VA DE...Batiburrillo literario

viernes, 3 de abril de 2020

SANTABÁRBARAS


48/2020 
(Croniquilla del Viruso Coronado – 24)
       
¡Curioso! Una tiene la impresión de que la gente (alguna gente) de la que lee estas croniquillas mías −suponiendo que las lean− no lee lo que yo escribo, sino que utiliza lo que ellos creen leer a modo de detonante para hacer explosionar toda la carga de frustración sin resolver que ha ido acumulando en sus santabárbaras privadas según van pasando estos días de encierro.
       Y lo entiendo. ¡Estaría bueno que no lo entendiera!
       No es plato de gusto ver pasar los días, y los telediarios, y los cadáveres de nuestra gente sin tener la certeza de cuándo se acabará esto. Ni siquiera, si se acabará.
Se necesita tener la cabeza muy bien puesta, el ánimo más que templado y los papeles muy bien aprendidos, para no reventar, tal como revientan las castañas echadas a la lumbre sin haberlas rajado primero para darles suelta al recalentón de los malos humores.
       Hoy mismo acaban de decir a bocajarro que el Gobierno va a por la segunda prórroga del ESTADO DE ALARMA. Y esto no es como en el futbol, que, si en la prórroga se mantiene el empate, pues se recurre a los penaltis y se resuelve el partido.
       No señor. Esto no es como en el fútbol.
       Esto es un asunto de vida o muerte a secas. O de vida y de muerte que no conoce de categorías ni distingue por cargos ni se anda con chiquitas.
       Esto es como es −aunque nadie sabe a ciencia cierta cómo es−; y lo peor es que en este jueguecito no hay ni reglas ni reglamentos que valgan. Todos hemos tenido que improvisar sobre la marcha, con mayor o menor acierto, y tendremos que seguir haciéndolo a capricho de las improvisaciones del bichito en cuestión.

Y aquí es donde retomo yo lo de ciertas −que no todas− lecturas sesgadas de mis croniquillas, y las razias desabridas que me montan en esa esquina sin farolas que es Facebook.

       Me explico:
Ayer, sin ir más lejos, compartía yo en mi muro −curiosa forma de denominar lo que muchas veces tiene más de paredón que de muro− una reseña de un tal Carlos Ayuso (al que no conozco de nada) sobre FERNANDO SIMÓN, la cara visible en TV de la información sobre la marcha (y los caprichos) de la epidemia mundialmente coronada. El autor de la información −que no yo− hacía una tan escueta como documentada referencia al expediente académico y puestos ocupados por el personaje en cuestión, que he de reconocer que a mí me conmovió, como me conmueve todo lo que suponga superación personal y vocación de sabiduría. 

Estoy hablando de la EXCELENCIA; no de la persona.

Mi visualización de lo que iba leyendo puede traducirse en que, mientras algunos zangolotinos de los años 70/80 del siglo pasado holgazaneaban entre litronas, porretes y rokanroles, el muchachito de Zaragoza se dejaba los codos encima de la mesa licenciándose, doctorándose, especializándose, expatriándose y opositando brillantemente para acabar convertido en acreditado FUNCIONARIO DEL ESTADO −que no en supuesto paniaguado del Gobierno hasta ingresar en el Cuerpo de Médicos Titulares del Estado de España. Eso por no mencionar su tarea docente en la Escuela Nacional de Sanidad, o su aportación como asesor del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades, o la dirección del CCAES (Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social).

Esto último desde 2012, fecha nada sospechosa de estar bajo la regencia, supervisión, vigilancia y ordenanzas del actual gobierno.

Con lo anterior trato de puntualizar dos cosas:
·    UNA: que antes de hablar/ alabar/ despotricar de algo, −nunca de alguien− intento informarme lo más a fondo posible sobre el tema.
·    DOS: que mi información sobre el personaje glosado no me llevó a explayarme en una loa lisonjera y floripondiosa de él, sino del hecho de su excelencia.
No pude ser más sobria a pesar de mi admiración. Me limité a un comentario tan aséptico como el que copio:


Cuando hablo de EXCELENCIA,

 hablo de personas así”
                        
       Pero tal parece que los seres humanos, cuando estamos aburridos o pesarosos, necesitamos un alguien que nos haga de Espartaco; alguien sobre el que descargar nuestros afanes de pan y circo, y le dé juego a nuestros pulgares.
  
Para qué les voy a contar las ampollas que tan escueto comentario ha suscitado
¡Vayan! Vayan a mi “muro” y vean el pelotón de fusilamiento que ha formado vista al frente, rifle descalificador al hombro e improperio explosivo cual santabárbara sin control, dispuestos a disparar a la persona −que no a la situación− y a ajusticiar a palabrazo limpio a un FUNCIONARIO DEL ESTADO ingresado en su puesto desde algunos gobiernos atrás, por el simple hecho de ejercer  SU FUNCIONARIADO según su leal saber y entender, en un asunto del que nadie sabe ni entiende/ entendemos demasiado −aunque todos opinen/ opinemos como loritos criados en la casa de Bernarda Alba− y que, dicho sea de paso, nos ha cogido a todos con los pantalones bajados y en cuclillas.

¡Qué le vamos a hacer! Si las criaturicas se han desahogado…
Quienes me conocen, saben que no entro en porfías politizadas, más o menos instruidas, donde de lo que se trate sea de sacarle los higadillos a personas concretas en lugar de chismorrear, investigar o aportar ideas más o menos brillantes sobre hechos y situaciones.
Para quienes no me conocen, sepan que desde hace muchos, muchos años, como Mediadora convencida, estoy alineada con la escritora británica Evelyn Beatrice Hall, cuando dijo aquello de “detesto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Por eso, con un respeto absoluto −no sabéis cuánto− hacia los “críticos” de lo que yo no he dicho, jamás borro de mi muro un comentario, o un desaire, por muy contrario que sea a las escasas pero rotundas ideas que me van quedando.
Ni siquiera suprimo glosa o apostilla cargada de cualquier insulto frontal, porque, en definitiva, el insulto acaba por calificar al insultador con mayor potencia que al insultado.
Pero en esto del Viruso Coronado −y con independencia de que sigo considerando la EXCELENCIA en abstracto −sin siglas ni colores− como algo que todos debiéramos apetecer, trabajar y cultivar por mucho trabajo que cueste, quiero terminar esta croniquilla tomando de la reseña del tal (y desconocido mío) Carlos Ayuso los últimos renglones con los que la remataba, bien es cierto que con algunas y poco excelentes penurias en la puntuación:

“…si tú tienes la solución para este problema no pierdas tiempo y acércate al ministerio de salud, que está en el paseo del prado 18, en madrid (si le comentas a la policía que tienes la solución al problema, probablemente te dejarán pasar).
corre, estamos esperando tu aporte!!!

Informándome en CasaChina. En un 3 de Abril de 2020

jueves, 2 de abril de 2020

¡A SUS ÓRDENES!


 47/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado – 23)

       ¡Desmoooonten!
       Y ellos, sin pensárselo dos veces, y en primer tiempo de saludo, echan lona a tierra y desmontan el hospital de campaña que acababan de levantar poco antes, dentro de un recinto de Sabadell, siguiendo órdenes concretas de sus mandos.
¡Faltaría más!
La orden de desmontar acababa de darla el Govern; y los militares, (salvo unos pocos que no acaban de entender lo de la disciplina) están para obedecer las órdenes que les da el mando civil. (Con razón o sin razón. Caiga quien caiga)
*
¡Caaaaarguen!
       Y los mismos que habían sido desterrados por vestir con entrega de titanes la austera solidaridad del caqui camuflado, cargaron a hombros los féretros de los muertos ajenos, sin cuestionarse si alguno de los que se fueron, entre la monta y la desmonta, pudieran haber seguido en el mundo de los vivos de no recibirse la orden de desmontar.
       Nadie se preguntó si dentro de aquellos féretros estaba quien dio la orden de montar, de desmontar, de cargar, de trasladar tiendas, de felicitarle el cumpleaños a los niños recluidos tras los cristales o de auxiliar con la bolsa de la compra o aliviar soledades a cientos de ancianos sin esperanzas.
*
¡Sin novedad!
No hay fatiga, ni riesgo que los haga retroceder ante la voz de mando. Si en la vida no se permiten hacer distinciones a la hora de dispensar asistencia, tras la muerte, mucho menos. No hay diferencias ni exclusiones para los que se ejercitan cada día en el espíritu de servicio a las gentes doloridas, sean del color que sean.
*   *   *
mmmmm
¡Saluden!
mmmmm
       Y las buenas gentes de a pie salieron a las ventanas para saludar a los que iban a morir, o a vivir en el empeño, en la trinchera del servicio según la suerte de cada cual. Pero que seguirían a sus órdenes: a las órdenes de quienes los necesitan tras cualquier catástrofe. Luego, volverían a sus cuarteles.
*
¡Descansen!
       Y todos se estremecen, nos estremecemos. Hasta las piedras se estremecen cuando el espacio se llena de esa austeridad, de ese dolor contenido que esparce el himno con el que las Fuerzas Armadas Españolas honran a sus caídos.
Y a los nuestros:
Cuando la pena nos alcanza
por un compañero perdido
cuando el adiós dolorido
busca en la Fe su esperanza.

En Tu palabra confiamos
con la certeza que Tú
ya le has devuelto a la vida,
ya le has llevado a la luz.

Ya le has devuelto a la vida,
ya le has llevado a la luz.

Estremecida en CasaChina. En un 2 de Abril de 2020

miércoles, 1 de abril de 2020

CERRADO POR PROFUSIONES


 
46/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado - 22)

"Lo poco gusta, lo mucho cansa…
 y lo machacón aburre"                                             

           Lo que al comenzar el encierro me provocó una curiosidad sin horario, lindante con la adición patológica, se ha convertido ahora en una flojera, en una apatía, en una desgana y en un melindre casi rayanos en algo a mitad de camino entre la irritación y el rechazo.
          Me refiero a los videos sobre el Viruso Coronado y sus colateralidades, que empiezan a ocupar nuestros espacios vitales con más agresividad, abundancia y letalidad que el propio responsable de este encerramiento cerril, que nos mantiene atrapados dentro de un fotograma inerte enganchado en una moviola fija.
         El chorreo de esos videos es como una nube de moscas alrededor de una matadura borriquera. Como una hilera de hormigas acarreando bultos diez veces más voluminosos que sus porteadoras; como ratas de granero; como cucarachas nocturnas en casa de un síndrome de Diógenes. Como anacondas encharcadas al acecho del regreso de “El hombre y la Tierra”; o como manadas de colorines que sobrevuelan cardos borriqueros sin saber de la impiedad de sus aguijones.
Los videos del Viruso son como una invasión de extraterrestres sin escafandra ni pupila en los ojos, de esos que miran sin mirar y tocan sin tentar, con un roce de piel acartonada que desuella el alma.
         Los hay de todos los colores, sabores, balumbas, excesos y carencias: buenísimos, muy buenos, buenos con reparos, regulares, ingeniosillos, bodriosos o birriosos, según se mire; y hasta rotundamente zafios, irritantemente machistas, o groseramente graciosillos, de los que hacen gala de un oportunismo ramplón de medio pelo.
(¿No será que me está entrando a mí un bitango?)

        Según se va alargando el tiempo de prisión provisional, siento que comienzo a echar de menos, cada vez con más avideces, ese mensaje directo, salido del ingenio propio y del sentimiento personal de los seres a los que amo, con los que me comunico por este medio maravilloso en que se ha convertido Internet.
Parejo a esa necesidad del mensaje personal, crece en mi interior una aversión casi espasmódica contra cualquier archivo adjunto, cuyo fondo borroso y agresivo triangulillo central revelan que aquello echará a andar en cuanto le dé un toque en el ombligo.
        Cuando comenzaron a asaltarme los sucesivos embates de pereza activa anti-videos, tomé por costumbre fijarme en el numerillo de la esquina inferior izquierda, indicador de la duración invasiva, y comencé a discriminar su visionado en razón de los tiempos: no abriría ningún video que pasara de los tres minutos, los que, multiplicados por un mínimo de 75 videos diarios, daba la preocupante cifra de 225 minutos; o, lo que es lo mismo:  3,75 horas que, restadas de las 24 diarias, reducían mi jornada a 20,25 horas. Si a esas les descontaba 8 horas de sueño más o menos artificial, me quedaba la miserable cifra de 12,25 horas para repartir malamente entre los papeles y las musarañas.
        Además, estaba lo otro. Lo otro no es otra cosa que las tareas accesorias: unos minutos para echar alpiste en los comederos de los pájaros, alguna hora de cocina, donde practico mi especial alquimia especiera, un mínimo de media hora para tareas inconfesables, y otro tanto para las innombrables… Total que, cuando me las prometía felices por el exceso de tiempo al que convidaba el encierro, cual una tierra prometida no contaminada en un principio, me doy cuenta de que casi no me queda calderilla para pagarme un miserable estar conmigo misma.
        Tras echar las cuentas, no me queda otra que cambiar esa incierta pereza que comencé a sentir en lo de abrir videos por un acto de resistencia numantina ante la mínima tentación que me aguijonee a pinchar el triangulillo de marras.
       Lo que pasa es que lo de la resistencia numantina no está libre de un cierto regomello, una sorda culpa que me hace recapacitar sobre el peligro de perderme alguna genialidad. Pero también para eso he encontrado el pensamiento-remedio: cada vez que ataca el mal cuerpo, me represento esa escena en la que me veo a mí misma pasar por delante de un kiosco callejero, repleto de colorines glamurosos, periódicos en montoncillos y unos pocos libros, cuyo título, precisamente por ser muy escasa su cantidad, da tiempo a repasar, mirar, seleccionar, elegir, y llevarme a casa. Casi siempre −por no decir siempre− acabo rescatando uno de esos libros que pasan a engrosar mis múltiples estanterías. Al propio tiempo, me esfuerzo en recordar mis visitas a cualquier biblioteca del mundo donde, desde que tengo memoria, me abruma la cantidad de volúmenes, me entristece y me agobia de tal manera que tengo que salir por pies al aire libre, sin ningún libro; porque −me duelo− sería un imposible leerlos todos, y una iniquidad elegir entre tantos.

¿No es una buena razón para darles el cerrojazo total a los videos?

Pues eso; que estoy segura de que, con mi abdicación en lo de no abrir ni un video más, me voy a perder muchas, muchísimas ingeniosidades; pero voy a ganar en mensajes personalizados de esos que parecen abrazos certificados con acuse de recibo.

Dicho lo cual, proclamo: no volveré a abrir ni un solo vídeo en lo que me queda de encierro, aún a riesgo de perderme los mejores.

                   “CERRADO POR PROFUSIONES”

Renunciante en CasaChina. En un 1 de Abril de 2020

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