34/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado – 9)
Lo de recordar se me ha quedado
obsoleto −que se dice− en esta vorágine en que se ha convertido la inmovilidad
a la que nos ha condenado el Viruso Coronado y sus cicatrices.
Ahora, después de NUEVE DÍAS de
conversaciones conmigo misma, y de saber que ya no podré hablar nunca con algunos,
no puedo conformarme con lo de recordar.
Lo de recordar necesita un
continuo cambio de paisaje en el que poder parar la moviola de la mente
mientras el mundo se mueve, se agita, se acelera y se va quedando atrás; se
borra, se emborrona y vuelve a recuperar sus más exactos perfiles.
Recordar es algo así como tratar
de encajar en un puzle recién acabado una pieza de un puzle de distinto dibujo
y personajes.
Horas enteras me he pasado
recordando a personas que ya han pasado a otra dimensión y cosas de otros
tiempos, porque, a Dios gracias, tengo materia prima de sobra (por no decir
años) con la que entretenerme.
Te he pensado a ti.
Sí, a ti.
Y te he pensado de mil maneras
distintas. Como una incrustración compartiendo infancia, colegio, pedazos de
calle y calles despedazadas. Te he pensado con mil nombres distintos
señalizados a la entrada de los cientos de pueblos y ciudades que conocí, donde
viví vidas enteras y momentáneos sinvivires.
Te he pensado, página a página,
sobre las fotografías que amarillean muertas de abandono en álbumes que ya no
se llevan, y en cartas que tenía olvidadas en una caja de cartón, allá abajo,
en el trastero, y que, ahora que tenía tiempo que perder, lo he ganado
clasificándolas por caligrafías para saber qué mano las pudo haber escrito
No lo creerás, pero, mientras
pienso, se me están acabando los recuerdos.
O, para expresarlo mejor, me
empiezan a cansar los recuerdos, más que nada por lo que tienen de infieles en
su afán por desmoronarse.
Me explico.
Estaba yo en lo de pensar en lo
que fuera cuando decidí hacer una lista de recuerdos de las tiendas del Jódar
que yo recuerdo, y me salió algo que me inquieta.
Resulta que la mayoría ya no
están ahí.
¿Ves a qué me refiero con lo de
las infidelidades?
Mira, si no, en lo que estaba
pensando.
·
EL
ALQUILER DE BICICLETAS MAÑAS era un portalillo que quedaba por encima de la
Barriada de Fátima, frente a las cuevas de Josema, donde, además de alquilar
bicicletas, me enseñaron a ponerle parches a las cámaras de las ruedas cuando
se pinchaban. ¿Qué sería de aquellas casuchas del extrarradio? ¿Y de qué me
sirvió aprender a arreglarles los pinchazos a las bicicletas?
·
EL
BAR BANDERAS quedaba un poco más abajo, ya metido en la primera explanada de la
Barriada. Por lo que sé, todavía existe, así que no tengo por qué gastar energías
en recordar lo que todavía puedo ver. Claro que, visto lo visto, las cosas
pueden cambiar de un día para otro.
·
EL
QUIOSCO DE MARÍA LA DE LERMA. ¡Ay el kiosco de María la de Lerma! Era la luz dentro de enormes bombillas, los
helados de corte y de cucurucho y su mandil lleno de volantes y blanco como un
invierno. Con él se inauguraba el verano en la esquina de la Plaza del
Ayuntamiento, frente a la Fonda La Española, y con su clausura se clausuraban
el sol y las albercas.
·
LA
IMPRENTA BAGO cuando se ponía a lo suyo era como un monstruoso jadeo artificial,
respirando tarjetas de visita y sobres de medio luto. Allí, mientras encargábamos
la esquela mortuoria de 1959, que es lo mismo que mentar a mi padre, comencé a preguntarme
si una máquina tan cruel como aquel artilugio asmático, en la había que ordenar
las letras de plomo espurreadas por las cajoneras para escribir cualquier cosa,
sería capaz de encontrar las palabras necesarias con las que escribir mi primer
libro.
·
LA
DROGUERÍA de don Lorenzo del Río era punto y aparte; sus olores a jabón de
tocador “Flores de Gurí” mezclado con polvos de colar y barras de brea dieron
de sí lo preciso para colocar a su hijo de Juez y a su nieto de presidente del
Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Luego, feneció.
·
LOS
GÁZQUEZ eran su escaparate de Reyes Magos, y el hogar de todas las magias dando
vueltas por encima de su mostrador en esquina que ya no está. ¡Ah! Y la
señorita de detrás del escaparate de la izquierda cogiéndole los puntos a las
medias de cristal con una máquina eléctrica, alumbrándose con una lamparilla
que le disimulaba la tristeza.
·
LUCAS
ALADOS y MODESTO estaban en La Carrera y vendían de todo lo que puede vender un
bazar de los 50 antes de descubrir la palabra “butique”. Luego se separaron.
Ambos siguieron en La Carrera; pero ya nunca fueron los mismos.
·
PACO
ABRIL: en la esquina de La Carrera con la calle Méndez Núñez, Paco fue el
primer hombre calvo de mi infancia; y sus hijas, Mari Cely y Pilar mis
compañeras de colegio.
·
LA
PASTELERÍA EL BOLO era la parada ineludible a la salida de misa mayor de los
domingos. Un día contaré por qué dejé de comer de por vida sus inigualables
pasteles de cabello de ángel. Lo que no puedo contar es cuándo desaparecieron
aquellos pasteles.
·
TEJIDOS
NIETO estaba en otra esquina; olía a seda y a cintas de colores. Allí compraba
nuestra madre las telas de nuestros vestidos singulares.
·
ULTRAMARINOS
CARREÑO… ¡Ultramarinos! Qué palabra tan sugerente y misteriosa. Y aquel
salchichón largo y delgado, envuelto en papel platilla.
Aquel año me compraron un
impermeable plateado que a ojos de mi hermana la de en medio me igualó al
salchichón de Ultramarinos Carreño. Con lo fácil que hubiera resultado
igualarme a una chocolatina… ¿O es que por entonces no había chocolatinas?
- Y LA FARMACIA DE MIGUELITO… sigue tal cual; solo que ya no se venden ni litines ni agua de carabaña. Y Miguelito no está.
Y yo, pensando en todo aquello
que ya no quiero recordar porque los recuerdos se me han quedado viejos.
Prefiero recordarte antes de que
envejecieras.
Así que…te pienso y te recreo a mi gusto, tal como a mí me gusta pensarte.
Sí, te pienso.
Pensando
en CasaChina. En un 20 de Marzo de 2020