El despertar, como otros días desde hace más de una docena de
años, ha sido el de siempre: nadie con quien cambiar un cansino buenos días.
La lectura silenciosa del periódico es la mejor manera que
conozco de ir poniéndome en marcha: lo de siempre, pero contado con otros
nombres y fotografiado en otros paisajes.
Por fin llego a la página 43. A falta de mejor totem… ¿Y por qué
no?
El horóscopo es como una palmada en la espalda nuestra de cada
día con un ¡a por ello!
Pues, ¡a por ello!
“¿A por qué?” −grita el espejo.
¡A por lo que sea! −respondo, agradecida por tener un día más al
por la que ir.
En CasaChina. En un 10 de Diciembre de 2024
Dedicado a… Las mujeres enganchadas de Sierra Mágina, que hoy están en Jaén enseñándonos lo que valen las manos de nuestras mujeres
¿Recuerdan la cancioncilla aquella del tal Clodomiro y los de
Ipalacagüina? …Una libra de clavos y un formón… una
libra de clavos y un formón… una libra de clavos y un formón…
Y,
así, hasta el infinito.
Era el truquillo musical con el que el Clodomiro, dale
que te dale, consiguió hacerse con lo que iba a buscar:
Una libra de clavos
y un formón… una libra de clavos y un formón…
Recordarán también que mi particular “cloromidez” durante este año
que se nos acaba ha sido lo del AVE de Jaén, desde allá, por el mes de enero,
que arranqué comparando tranvías con trenes hasta este mes de diciembre, en el
que −corto y NO cierro−, siguiendo a Los de Ipalacagüina”, y sin darme por vencida a pesar
de mi aparente fracaso, le pongo versos en
lugar de musiquita a mi obsesión y aprovecho esa página 3 dominguera
que cada mes me regala el Diario Jaén
para decir en verso lo que la prosa no ha conseguido.
Desesperar, no desespero. Ya me conocen. Pero −Dios no lo quiera−, si no superviviera una servidora a la llegada del
AVE a Jaén, ¡por sus muertos!, no se me olviden llevarme razón del evento a
donde quiera que me dejen dar de mano.
Y si así se les antoja, hasta pueden ir canturreando para recordar
lo que tengan que decirme sobre un asunto que ya huele… ¡a carbonilla!:
Clodomiro,
Clodomiro/ para dónde vas tan serio…
Porque el asunto del AVE (o del NO-AVE) a Jaén es más serio de lo
que algunos creen.
¿O no?
Pues eso: …voy a dar un paseíto allá por el cementerio…
PERO… ¿QUÉ PASA EN JAÉN?
193/2024
¿Que ya estoy yo otra vez con lo del AVE a Jaén? Vamos a ver: ¿ha
llegado o no ha llegado el AVE a Jaén a pesar de mis ruegos y preguntas?
No, ¿verdad? Entonces, ¿qué puede hacer una servidora que no sea
seguir dando la matraca de los trenes a quien más manda en lo de los trenes? Es
por si se ablanda y nos pone las vías para callarme la boca.
¿Pejiguera yo? ¡No señor, no es eso! Es que, a pesar de mis porfías
en lo del AVE a Jaén, no solo parece que me ignoran sino que, además, como me apunta
mi amiga Anamari, la alcaldesa pedánea de Arbuniel, parece que alguien, visto
que ya no se puede contar con el bar del Hotel Rey Fernando −donde, por cierto,
cuando todavía estaba la fuente de taza en la delantera, se tomaba la mejor
ensaladilla rusa del mundo− decide ladearnos nuestra preciosísima estación de
autobuses al Polígono. Encima, como también me apunta mi amiga Anamari, la
alcaldesa pedánea de Arbuniel, el tranvía sigue flaqueando certezas, aunque
tampoco es que el tranvía llegue al Polígono. Y los paisanos que cada día
llegan de los pueblos para buscarse la vida no tendrán otra que darle a la
alpargata para llegar a donde hayan de ir.
¿Ven? ¿Es o no es para echarse a rabiar con esto que pasa en Jaén
cada día?
Claro que a lo mejor, lo que se espera de mí, como ganadora del
Premio Internacional de Poesía del Diario JAÉN, es que lo ponga en verso. Pues…
ahí va:
Hacerse el TristeResante,
impostando tristezas falsificadas,es otro de los extravíos de quienes
barajamos y repartimos musas encima de un papel en blanco como quien reparte
naipes sobre un tapete verde. Porque, créanme: el TristeInterés resulta frontalmente
incompatible con el mínimo pudor literario exigible desde la genuinidad. Y,
además, quitados los ChupaKleenex, que tienen su propio público llorón
por cuenta ajena, los TristeResantes con su prosopopeya, acaban por
espantar a potenciales leedores de abolengo con más eficacia de la que pueda
desplegar el humo de un zarzal en llamas aventado delante de un avispero.
Si hay algo en lo que
es necesario usar un lenguaje contenido y sugerente es en la narrativa o en la
poética de la congoja. Cualquier ostentación demasiado evidente, o ruidosa en
demasía, causa una insoportable urticaria neuronal en los lectores y, a poco de
arrancar −la lectura, claro− les mete la marcha directa a las ansias de
sacudirse a zurriagazos la aflicciones ajenas.
Lo peor es que se van
para no volver.
Con la narrativa de la desdicha
propia pasa como con el apareamiento: todos estamos más o menos abocados al
acto de gozar o padecer; pero pocos están en condiciones de asistir a la puesta
en escena de tales zarandajas como meros espectadores. Esa misma comparativa me
vale para enfrentar visualización coital con exhibicionismo de pesadumbres. En
cuestiones de trajines eróticos no es lo mismo un buen revolcón que una “autogestión”
solitaria, por muy placentera que pueda ser esta última. Como no es lo mismo asistir
al interlineado de una pena de verdad que a un lloriqueo de compromiso. O de cargante
y fácilmente detectable corta-y-pega.
Por eso pienso yo −y
usted no tiene por qué pensarlo− que, quienes escribimos, debemos estar bien
atentos a no confundir erotismo excitante con ordinariez pornográfica; ni pena genuina
con gimoteo de ojo seco.
La tristeza genuina se
percibe entre líneas hasta por el menos avisado. Lo otro es plañiderismo puro y
duro que, como mucho, sugiere la proximidad de cadáver −léase libro− en
descomposición.
Como siempre que
escribo sobre los Mandamientos de la Ley del Escritor, me afano en
aplicarme el cuento, no sea que yo sea la primera en cometer esos pecados
capitales épicos, que es de lo que se habla en realidad cuando se mientan
mandamientos literarios.
Que, a estas alturas de
la vida, guardo ya más de dos o tres docenas de desolaciones en la despensa de
seguir viva, dispuestas al alarde narrativo, nadie puede negarlo sin incurrir
en el mismo desafuero tontorrón de esos cerriles negacionistas del cambio
climático. Como tampoco me atrevería yo a negar que, de vez en cuando, y cuando
más gente hay a la espera de la templanza, me acomete a mí la flojera de las
congojas, y me entran tales ganas de darle suelta a la lágrima encima de un
folio escrito que me las veo y me las deseo para alcanzar a ponerles tapirujos de
urgencia en lugar de ir por ahí echando mis escritos en autorremojo, tal que si
fueran garbanzos de potaje de cuaresma.
Como decía mi compañero
eventual, −el que se fue al otro mundo antes de aprender a hablar con maneras inclusivas−,
“para hacer desatinos, no hay como los literatos y los chinos”. (Con perdón de
los chinos). Y algo tenía que hacer yo como eterna aprendiz de literata…
¿O no…?
Y en ello estoy.
Por si le vale a
alguien, he aquí mi receta casera, la que me aplico para escribir sobre
tristezas sin que lo escrito suene a hueco como suenan las tripas encasquilladas
por un intempestivo cólico miserere:
Contra el vicio de
lloriquear está la virtud del payaseo.
Dicho de otra manera: si
hay que ponerse a garabatear con lo triste, pues se cuentan los hechos
causantes de la desolación −narrativa− sin llorarles; vaya, sin anegarles el contorno
a chorreones −calificación−. A poder ser, −que siempre pudiera intentarse− se intercalan
apenas unas hebras de humor casual. −¡Ojo!: digo “humor”; no chocarrería− que airee
cualquier eventual turbación en el ambiente creado. Luego, se cierra el duelo sin
ensañamiento, con dignidad y sin abundancias. Y que sean quienes leen los que
se encarguen de soltar el trapo si así se les antoja, postrados ante la palabra
“FIN”.
A fin de cuentas, son
los lectores quienes tienen el derecho a valerse de sus propias lágrimas en
lugar de verse forzados a usar los cuentagotas de lacrimatorios ajenos