La JUSTICIA bien entendida comienza por uno mismo
19/2023
Tres
son los soportes de una verdadera sostenida y sostenible democracia: educación,
sanidad y justicia.
La administración de los tres está transferida
al Estado, desde donde, o se dota a cada uno de ellos de los necesarios medios
humanos, intelectuales y financieros para que cumplan su función o se está
sembrando de minas el campo de una convivencia justa, pacífica y soportable.
Como jurista veterana aunque a punto de
entrar en vía muerta, veo con tristeza cómo las tres extremidades de esta
democracia que se ganó con tanto esfuerzo y sufrimiento se está deteriorando día
a día, a ojos vista, sin que quienes padecen las consecuencias −que fuimos,
somos o seremos todos− sepan que no siempre las cosas fueron así, y que aún se está
a tiempo de remediar e impedir que las tres diosas de nuestro personal olimpo se
conviertan en "rentables" conveniencias ramplonas, rituales deshojados y cegueras
desojadas.
Dejo hoy para los sanitarios y para los
docentes su propia proclama, sin perjuicio de que en mejor momento arrime yo, −como
docente que fui y paciente que me siento−, mi propio granito de arena.
Hoy
me referiré a los juristas.
Tienen derecho a saberlo.
Los actuales juristas tienen derecho a
saber que hubo un tiempo en el que, como adujo con voz férrea en la
impresionante sala del Tribunal Supremo aquel ilustre abogado que tuve el honor
de conocer, Rogelio Villaplana, “un abogado, cuando toma la palabra en
defensa de su cliente, es Dios; y a Dios no se le interrumpe, aunque se acabe
el mundo”.
Tienen derecho a saber que en aquellos tiempos un
justiciable, a pesar de verse sometido con “la pena de banquillo” antes de ser
condenado o absuelto, gozaba, sin embargo, de uno de los más inalienables y sanadores
derechos: el de ser escuchado sin interrupciones premiosas, porque
nadie osaba limitarle su derecho al uso del tiempo con la ramplona
disculpa de “tenemos-muchos-juicios-hoy-y-poco-tiempo”.
Lo peor de todo es que quienes así acosan, urgen y someten a
sus semejantes no son sino víctimas de la indigencia provisoria de los que
manejan la caja, y meten la mano en ella con tanta generosidad y avaricia para sí mismo
como miseria para los servicios públicos más sagrados.
También los esbirros de los que mandan lo que hay que hacer tienen
derecho a saber que no es eso… no es eso….
Sucede que todo derecho apareja una obligación simultánea.
Los actuales juristas, sea cual sea el
lado del estrado en que se aposenten, tienen la obligación de reclamar que se
les devuelva la divinidad de su función, hurtada por deshilachadas puñetas
teledirigidas, siempre dispuestas a obedecer la indigente tiranía de lo mediocre,
tan timorata y sometida como quienes demandan de ellos, y resumida en un “abrevie-señor-letrado-que-no-tenemos-tiempo”.
Tienen derecho a saber que, a fin de
cuentas, cualquiera de nosotros somos potenciales alumnos, enfermos o
justiciables.
Los justiciables (que somos todos por
manumisión y transferencia del derecho de "venganza" al Estado) tenemos el
derecho a recibir una respuesta sin rígidas acotaciones del máximo de folios permitidos
en un recurso −como si la Administración de Justicia fuera un pobretón concurso
literario−. Derecho a un enjuiciamiento y, en su caso, un ajusticiamiento
digno, donde no nos veamos reducidos a peleles en manos de los hombres de negro
con sayones de prestado.
Derecho a ser oídos, escuchados y
entendidos en nuestro propio idioma, sea cual sea la longitud de nuestro
discurso.
Y eso −derecho y deber− se hace/paga/sufraga/exige
desde abajo.
A no ser que se sea tan torpe que lo que
se pretenda es “subir” como sea, a costa de pisotear los hombros de quienes sujetan
la base para mantener la torre de los "trepadores" in-humanos, sin caer en la
cuenta de que, cuando se llega a la cumbre de una torre tan inestable, lo
siguiente es caer al suelo.
En CasaChina. En un 14 de Febrero de 2023