46/2021
(Remedio caseros contra lo irremediable)
Los hay. Y habrá que saber cómo
defenderse de ellos.
Aunque ellos se erijan en jueces y
amos de vidas y haciendas ajenas, en realidad son reos de sí mismos, condenados
a vivir como los caracoles: arrastrados sobre su propia mismidad en cuanto
sacan los cuernos al sol ajeno, y sin poder (ni querer) evitar ir dejando a su paso
la marca repugnante de su mala baba.
Parecieran
antropomórficas y descomunales lenguas viperinas, que reptan sobre el fango que
salivan en sus bocas. Seres que, en cuanto escampa cualquier tormenta, aprovechan
el mínimo rayo de sol para pringar como lumiacos la hierba verde recién lavada.
En realidad, no son mucho más que
sarro sobre enormes lenguas chorreantes, tan infectas que parece irremediable
que su proximidad percuda, corroa, carcoma, desgaste y desmenuce cualquier amago
de vida a su alcance. Hasta tal punto es cáustico lo que escupen que acaba por devastar
a sus propios porteadores, desgastándoles sus imprecisas formas humanas para
transformarlos en una única inmensidad, una pulpa viscosa y malsana de tacto
corrosivo.
Los
“Escandalerosos”, como sordos emocionales, siempre están al acecho del mínimo
murmullo audible para convertirse en caja de resonancia con desafine.
Pertenecen a una especie que,
envueltos como viven en el amasijo de su espumarajo fermentado, pareciera que
no tienen depredadores: están hechos a que cualquiera que detecte su proximidad
huya como alma en pena, cual un correcaminos −bip-bip− en riesgo de verse
desplumado y engullido en carne viva.
Empuñan un arma letal: el miedo ajeno
Sin embargo, no
hay por qué perder la esperanza. Existe un remedio mágico y casero para dragarles
el mal aliento y desecarles la babaza.
Verán…ante morlacos así, apliquemos lances taurinos
El primer lance es la espera de la embestida a porta
gayola: mientras el escandaleroso escarba y resopla amenazante, no hay que salirle
al paso ni interrumpirlo −lo que busca es azuzar una buena bronca−, sino aguantarlo
frente a la puerta de toriles, de frente, mirándolo a los ojos como quien mira
una procesión ataviado de nazareno.
El segundo lance es el de fijación a la muleta con una
mirada extática: el escandaleroso es tan fatuo como vulnerable al agasajo,
y es muy fácil desarmarlo con una simple mirada que él interprete como sumisión.
Cuando lo tengamos “clavado” con la mirada, aún hay que hacerle sentir
importante apuntalándole su vanidad, lo que haremos usando frases breves, de
las que parece que no dicen nada y dicen tanto: “qué cosas”; “alucinante”, “uf”,
“increíble”.
Luego llega el abaniqueo y el desplante
sin arriesgar derrotes: cuando el escandaleroso comience a titubear, (que
suelen titubear en tales trances de frases casi monosilábicas y vagas) hay que
sacar del bolsillo un pañuelo recién planchado, −eso sí: con mucha parsimonia−,
y terminar por ofrecérselo al escandaleroso con gesto amable, al tiempo que se
le dice en voz baja: “Ya te he escuchado y sé de qué va (no hay que aclararle
de qué va). Ahora, limpiate (no hay que aclararle qué debe limpiarse)”.
Es nuestro momento: hay que mantener el pañuelo como
quien levanta un trofeo, extendido hacia el escandaleroso hasta que reaccione.
(Suele abandonar el campo con una última frase
huraña que daremos por no oída).
Funciona.
¡Vaya
si funciona!
No hay nada a lo que un escandaleroso le tenga más miedo
que el que los escandalarizables le pierdan el miedo.
En CasaChina. En un 9 de Abril de 2021