VA DE...Batiburrillo literario

miércoles, 13 de noviembre de 2024

AGUAS CRECIDAS

 

14/2001

Aún estaban los campos embarrados cuando empezaron a correrse las primeras noticias de Madre de boca en boca, en las barcas que se movían penosamente por entre los canalillos de lodo que había dejado la retirada de las aguas. Hasta donde alcanzaba la vista, todo era pura desolación; y hasta donde alcanzaba el olfato, era el pestazo de la propia muerte el que se hacía presente pudriéndose en aquellas aguas crecidas.

Los de las barcas hacían su trabajo con esa desgana que vive siempre al lado del desespero, porque espigar estertores y pestilencia siempre ha sido faena canallesca. Y no parecía que se pudiera encontrar mucho más entre aquel lodazal después de más de cinco semanas de inundaciones; que se juntaron en tromba las aguas que azotaban desde los cielos con las que empezaron a brotar de las simas más oscuras de la tierra por agujeros y bocas que nadie había visto abiertas antes de aquel temporal y a la postre se tragaron el Valle en una sola noche.

Durante muchas horas, después de la riada, no vimos otro color que el de la tormenta, ni más lejos de dos a tres cuartas. Por el retumbar de nuestro alrededor, nos íbamos percatando del arrebato con que transitaban aquellas aguas. Y por el bramido con que pasaban nos figurábamos que sólo los brazos más recios podrían aguantar tanto tiempo de agonía agarrados a los árboles o a las estacas que se nos habían cruzado cuando las tolvaneras de la primera tromba empezaron a arrastrarlo todo.

Esos pensamientos empezaron a encogerme las agallas y a llenarme las carnes con un agobio como nunca había tenido hasta entonces, pero no estaba por dejarme ver en el trance de que la aflicción me tumbara y se dieran cuenta de que todavía no era un hombre, aunque me hubieran puesto ya mis primeros calzones largos.

Al ensordecedor bramar de la riada le había seguido un silencio sombrío y premonitorio, quebrado, de poco en poco, por quejidos apagados o por confusas llamadas de auxilio brotando de entre el embarrado desconsuelo de los pocos remanentes de matorrales que habían quedado en pie por los alrededores. Desde el suelo lo único que subía era el vaho de la muerte.

Cuando las aguas empezaron a menguarse y los nublos a esclarecerse, las copas de los árboles se presentaron como si fueran nidos deshilachados, asaltados por chocantes cigüeñas con maneras humanas. Luego, no sé cuánto tiempo después, empezaron a aparecer barquillas cargadas de sombras pardas hurgando entre el cieno con sus pértigas por si, entre tanta hinchazón flotante, encontraban algo de vida. Pero la braveza del aguacero se había estirado más allá de cualquier aliento de esperanza; y los fontanares, que de pronto habían salido a borbotones de debajo de la tierra, se habían conjurado de semejante manera  con lo que el cielo espurreaba que en pocas horas el Valle se convirtió en una avalancha rabiosa que le pedía cuentas a los paisanos por los árboles que le habían robado con sus hachas, y a los cabreros que se habían llevado en las quijadas de sus cabras la raigambre de la tierra. 

Aún estaban los campos embarrados cuando empezaron a correrse las primeras noticias de Madre por entre aquel desconsuelo pardo y empapado.

Arrancó desde las barquillas más lejanas que escarbaban en la parte baja, donde la rambla se abre en abanico dándole salida al Valle; y empezó a subir, de barca en barca, hasta la estaca donde los dos estábamos todavía amarrados con la maroma que Padre agarró en el establo antes de que la riada nos volcara la cubeta en la que estábamos ordeñando a LaLucera, y arrastrara todas nuestras cosas, incluida Madre, barranco abajo, camino de la mar.

Yo no sé decir por qué, pero sabía que el murmullo que venía desde allí abajo hablaba de Madre. Esas cosas se saben. Y cuando me asomé a las pupilas de Padre, divisé en la hondura que él también acechaba como nuestro aquel siseo enfangado.

Aunque de todo lo que había sido nuestro no quedaba otra cosa que la estaca en la que Padre y yo estábamos amarrados, yo no quería llorar. El aguacero había desecho nuestro chamizo y había arramblado con nuestras pertenencias de un sostrazo; y lo que más me dolía era el recuerdo de los ojos grandes y amilanados de LaLucera cuando la arrebató la crecida mientras la estábamos ordeñando. Pero, como hogaño me había puesto Madre calzones largos,  yo ya era demasiado grande para meterme en lloros.

En llegando el rumor hasta las barquillas más cercanas, aunque nadie mentaba con fijeza lo que pasaba ni sabían darnos razón del porqué nos buscaban a nosotros, ya no se nos alcanzó ninguna vacilación. Lo que fuera que hubieran encontrado allí abajo nos pertenecía. Yo miraba el porte entero de Padre y me tragaba como podía mis congojas.

−¡Venga!, desatad a ésos deseguida, −decían desde las barcas más retiradas−, que hay que llevarlos allí abajo; y la aprensión nos reconcomía los entresijos porque aquella bulla le robaba el silencio a la muerte podrida mientras Padre y yo nos desalentábamos en el empeño de desamarrar el nudo de la soga que se había enreciado con la cellisca.

Cuando nos metieron en la barca, el cuerpo me empezó a tiritar de tal manera que hasta parecía que iba a volcarla con mis espeluznos. Padre, para dispensarme de parecer cobarde, dijo que sería del relente que había pillado con la atadera, y yo dije que eso sería. Pero yo me sabía para mis adentros que lo que me espeluznaba por igual era el miedo a no poder sujetarme las penas para mí sólo y el pensamiento de lo que nos esperaba allí abajo, en lo hondo de la barranquera.

Según avanzaba la barca cieno abajo, yo alargaba la vista por si entre los enganches de los matorrales podía avizorar algún resto de LaLucera, que tan buena leche nos había dado. Y con la pena de LaLucera se me menguaba la desazón de lo de Madre y aguantaba como un hombre junto a Padre.

  Los de las barcas se pasaban entre ellos mandados y rumores sin mucha fijeza, y cuando sonsacábamos del porqué nos llevaban a nosotros, nadie sabía precisarnos la razón y solamente nos decían que los de lo hondo de la rambla habían dicho que si nos encontraban vivos que nos bajaran allí. Si dijera la verdad, con el estrago que se veía y se olía por los contornos, y la congoja que se me estaba metiendo en las entrañas, yo no le encontraba ya ventaja a estar vivo.

Con tales titubeos, a Padre se le había quedado el gesto pasmado, como si se estuviera yendo a otro mundo; y yo no hacía más que pensar en quien nos iba a apañar el almuerzo cuando las aguas bajaran ahora que a Madre se la había llevado la riada. Luego, para no pensar en Madre, volvía a buscar a LaLucera a mi alrededor con los ojos llenos de agonía.

Me pienso que fui yo quien lo escuchó primero, aunque, por la cara de Padre, a lo mejor lo oímos a la par. De lo que sí me recuerdo como si fuera ahora mismo es de que los nubarrones que aún quedaban rezagándose a nuestras espaldas se esclarecieron como una madrugada de verano.

Padre me sintió el golpeteo del corazón, y yo sentí el traqueteo del corazón de Padre cuando, según nos íbamos acercando a la rompiente de las olas, donde el barrizal empezaba a clarearse, alguien gritó desde una de las barquillas más lejanas:

−Así que los habéis encontrado vivos. ¡Estaba de Dios! Sería su sino entre tanta calamidad.  Venga y traerlos de una vez, que la mujer del Cabrero ha parido en la copa de la higuera vieja, más sola que la una, y se le va a helar la criatura si no juntamos a la familia. Y que no le hará mal al rapaz, después de tanto barro, echarle una ojeada a un hermano que tiene la color de los albaricoques manque le haya nacido entre los juncos como los moiseres.

Cuando me acerqué y le vide la cara al rorro, tenía los ojos más abiertos que LaLucera por las mañanas, cuando le echaba el maíz fresco en el pesebre, desde la piquera. Entonces, yo que había resistido toda la travesía en la barca mordiéndome la fatiga por dentro sin decir esta boca es mía, ya no me pude aguantar más y me eché a llorar sobre el mandilón empapado de Madre, metiendo mi cabeza por los resquicios que me dejaba en su regazo el nene recién nacido. Y cuando me dijo que no estaba bien que un hombretón como yo se pusiera a llorar como si fuera un mamoncillo, me sacudí la vergüenza diciendo:

−Si es que me da mucha tristeza pensar en el hermanillo; no te vayas a pensar que es por otra cosa;  que sin el arrimo de LaLucera, ¿cómo vamos a apañarle las sopas al angelico? ¡Mira que ponerse a venir al mundo con las aguas crecidas...!

                                                       CasaSoto; Julio 2001

 

 

MADRE TIERRA, QUE ESTÁS DOLORIDA

Marzo/2001

Madre Tierra, que estás dolorida:

desde mi propia tristeza te saludo.

Tengo la carne vieja y macerada en años

y los ojos abiertos al paso de la vida.

Tengo el tiempo contado. Cada vez más escaso

y me voy resignando al destino del hombre:

retirarme del mundo antes de conocerlo.

Madre Tierra, que vives cansada

de soportar el peso insensato y penoso

de unos seres humanos, rudos y enloquecidos:

bendita sea tu humilde calidez primitiva

que tus brazos me ofrecen con profunda fragancia.

Regresaré a tu vientre convertida en cenizas

y escalaré el espacio, diluida en la savia

del Olivo perdido que rescaté del nicho

donde dormía asustado un sueño prematuro.

Subiré por sus ramas, seré jugo en sus hojas,

cada vez que el verano regrese hasta la Casa,

y en vegetal mirada acecharé los barcos

que confunden la línea azul del horizonte

como gaviotas grandes volando hacia sí mismas.

Madre Tierra, que estás fatigada,

que toses, y te agitas, y vomitas tu espanto,

y abrazas a los hombres con tu abrazo de muerte

dejándolos dormidos en tu seno hacendoso.

Déjame confundirme con tu denso latido

y ser réplica muda de tu desasosiego.

Lloraré sobre ti, porque te estás ahogando.

Y tú recogerás mis lágrimas de vieja

que se solidifican como escarcha salada

sobre tu piel espesa madurada en desastres.

Y con hilos de yedra las irás enhebrando

haciéndote con ellas ajorcas y pulseras.

Luego, de madrugada, como amante graciosa,

lucirás, seductora, su brillo en el rocío.

Bendita Madre Tierra, de agrietado regazo:

yo bendigo los años vividos en tu entorno.

Y le perdono al tiempo que haya sido tan corto

pues será el tiempo eterno cuando vuelva a tu vientre.

Y le agradezco al Árbol que me preste sus ramas

para subir por ellas y poder contemplarte

cuando después de muerta me incorpore a la vida

diluida en la savia del inmortal olivo

de la Fuente del Ángel que llora en Marineda.

                                                                           

 Gaviola de Aznaitín 26.3.2001.

lunes, 11 de noviembre de 2024

P.I.E.L. Y su Encuentro en el ATENEO

 

(ECOS: encuentros y conocencias)

194/2024

 


EN MADRID
: Sí, anoche fue en Madrid. Más concretamente, en el marco del Ateneo, y dentro del Tercer Encuentro Internacional “PIEL de ESCRITORES”.

Invitada por mi amiga de muchos años atrás, la poeta argentina Graciela Paoli, asistí emocionada a un micrófono abierto en cuya organización convergían dos colectivos de la palabra: la Plataforma Independiente de Escritores Libres (P.I.E.L). Y Poetas en el Retiro.

Piel de Poetas fue un grato descubrimiento para mí en la celebración de su encuentro tercer internacional:

https://www.elperiodicodeycodendaute.es/la-tercera-edicion-del-encuentro-internacional-piel-de-escritores-tendra-tres-sedes-tenerife-madrid-y-sevilla/

 

Allí estaban también algunos de los que forman parte de Poetas en el Retiro, buenas gentes, que un buen día decidieron sacar a la calle sus poemas y sus textos para que no se les apolillen en un armario a la espera de que algún mago, “asentador de palabras”, las convierta en páginas numeradas con precio de venta al público.

https://comunicacionyverdad.com/poetas-en-el-retiro/

 

A mi llegada no conocía a nadie salvo a Graciela. Tres horas después, tras escuchar y ser escuchada, sentí en propia PIEL el tacto emocional de la palabra compartida.

 

Una tarde más en la que el un ENCUENTRO

con la voz del abrazo compartido

borró los ECOS del silencio que a todos nos envuelve

 

En CasaChina. En un 11 de Noviembre de 2024

domingo, 10 de noviembre de 2024

JodePuentes

  

 187/2024

Tras mis dos anteriores diatribas, bien pudiera esperarse que esta fuera la “Y III”. Pero. No lo es. Ni lo es, ni lo pretende.

Pero, haberla, hayla.

A ver, señor Puente, que esta vez no me estoy refiriendo a usted mismamente como en mis dos misivas anteriores en plan perdedora frente a ganador. Que a lo que me refiero hoy es a esos cacharros mal llamados trenes en los que el personal de a pie −léase “sin-coche-oficial”− ponemos nuestras esperanzas para apañarnos un buen puente, y que parece que estén esperando el comienzo de un ídem para descacharrarse en cualquier túnel de la bruja y fastidiarnos (con jota) las pocas alegrías que nos van quedando a los errantes, que es lo de movernos de sitio con maleta tamaño “finde”. Así que cualquier coincidencia con su apellido es pura chiripa del destino.

Me explico: lo de JodePuentes viene a ser una eventualidad licenciosa que hoy me permito a mí misma que, como bien saben quienes bien me conocen, tan reñida estoy con lo de usar palabrotas allí donde se puede tirar de lindezas y florituras. Pero hoy, después de lo pasado en el mesecito pasado, se me han encendido la mecha −nunca mejor traído− y, en cuanto me he puesto delante del teclado en plan quejumbreras, buscando una fineza con la que presentar mis quejas por la cantidad de puentes que se le están fastidiando −con jota− al personal, se me ha venido a las meninges otra palabreja por el estilo: el famoso JodeVientos.

Usted no puede acordarse de semejante enser por la sencilla razón de que ni tiene edad para acordarse ni creo yo que tuviera necesidad de encender un caliqueño en contra de un solano cerril, en mitad de un tajo inhóspito, o en medio de la desolación de cualquier páramo de esta tierra nuestra tan llena de caminos de hierro sobrantes y abandonados como vacía de trenes en condiciones, de los de traernos y llevarnos en condiciones −usted perdone la redundancia− como para poder echarnos a escribir un poema a jornada completa en plan Campoamor. Me refiero ahora a aquel poema, EL TREN EXPRESO, de narrar tan minucioso como dilatado en anchuras, y que en su Canto I comenzaba en mitad de la noche:

CANTO PRIMERO.  La noche:  I

Habiéndome robado el albedrío/ un amor tan infausto como mío/ ya recobrada la quietud y el seso/ volvía de París en tren expreso./ Y cuando estaba ajeno de cuidado/ como un pobre viajero fatigado/ para pasar bien cómoda la noche/ muellemente acostado/ al arrancar el tren, subió a mi coche/ seguida de una anciana/ una joven hermosa/ alta, rubia, delgada y muy graciosa/ digna de ser morena y sevillana.

       De repente se me saltan las lágrimas recordando aquel tren, cansino y carbonillero, que nos acarreaba desde la estación de Jódar hasta el internado madrileño, y que venía a ser como la última esperanza del verano, deseando que una oportuna avería impidiera lo inevitable: el fin de unas vacaciones adolescentes en nuestros pueblos de entonces.  Cuando miraba atento/ aquel tren que corría como el viento/ con sonrisa impregnada de amargura/ me preguntó la joven con dulzura:/ ¿Sois español?/ Y a su armonioso acento/ tan armonioso y puro que aun ahora/ el recordarlo sólo me embelesa/Soy español −le dije−. ¿Y vos, señora?/ Yo −dijo− soy francesa.

¿A ver si va a resultar que para disfrutar de un buen puente sin quebrantos hay que irse a Francia?

Yo de usted me leería el poema entero para saber lo que es llegar a la ancianidad y que un tren de medio pelo le fastidie (con jota), en plan JodePuentes las pocas ilusiones que nos van quedando. Yo, con ponerle los últimos versos de tan oportuno poema, estoy cumplida:

III

Al ver de esta manera

trocado el curso de mi vida entera

en un sueño tan breve,

de pronto se quedó, de negro que era,

mi cabello más blanco que la nieve.

Cuando, por fin, sintiéndome agobiado

de mi desdicha al peso,

y encerrado en el coche, maldecía

como si fuese en el infierno preso,

al año de venir, día por día,

con mi grande inquietud y poco seso,

sin alma y como inútil mercancía,

me volvió hasta París el tren expreso.

 

Por ahí. En un 10 de Noviembre de 2024


viernes, 8 de noviembre de 2024

¿LADRARÁN LOS CONEJOS?

Porque se aprende lo que se mama… 

el milagro de la multiplicación de las tetas y las horas

(Historia de Lupina)

192/2024

Eso solamente puede suceder en esa aldea de sabidurías invisibles, donde cada pisada es una carga de energía subiendo patas arriba como una mata de amor de hortelano, cada paisaje es un misterio y cada persona un portento viviente con maneras de abrazo universal.

Por cierto que…

 En la Hoya del Salobral

debiera proclamarse un día de estos

la Declaración Universal de los Abrazos Divinos, Animales y

Humanos

Ahora verán por qué lo digo.

Desde que, aún “no-muy-católica” −como con tantísimo talento se le dice en mi tierra de Sierra Mágina a lo de estar perjudicadilla de salud−, pisé su suelo por primera vez, y me palpitó como me palpitó “el motor de arranque”, regreso con porfía a La Hoya del Salobral cada vez que las fuerzas desfallecen, para “cargar” de vigores indefinibles lo que va quedando de mi cuerpo, y, ya de paso, a comerme un buen plato de sopa al tiempo que le allego a mis resuellos el aliento de los abrazos de la buena gente de esa tierra.

Mi primer abrazo en la Hoya fue tan rotundo como lo es ella misma, y se lo debo a su alcaldesa pedánea: Toñi Rosales, que nunca da un abrazo de prestado porque ella todo lo entrega a espurreo y lo regala de por vida.

Quitados los siguientes abrazos, los de Ángel y Enrique, −dos hombres de conocimiento natural y honroso−, y los muy pródigos de mis anfitriones, Jose y Paqui, el siguiente abrazo que guardo en mi recuerdo como oro en paño es el de Carmen Moya, la mujer a la que a duras penas le queda tiempo de repartirse en abrazos porque tiene que ocuparse de más gente a su cargo de la que pudiera atender cualquier ser humano durante lo que abarca un día, razón por la cual el milagro de Carmen es conseguir que los días tengan más horas de las que le manda Dios a sus criaturas


 
Además, están sus animales.

 Sobre todo, sus cabras

con las que platicar al atardecer

es toda una lección de supervivencia.

Y las mil tareas que dan las cabras desde que amanece hasta que se echa el sol, que es cuando Carmen, tullida pero entera, se emplea en los cuidados de dentro de la casa, y de sus parientes por arriba, por debajo y por en medio, incluido su Cristóbal.

Y, de repente, el otro día, cuando ella caía derrengá encima del poyo de su llano, le da un repullo porque su Cristóbal vocea en el acabose del asombro, desde detrás del cortinón de la puerta de la casa, pregonando que la coneja recién parida la ha diñado la "probetica", y que la Lupina, la perrilla casera, está acarreando con la boca a los conejos recién nacidos, y no precisamente para engullirlos como debieran mandarle los instintos que dispuso Dios entre sabuesos y conejos, sino para juntarlos con los cachorros que ella misma acaba de parir, y que se repartan entre ellos como buenos hermanos la leche de sus tetas para que las criaturicas huérfanas no se mueran en el corral por ausencia de madre.

¡Qué buen ejemplo el tuyo, Carmen!

Para que veas, Carmen, que en esta vida lo que se enseña con hechos, como tú nos enseñas, maestra de generosidades, lo aprenden hasta los irracionales mejor que mil discursos parlamentarios.

Para que veas, Carmen, que tú, que tanto sabes de descuidarte a ti misma para cuidar de parientes humanos y de animales diversos, no estás sola.

Será que las hembras, hechas de recortes de costillar ajeno, y cosecheras propias de puro talento, traemos escrito en los entresijos como marca de nacimiento esos afanes de repartirnos a chorreones entre quienes más lo precisan aunque acabemos más secas que los acuíferos sobreexplotados.

No puedo dejar de decirte que te imagino, Carmen, robándole a tus horas de sueño una chispa más para apañar a esa perrilla tuya recién parida, que se derrama entre cachorros y gazapos como tú le has enseñado: como si lo que nace del arrojo fuera infinito. Porque, conociéndote, capaz eres de darles de beber tu propia saliva antes de que los conejillos perezcan.

  ¿Lo ves, Carmen? Bien puede decirse que, con ese prodigio de animal que es la Lupina a tu lado, no estás sola para tanta tarea como la que cargas.

Y yo, desde que pisé esa pedanía, puse el pie en el llano de vuestras casas, entablé cháchara con vuestros riscos y me acurruqué en vuestro abrazo, tampoco.

Digo yo que, como lo que de verdad se aprende para el resto de la vida es lo que se mama, visto lo vuestro sólo me queda una perplejidad que tú debieras aclararme si hay tiempo.

Porque, desde que leí la noticia en el Diario Jaén, no hago otra cosa que cavilar en ello: con tanto prodigio como acaece por ahí, espero que me mantengas al tanto si sucede lo que está por suceder: ¿Ladrarán los conejos?

 

En CasaChina. En un 8 de Noviembre de 2024

AGUAS CRECIDAS

  14/2001 Aún estaban los campos embarrados cuando empezaron a correrse las primeras noticias de Madre de boca en boca, en las barcas ...