(Croniquilla en tiempos de Viruso)
85/2020
Dedicado a mi querido amigo
(psiquiatra él y por lo mismo, loco) Rafael Ubal López, que anda sonriente como
si aquí pasara de todo. ("Pasara" de suceder; no de ignorar).
Regocijada estoy mientras tomo posiciones en el
tendido de sombra, preparándome para la corrida a pelo que se va a liar entre
toreros que gustan de ser llamados “maestro”, picadores con rejón postizo,
monosabios dispuestos a limpiar desperdicios, aficionados despistados y algún
espontaneo tan sin escuela como con exceso de temeridad como para creer que
puede habérselas con morlacos de dehesa.
Claro que siempre hay vecinos de asiento en el espectáculo
dispuestos a decirme a mí cuando debo y cuándo no debo soltar mi propio olé.
¡Va por usted, vecindongo de brazos en jarras, propensión
al vituperio de pesebre y boca de jamargo!
Que usted no pueda usar sus “potencias” al sur del
ombligo, ya sea porque no encuentra colaboración (propia o ajena), ya lo sea
porque “el sexto” amenaza con asarlo a fuego lento en un purgatorio sin
distancia de seguridad, no le autoriza a mirarme de medio lado y bizqueando de
postizo si a una servidora le da por la gloria de lo licencioso en lugar de por
la ordinariez de lo pendenciero.
Que usted no coma cerdo me parece perfecto. Pero no
meta sus narices en mi despensa y permítame que ponga yo el cerdo en mi mesa,
porque, como se dice por ahí, a mí, del cerdo, hasta los andares.
(Por cierto,
observen hasta dónde puede llegar el poder de un par... de comas bien o mal
puestas. Imagine que hubiera comenzado esto de semejante manera: “Que usted no
coma, cerdo,…”, metiendo una
coma entre el "coma" y el "cerdo" y otra coma tras el “cerdo”).
Pero volvamos a lo del cerdo comestible.
Pues eso: que si usted no come cerdo (sin coma
intercalada) por convicción propia, le ruego encarecidamente que no clave en mi
costillar su mirada en plan cuchillo matancero cuando a mí me tienta una
racioncilla de jamón de Jabugo, porque “…ya pueden clavar puñales/ ya pueden
crujir tijeras...” −que cantaba nuestra Mari Fe de Triana de toda la vida−,
que yo voy a ejercer mi derecho a echarme el jalufo al gaznate propio se me
ponga usted como se me ponga. Y es que hace ya mucho tiempo que descubrí mi
propia vacuna contra sus gorgojos: me basta con apartar mi mirada del carril de
su cenutriez y no darme por enterada de su tristísimo maldeojo.
Verá: una cosa es lo que entre en mi
gaznate después de degustarlo, y otra muy distinta lo que salga de él tras
filtrarlo en mis cuerdas bucales. Y en eso le aseguro que sí que tengo un miramiento siempre alerta en el
puesto de imaginaria.
Lo que yo le
diga que me paso la vida templando la lengua de acero que Dios me dio para no
dar mandoblazos cerriles a golpe de catecismo o de banderas.
Aunque, bien pensado, gentes como usted nos son
imprescindibles; porque ¿cómo podríamos saber lo que es la excelencia y aspirar
a ella si no hubiera miserias y ruindades que sacudirse, tras usarlas como
plantilla para escribir nuestros mejores textos sin torcernos en nuestros
propios renglones?
Mi trabajo me
cuesta, mire usted. Pero ahí está
lo de aprender humanidad (y humanidades) y humildad: en saberme y reconocerme
mitad humana, mitad rucia, y permitirle a lo humano tirar del ronzal para no
irme de caña por el solo hecho de que alguien me quiera inocular en vena sus
creencias de colorines irracionales, que, por otra parte, no deben ser tan
sanas cuando les causan tantos sarpullidos en las ingles, a la altura de la
testosterona en conserva por falta de uso.
Así que, usted, inquisidor por advenimiento −que no
por convencimiento−, use usted el catecismo que prefiera, y permítame a mí este
ateísmo político que practico desde mi convencimiento propio, aunque no venza.
Ya lo dije alguna vez: si, por no creer, no creo en el
Dios Verdadero, no voy ahora a ponerme de rodillas ante iconos recién
disfrazados de padrecitos con chaqueta de alpaca, o a hacerle de vocera a
diosecillos, que, si los observa con detenimiento, andan dándose codazos en la
fila de las hambres de las puertas giratorias para no perder el lustre.
Vamos, digo yo.
En CasaChina.
En un 22 de Mayo de 2020