Porque se aprende lo que se mama…
el milagro de la multiplicación de las tetas y las horas
(Historia de Lupina)
192/2024
Eso solamente puede suceder en esa aldea de sabidurías invisibles, donde cada pisada es una carga de energía subiendo patas arriba como una mata de amor de hortelano, cada paisaje es un misterio y cada persona un portento viviente con maneras de abrazo universal.
Por cierto que…
debiera proclamarse un día de estos
la Declaración Universal de los Abrazos Divinos, Animales y
Humanos
Ahora verán por qué lo digo.
Desde que, aún “no-muy-católica” −como con tantísimo talento se le dice en mi tierra de Sierra Mágina a lo de estar perjudicadilla de salud−, pisé su suelo por primera vez, y me palpitó como me palpitó “el motor de arranque”, regreso con porfía a La Hoya del Salobral cada vez que las fuerzas desfallecen, para “cargar” de vigores indefinibles lo que va quedando de mi cuerpo, y, ya de paso, a comerme un buen plato de sopa al tiempo que le allego a mis resuellos el aliento de los abrazos de la buena gente de esa tierra.
Mi primer abrazo en la Hoya fue tan rotundo como lo es ella misma, y se lo debo a su alcaldesa pedánea: Toñi Rosales, que nunca da un abrazo de prestado porque ella todo lo entrega a espurreo y lo regala de por vida.
Quitados los siguientes abrazos, los de Ángel y Enrique, −dos hombres de conocimiento natural y honroso−, y los muy pródigos de mis anfitriones, Jose y Paqui, el siguiente abrazo que guardo en mi recuerdo como oro en paño es el de Carmen Moya, la mujer a la que a duras penas le queda tiempo de repartirse en abrazos porque tiene que ocuparse de más gente a su cargo de la que pudiera atender cualquier ser humano durante lo que abarca un día, razón por la cual el milagro de Carmen es conseguir que los días tengan más horas de las que le manda Dios a sus criaturas.
Sobre todo, sus cabras
con las que platicar al atardecer
es toda una lección de supervivencia.
Y las mil tareas que dan las cabras desde que amanece hasta que se echa el sol, que es cuando Carmen, tullida pero entera, se emplea en los cuidados de dentro de la casa, y de sus parientes por arriba, por debajo y por en medio, incluido su Cristóbal.
Y, de repente, el otro día, cuando ella caía derrengá encima del poyo de su llano, le da un repullo porque su Cristóbal vocea en el acabose del asombro, desde detrás del cortinón de la puerta de la casa, pregonando que la coneja recién parida la ha diñado la "probetica", y que la Lupina, la perrilla casera, está acarreando con la boca a los conejos recién nacidos, y no precisamente para engullirlos como debieran mandarle los instintos que dispuso Dios entre sabuesos y conejos, sino para juntarlos con los cachorros que ella misma acaba de parir, y que se repartan entre ellos como buenos hermanos la leche de sus tetas para que las criaturicas huérfanas no se mueran en el corral por ausencia de madre.
¡Qué buen ejemplo el tuyo, Carmen!
Para que veas, Carmen, que en esta vida lo que se enseña con hechos, como tú nos enseñas, maestra de generosidades, lo aprenden hasta los irracionales mejor que mil discursos parlamentarios.
Para que veas, Carmen, que tú, que tanto sabes de descuidarte a ti misma para cuidar de parientes humanos y de animales diversos, no estás sola.
Será que las hembras, hechas de recortes de costillar ajeno, y cosecheras propias de puro talento, traemos escrito en los entresijos como marca de nacimiento esos afanes de repartirnos a chorreones entre quienes más lo precisan aunque acabemos más secas que los acuíferos sobreexplotados.
No puedo dejar de decirte que te imagino, Carmen, robándole a tus horas de sueño una chispa más para apañar a esa perrilla tuya recién parida, que se derrama entre cachorros y gazapos como tú le has enseñado: como si lo que nace del arrojo fuera infinito. Porque, conociéndote, capaz eres de darles de beber tu propia saliva antes de que los conejillos perezcan.
¿Lo ves, Carmen? Bien puede decirse que, con ese prodigio de animal que es la Lupina a tu lado, no estás sola para tanta tarea como la que cargas.
Y yo, desde que pisé esa pedanía, puse el pie en el llano de vuestras casas, entablé cháchara con vuestros riscos y me acurruqué en vuestro abrazo, tampoco.
Digo yo que, como lo que de verdad se aprende para el resto de la vida es lo que se mama, visto lo vuestro sólo me queda una perplejidad que tú debieras aclararme si hay tiempo.
Porque, desde que leí la noticia en el Diario Jaén, no hago otra cosa que cavilar en ello: con tanto prodigio como acaece por ahí, espero que me mantengas al tanto si sucede lo que está por suceder: ¿Ladrarán los conejos?
En CasaChina. En un 8 de Noviembre de 2024
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