VA DE...Batiburrillo literario

lunes, 6 de abril de 2020

SER VOZ EN SIERRA MÁGINA (con un soneto)




(Croniquilla del Viruso Coronado 26)
 Para Ani Canalejo. Que me regaló una imagen y un pájaro.

      En estos días de encierro movedizo y de dilatados silencios, tan espesos como creo que jamás se han vivido a lo largo de los siglos…
      En estos días en que los paisajes son rectángulos de cal y cuadrángulos fijos de ventanas y avideces, hay momentos en los que se forman en el cerebro imágenes vivísimas de otros tiempos, de otros escenarios, de otros lugares.
      De algo que no sabíamos para qué valía −las calles− hasta que nos las borraron del programa de mano.
      ¿Cómo fueron −me pregunto− las otras catástrofes que ahora se me antojan tan pequeñas, tan titiritainas?
      ¿Cuál sería la última imagen captada por la retina de los habitantes de Hiroshima en el segundo anterior al gran hongo?
      ¿Con qué soñará un preso cuando la oscuridad convierte su encierro en una evasión imaginada siquiera por unas horas?
      ¿Habrán plantado ya los jardineros municipales la nueva primavera madrileña en los parterres de la Castellana?
      Son cosas tan mínimas, tan de zarandajas… ¿verdad?
      ¿Y Sierra Mágina? ¿Seguirá amontonando minguillos y rumores para sacarlos de jarana y francachela en busca mocitas en sazón a las que asustar cuando llegue la Virgen de Agosto?
           Claro que todo eso son imágenes y horizontes acotados en unos tiempos y en unos espacios bien concretos.
      Pero lo del Viruso…
      ¡Ay, señor, lo del Viruso!
      Más que coronado habría que proclamarlo cósmico, porque no hay espacio en el cosmos que se le resista.
      Esta cosa mínima, abreviada e invisible, conocida como el Covid 19,  se me representa a mí algo así como un diosecillo de segunda categoría, aunque con facultades delegadas para hacer su agosto en la siega de vidas, y con el don de la ubicuidad tomada de prestado del Titular en un momento de descuido.
      Me pregunto cómo algo tan escuchimizado puede causar semejante desbarajuste y rendición. Pero estos son sus poderes: ser capaz de viajar gratis y dar la vuelta al mundo, cual Magallanes del Siglo XXI, sin necesidad de cartas náuticas.
      Mientras tanto, nosotros, sobrecogidos, nos mantenemos en nuestras casas como pájaros enjaulados que añoran espacios imposibles.
         En medio de tanto estupor, vienen ahora a mi mente las reflexiones de un viajero, ALEXANDER VON HUMBOLDT, de cuya existencia y andanzas conocí hace ya muchísimo tiempo; casi en el mismo instante en que me asombraba ante la grandiosidad de la cordillera de las Andes; palabras que quedaron plasmadas en su obra “<TABLEAU DE LA NATURE>:  
“En las montañas está la libertad. Las fuentes de la degradación no llegan a las regiones puras del aire. El mundo está bien en aquellos lugares donde el ser humano no alcanza a turbarlo con sus miserias”.

Entonces, ¿tengo que pensar que las miserias vienen de la mano de nosotros, los humanos, y que nuestra salvación es la montaña?

Emparedada como estoy entre la cal de los tabiques de mi casa de Madrid, por obra y gracia de un Viruso con cetro y corona, no puedo por menos que recordar otros montes, los de Sierra Mágina, a los que a mí me gusta llamar “cordillerosos”, más por la majestuosidad que tienen en mi recuerdo que por sus propias hechuras.
Y siento una nostalgia tan honda, tan rasposa, tan clásica, que no puedo por menos que ponerme a escribir un soneto disciplinado y “fecho al itálico modo”, cual brebaje de brujas serranas, a modo de conjuro invencible capaz de alquimizarme y teletransportarme, siquiera sea mientras escribo, a los lugares que ahora, en lo imposible, amo más que nunca:

Quiero volver al risco y a la higuera,

quiero escalar la tórrida caliza,

quiero beber su lluvia tornadiza,

quiero de su pasión calarme entera.



Ser ciego desvarío, ser torrentera,

ser adelfa, ser río. Ser la ceniza

que tiñe el Aznaitín, y cicatriza

esta herida mortal de estar afuera.



Brota de entre mis letras su venero,

la cal de sus lugares; su hidalguía,

su amante corazón; su piel de acero.



Y siento que me agosto, que me muero

por volver a esa oculta Andalucía

a cristianarme en roca y en jilguero.


En CasaChina. En un 5 de Abril de 2020


sábado, 4 de abril de 2020

NO OS CEGUÉIS Y NO SERÉIS CEGADOS

 49/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado – 25)

"Aquel de entre vosotros que esté libre de pecado, que tire la primera piedra" (Juan 8: 1-7).

       El indiscutido, el indiscutible, el elegido Lapidador Principal sopesó las piedras que los lacayos oficiales habían puesto a su alcance para el Gran Acto Escarmentatorio.
Ninguna de ellas le parecía apropiada. Unas, porque eran demasiado pequeñas para causar el dolor que él consideraba que se merecía el condenado por un delito tan obsceno como lo era el pensar por cuenta propia. Otras, las más, porque eran proyectiles de catapulta, apropiadas para una lucha de titanes, pero demasiado pesadas para sus personales fuerzas de alfeñique.
       ¡Panda de incompetentes advenedizos roeletras…! Definitivamente, estaba rodeado de inútiles, diplomados oficiales y versados en esa basura llamada libros, de los que solo podían salir deslealtades, papel mojado para uso excrementicio y cautelas de manual, más propias de espantadizos chaqueteros que de disciplinados militantes.
“En cuanto acabe esto, tendré que ocuparme de castigar como merecen a esos proveedores, leyentes de teorías trasnochadas y gandules de oficio” −pensó, mientras era acometido por un ataque de irritación de tal calibre que a punto estuvo de atragantarse con un cuajarón justiciero.
       Como el escarmiento público de lo de la ejecución no debía demorarse, −no fuera a ser que los sumisos cayeran en la tentación de la indulgencia−, decidió amasar su propia munición con materiales más livianos que el granito y más vistosos que la caliza. ¡Qué mejor elección que el agua de segundo uso, la arena de toriles y la paja de era revuelta!
Se puso a la faena. Se trataba de que sus adictos incondicionales comprendieran que quién sabía manejar lo más lustroso, sin necesidad de tanta ilustración de manual, era él.
       Él: el mejor.
       Él: el único.
       Él: el elegido.
       Se proveyó del légamo más pegajoso y de la paja con las granzas más gruesas y amasó con codicia su castigo.
Cuando estuvo satisfecho del volumen que había alcanzado el proyectil, lo lanzó con todas sus fuerzas contra el condenado, mientras que una incontenible cólera le licuaba los sobacos y le relajaba el esfínter trasero.
       El metano rebosó, se desbordó en la enormidad del espacio, giró vertiginoso por el aire y estalló irreductible dentro de todas las fosas nasales de los soliviantados asistentes al ceremonial patibulario.
       No pudo prever el Lapidador Principal que la propia furia de su proyección odiosa acabaría por levantar semejante huracán, capaz de desmenuzar su frágil artesanía antes de que llegara a tocar siquiera a su último destino: el LibrePensador.
*    *   *
       Sí.
Así es.
Ese ciego que limosnea caridades en la esquina de la vida es aquel mismo Lapidador Principal de otros tiempos. Fue su propia paja la que lo cegó en mitad del torbellino de la ira.
Ya no es útil para la causa.
No le quedó vista suficiente para poder ajusticiar con eficacia, aunque siga siendo zahereño, como todos los escasos.
Además…después de aquello, ya no se ajusticia.

Bizqueando en CasaChina. En un 4 de Abril de 2020

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