Tienes el mismo derecho a ser un sieso
lobo amargado que yo a ser una insulsa alegría antropomorfa. La diferencia está
en las secuelas del contagio. (Que todo gesto se contagia; sobre todo, la
alegría y la congoja).
Hay quienes, suceda lo que suceda,
siempre van buscando instalarse en el púlpito de la ceniza, convencidos que
desde lo alto de cualquier tribuna −y digo “cualquier tribuna”− se reparte
mejor sobre la cabeza descubierta de los feligreses la mugre que uno mismo
produce a escondidas en sus intestinos.
Cuando hablo de ceniza (y de
cenizos) me refiero a aquel empeño del “Memento homo quia pulvis es, et in pulverem
reverteris” [Génesis. 3.9], que tiene más de rabieta de un Dios mal criado que de una reflexión
sensata (pensamientos positivos) sobre la materia prima utilizada para hacer al
primer hombre.
Porque, vamos a ver: ¿qué necesidad
tenía el Dios de la Biblia de recordarle a un pobretico Adán, recién
sacado del horno, y desnudico, que no era mucho más que un poco de polvo,
amasado y modelado a prisa y corriendo, y que, se pusiera como se pusiera,
antes o después volvería a morder el polvo con una costilla de menos?
¿No suena eso a un
“te-vas-a-enterar” lleno de frustración propia mal digerida?
Porque, si una servidora no está mal
informada, fue el mismísimo Agorero quién se descuidó en la manufactura de su cacharro
al meterle en la mente al primer hombre la capacidad para decidir qué comer,
incluida la dichosa manzana −que vaya usted a saber si era una manzana o un
tallo de “maría”−; así que, bien podría el Mandamás haberse callado la boquita
cenicienta. Porque lo que dispara la boca contra los otros en plan Robin Hood
da fe de la necesidad de proyectar esos malogros propios que cada cual
acarrea/mos en su/nuestro carcaj.
Pero volvamos al polvo.
A ver: que nadie me malinterprete.
Que de lo que yo quiero hablar es de esa polvareda que ha levantado lo de el
dichoso viruso de la corona; (no de otros polvos, que no van a dar
ni estos ni aquellos lodos, teniendo en cuenta la escasez de lluvia que nos
aflige).
Como no podía ser menos, asomar la
corona el viruso, y ver a los falsos profetas y a los clérigos de lo
triste remangarse las sotanas y ocupar a codazos los púlpitos para indigentes deslustrados
e ilustrados insatisfechos, todo ha sido uno: “que si ya lo decía yo…”, “que si
nos están ocultando…”, “que por qué dicen…”, “que por qué no dicen…” “que
cuando yo mandaba… que cuando mandabas tú…”.
En definitiva, un “¡anda que tú!”
polvoriento y eternamente resentido, que acrecienta las tristezas con las que
nos tragamos el pan nuestro de cada día, más por no morirnos de hambre que por
tomarle el gusto a lo de comer tantísimo desconsuelo como el que nos predican a
orinalazo ¿limpio?
Pensándolo bien, siempre habrá
agoreros cenicientos, empeñados en arrancarnos la alegría más o menos
tontorrona que cada cual hemos elegido vivir como si estuvieran en mitad de un
atochar, arrancando esparto a mano para una industria ya trasnochada.
Como siempre habrá Adanes desnudos y
Evas con minifalda que no quieren saber de dioses en blanco y negro mientras
suene música de colores.
Lo que pasa es que, antes del reino
de lo gris de la ceniza, que no es sino una mezcla más o menos intensa de lo
blanco y lo negro, está el calorcillo del fuego, al que hay que ir añadiéndole
ramillas de yerbas aromáticas en lugar de pisotearle las ascuas antes de
tiempo.
Cuando me quede sin leña para
avivarlo, o cuando me quede sin días que consumir, no seré yo quien se resista
a ser ceniza.
Mientras tanto… Me declaro en
cuarentena de presagios, temores y “anda-que-tuses” inducidos por quienes,
entre pincelada y pincelada, hipotecaron de por vida su alegría de vivir.
En “CasaChina”. En un 12 de Marzo de
2020