(Siete
charadas y media)
156/2023
I
Aquel alfeñique de brazos
escuálidos y piernas arqueadas por la miseria se echó a llorar, mientras, a
gatas, tanteaba el suelo buscando sus gafas de cegato que el matoncito oficial
y oficiante del patio de recreo acababa de pisotear con el tacón de su bota. Al
propio tiempo, en el patio de recreo se escuchaba un despiadado ja, ja, ja falseado
por matoncito oficial y oficiante, deslucido por esa crueldad que sólo los
niños adiestrados para el oficio de matoncitos-de-patio-de-recreo son capaces
de alcanzar a falta de manuales donde enseñarse sobre los elementos del respeto
ajeno para evitar convertirse en lo que son.
El ja, ja, ja del machito fue
coreado por ese orfeón pandillero que, a falta de coraje suficiente para jactarse
del más elemental respeto propio y ajeno, se entrega siempre a lisonjear a los
matoncitos-de-patio-de-recreo.
Recordé entonces ese
restaurante de carretera (tierra de paso) en cuya entrada hay una advertencia
contundente:
“Se admiten perros. Niños, NO”
II
Una señorita de murmullo
verdulero interdental proclama un “me-gusta-la-fruta” que arranca un jajaja,
tan asambleísta como asambleario, propio de tal vergel.
La fruta verde y materna, se
supone.
¡Lo que hay que escuchar! Como
ya dejó dicho Cervantes en el II – 13 del Quijote, “En todas las casas cuecen
habas; y en la mía, a calderadas”.
III
Los señoritos se llevaron a su
fiesta al tonto del pueblo, aquel que vivía de lo que le daban por caridad. Como
era más chistoso y más disperso cuando estaba achispado, lo emborracharon hasta
que su vejiga se desordenó. Entonces comenzaron a tirarle al suelo las sobras
de su jarana y lo azuzaban para que se pusiera a cuatro patas y lo pillara con
la boca, mientras ellos llenaban sus bocas de lo mejorcito del pueblo. Para
terminar de animar la fiesta, se arrancaron a dar palmas por bulerías para que
el tonto cabrioleara haciendo cucamonas, lo que fue jaleado por el anfitrión a pleno
ja, ja, ja en falsete, coreado con desaforados jas, jas, jas en “sí-señor” por
sus secuaces.
Recordé entonces a aquel
gobernador civil de mi juventud que proclamaba su irreductible oposición a cualquier
tipo de educación especial con su frase preferida:
“Que me den un sinvergüenza antes
que un tonto”
IV
Cuando la anciana, (una
anciana cualquiera) tullida por la vida, dio con sus huesos en el suelo en mitad
del arroyo, se escuchó una carcajada general que, con ese ja, ja, ja con el que
se explayan los necios, silenció el crac-crac-crac de las fracturas de la vejez.
Antes de fenecer, la anciana
aún tuvo alientos para echar mano de un refrán que la ancianidad utiliza a
veces como bastón: “Por mi puerta pasarás. Y, si no pasas, por nada bueno
será”.
¿Que no van a pasar? ¡Vaya si
pasarán! −se canturrea por las calles.
A lo mejor, no pasan.
Yo recordé lo que dicen que se
dice de las hienas en los burdeles: “No se comprende de qué se ríen. Dicho
mal y pronto, comen mierda, huelen a lo que comen y joden una vez al año”.
Así que, a ver lo que va a
pasar aquí cuando se cierren las puertas a nuestras espaldas.
V
No, a mí, en estos días, no me
sale del cuerpo ni un miserable “ja” en mi sostenido menor, porque, de repente,
con el revoleo de las togas, me acuerdo de aquel suelto de un periódico en el
que Ánxel Vence, allá por 2006, decía algunas cosas estremecedoras sobre las
risas flojas tipo hiena:
“Cuenta la cada día más enojosa crónica judicial que los
acusados del secuestro y asesinato a sangre fría de Miguel Ángel Blanco se
rieron ante la madre y demás familiares de este desdichado hijo de gallegos
emigrados a Euskadi, durante el juicio actualmente en curso en la Audiencia
Nacional”.
“La risa floja sin razón aparente que la justifique es −según
certificará cualquier etólogo− un rasgo típico y casi exclusivo de las hienas”.
Ahí dejo el enlace para quien
quiera echarle un vistazo. No tiene desperdicio:
https://www.farodevigo.es/opinion/2006/06/21/rien-hienas-18221449.html
VI
Por mi
parte, yo, que tan incapacitada estoy para ponerme de parte de las sinrazones
de nadie sin reconocerle una cierta razón al oponente, por irrisoria que sea,
tengo que reconocer que, si cualquier ja, ja, ja usado como tapabocas me encocoriza,
en esta ocasión ese ja, ja, ja parlamentario me hiela la sangre por lo que
tiene de extraparlamentario.
VII
Así que, como dicen los que
saben que “mientras cantas tus penas espantas”, voy yo a por un popurrí que me
consuele y me redima de tantísimo ja, ja, ja jactancioso, tan insustancial y tan
capaz de dar el cante que hasta al pobre tenor parece que se le atraganta: “Tú que
tanto reías y presumías de ser valiente…por qué tienes ojeras esta tarde… no me
vayas a engañar, si la verdad di que sientes, a lo mejor tú me mientes y yo… yo
sé bien que estoy afuera… pero sigo siendo el rey”.
Y
media
¡Cachis! ¡Machismo puro eso de
“sigo-siendo-el-rey”! Los tiempos, aunque pinten bastos, van de reinas. Y de
momento yo sigo siendo la reina −del despropósito, claro está− en eso de reírme
hasta de mí misma. (Por no llorar).
En CasaChina. En
un 17 de Noviembre de 2023