.
En CasaChina. En un 12 de Noviembre de 2018

TAMBIÉN ELLOS

  ( GitaneandoEnVerso ) Gitaneando en verso - 09/2025 También ellos… No es un grito fugaz y destemplado. Tan solo es un murmullo...