CARTA ABIERTA
A LA
EXCELENTÍSIMA SEÑORA
MINISTRA DE
EDUCACIÓN
No seré yo −tan remilgada para estas cosas,
y tan bien enseñada desde chica en casa propia− quien prescinda de las maneras
protocolarias para dirigirme a una dama de tan consolidada formación académica.
Así que…
Excelentísima señora:
Antes de meterme en materia, quisiera yo
recordar lo que dijo usted ayer mismo sobre los hijos ajenos, pienso que
ejerciendo más la función de ilustre funcionaria que la de madre multiempleada.
Vino VE a decir algo así como que los
padres deben acostumbrarse a que los hijos no son de su propiedad.
Mire: lleva toda la razón del mundo.
¡Los hijos no son de nadie!
Aunque, una vez paridos, la obligación de alimentarlos,
cambiarles la caca de los pañales, ponerles paños de agua fresca en la frente cuando lo de la fiebre y comprarles
los zapatos de dar patadas a los modales callejeros sea cosa de los padres.
https://www.abc.es/sociedad/abci-gobierno-envia-requerimiento-region-murcia-para-eliminar-parental-202001171320_noticia.html
Los hijos no son de nadie. ¡Faltaría más!
Algo tan lúcido solo podía salir de la
boca de una dama tan bien vestida como su excelencia, cuyo atrezo demuestra su respeto al público, su
cuidado en todo lo que hace, empezando por embelesarnos con su mejor cara. Como
vuecencia dijo, los hijos no son PROPIEDAD de los padres. Entre otras cosas
(y hablo como jurista), porque, como me apunta una lúcida aunque algo vehemente amiga mía, al venir a este
mundo, los chiquillos se matriculan
en el REGISTRO CIVIL; no en el REGISTRO DE LA PROPIEDAD como se hace con
cualquier cosa o con cualquier inmueble metido en el circuito chamarilero de la
compraventa, la hipoteca o el fideicomiso.
Fíjese su excelencia si lleva razón, que ni
los bancos, con lo que son los bancos en lo de alzar propiedades, pueden embargar y ejecutar a los hijos; porque son algo más que
cosas a poseer. Y, además, comen. Y de
eso sabe su excelencia más que una; que para eso es tan jurista como una servidora, solo que a sueldo fijo y mejor pagada.
Lo que ya no tengo tan claro es si la
segunda carrera de VE, la de Filosofía y Letras, haya sido la causante de la
ventolera que ha levantado entre quienes entendemos solo a medias o no la
entendemos.
No puedo ni
pensar que una ilustre filósofa haya querido establecer un silogismo tan
perverso como lo de decir que, ya que no son “propiedad” de los padres, los
pobres hijos pasan a ser propiedad del Estado, o del Gobierno o de cualquier
otra institución.
¡V.E. no puede haber querido decir eso!
Los hijos no pueden ser institucionalizados,
como aquel pobre preso de la película <CADENA PERPETUA> que acaba
suicidándose por ponerlo en libertad cuando se había hecho a lo de estar preso
y pertenecer al Estado.
¿A que no es eso lo que quiso decir?
¿O sí…?
Por si acaso, le contaré a V.E. una
experiencia infantil personalísima (de la única infancia que se me concedió), que
me dejó desnortada durante larguísimos años de mi vida (la única vida que he
tenido) por una simple razón de propiedad (que no de pertenencia).
Verá, señora: estaba una servidora interna
en un colegio en el que a dios gracias nunca se cantó, ni siquiera se tarareó
aquello de “la maté porque era mía”; no éramos de nadie; pero sí que tenía sus
normas, entre las que estaba lo de llegar a las diez de la noche aunque
saliéramos con nuestros familiares.
Pues bien: en una de las escasas visitas de
mi madre, me llevó la pobre a ver la película <SONRISAS Y LÁGRIMAS>; ya
sabe, la de la mozuela aquella que llega de institutriz de los siete hijos del capitán
Von Trapp, −siete diablos mentalmente uniformados−; y como ella sabía de
música, va y los convierte en jilgueros antropomórficos.
Echaban la peli en cuestión, más larga de lo habitual, en el cine
Amaya, a un paso de mi colegio, pero en un horario incompatible con lo de
llegar a tiempo antes de que cerraran la puerta a las diez.
¿Qué cómo se resolvió el conflicto entre lo
de estar con mi poderosa madre viendo una película y “pertenecer” al horario
del colegio?
Pues como usted ha insinuado: mi madre dio
su brazo a torcer y, retorciéndome el mío, me sacó a la fuerza del cine antes
de que acabara la peli, que estaba en lo más interesante, y me arrastró calle abajo,
toda sofocada ella, pensando que no llegábamos.
Hasta ahí, todo más o menos correcto.
Lo malo fueron las consecuencias:
1. Por primera vez en mi vida conocí lo que
era el miedo, porque vi que la omnipotencia de mi madre, -en la que yo me había sostenido hasta entonces- estaba afectada por el miedo a alguien más poderoso que
ella. Eso casi me inutiliza.
2. Pasó mucho, muchísimo tiempo antes de que
una servidora comprendiera cómo un colegio tenía más poder que mi madre, de
manera que se estableció en mi mente esa nefasta idea de vencedores y vencidos.
Vaya, tal jaleo que me convertí en una contestataria irredenta contra la
"debilidad" desautorizada de mi madre y en una rencorosa larvada contra la prepotencia del
colegio.
3. En cuanto pude disponer de mí (dejé de ser
propiedad de…) reafirmé mi poder dispositivo sobre mi mismidad con una
vacuidad vindicativa: ver más de veinte veces la peliculita simplona y prohibida.
(No había interiorizado ni aprendido mejor razón de ser libre).
4. De tanto ir y venir a lo del viudo Trapp con
sus siete hijos, acabé casándome con otro viudo semejante, militar con una
graduación superior a la del capitán de la peli, solo que con menos posibles, y
también con siete hijos, de manera que renuncié a hijos propios por falta de
espacio y de presupuesto.
5. Mis esfuerzos en formar un coro polifónico con
los siete chavales postizos chocaron con mi desafine vital, a causa de la llantina que me entraba
acordándome de mi pobre madre a las órdenes de un colegio que me dejaba a mí
sin referente jerárquico. (Nueva frustración).
6. Ha tenido que pasar más de medio siglo, culminar
dos carreras, picotear y dejar a medias otras tantas y dedicarme a lo de la
Mediación para encontrar los pedazos de mí misma; y estoy todavía en lo de
armarme y estructurarme como persona, y no como “pertenencia” inscribible en un
listado escolar con libro de calificaciones (que, dicho sea de paso,
siempre me recordó a la “guía de ganado” que era obligatorio entregar cuando se vendía un
mulo en la feria de mi pueblo).
7. ¿Será que me he pasado de edad y creo que
los seres humanos no somos de nadie, aunque algunos no tengan edad para poder
vindicarlo y acaben pagando las consecuencias?
Por eso, y por alguna cosilla más que a veces requiere un
buen zambullón en tila para librarme de antidepresivos, es por lo que sé,
excelentísima jurista, filósofa y Ministra de Educación, que no puede entrar en
sus cálculos de MADRE, vistiendo como viste y hablando como habla, lo de
convertir a los chiquillos en pequeñas bestezuelas reviradas, envueltas en
celofán, atadas con cintas de colores, y con guía de propiedad inscribible en
cualquier registro de siglas.
Porque con los nenes se juega si queda tiempo. Pero
con su percepción del mundo no debiéramos jugar.
Vamos, digo yo.
Aunque a lo mejor me equivoco. Que lo de equivocarse es
humano por muy divino que nos parezca el atuendo y la polifonía.
En CasaChina. en un 18 de Enero de 2019