(El silencio
de los simios - 128/2020)
«No he de
callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
…». Francisco de Quevedo
Unos pocos eran miserables
abanderados de ese buenismo ramplón y exhibicionista, buscón del eventual
aplauso callejero.
La mayoría silenciosa, aplastada por el peso de sus miedos,
vinieron a decirme: calla; no merece la pena correr el riesgo.
En mitad del gran silencio
simiesco, el rumor de los cuatreros, envalentonado, tanteó con sus ganzúas la
cerrazón de todas las puertas. Y, en vista de que permanecían cerradas y
atrancadas, fue descerrajando las más endebles y entró a saco, sin importarle
las miradas de pánico consentidor de los desvalijados.
Ya se sabe lo irrespirable que se hace el aire
allí donde
la complicidad con los rateros se espesa.
Aún resonaban murmullos de su presencia
cuando los confinados por el miedo se arriesgaron a abrir las ventanas tratando
de respirar siquiera una bocanada propia, sin saber que ya no quedaba aire que
respirar.
Cuando llegó el juicio universal, los mudos fueron
condenados como autores necesarios del aciago despojo de la palabra.
En CasaChina.
En un 3 de Noviembre de 2020