36/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado – 11)
Confundida.
Desigualmente confundida en este
igualamiento que nos ha traído el Viruso Coronado.
Así es como está una servidora,
sin acabar de entender si esta confusión es reactiva o endógena, endémica, epidémica
o pandémica, inducida o adquirida, larvada o manifiesta; azul o roja; de los
míos o de los contrarios (suponiendo que alguien haya decidido ser mi contrario
en contra de mi voluntad que es no tenerlos).
A lo que vamos. Lo del Viruso con Corona.
¿No os lo decía yo?
Y va una y se pregunta:
Este Viruso Coronado ¿qué es?
¿un chaquetero tránsfuga o un demócrata irredento?
¿Es o no es
para estar confundida?
No; no estoy disparatando, ni
desvariando.
Ya he dicho que estoy
simplemente, confundida. (Y acaso, desbordada por los acontecimientos, que
parece que, vistos desde mi encierro, sin tener a quien abrazar en cuerpo
presente, parecen colosales monstruos nocturnos sin fecha de amanecida).
Me explico:
Anteayer, sin ir más lejos, el
Monarca del Pueblo, o lo que quiera que fuese, se llevó por delante a un sindicalista inmemorial,
amigo mío por más señas, ocasional aunque entrañable, y recio en sus
convencimientos cual juanramoniano Platero plebeyo, de esos que, como dice el
refrán, cuando enfilan una linde, siguen andando erre que erre, indómitos como
los de su especie, aunque la linde se acabe.
No había yo terminado de apañarme
el duelo sin difunto, sin velas, y sin funerales donde compartir miedos y
desamparos con su recién inaugurada viuda, cuando me llega la siguiente
noticia: el Viruso acababa de ultimar a un marqués de grata memoria, hecho él a los pámpanos de
calidad y a la risa fácil, e igualmente ocasional en la coincidencia de algún
sarao campestre regado con buen vino y mejores recuerdos.
A ninguno de los dos les dio el
Viruso, o lo que quiera que se los llevase, el mínimo cuartelillo para sentir
el último tacto de las manos amadas.
No habrá crónica gráfica de sus funerales, ni velatorios, ni
pésames en el primer banco del recinto de la ceremonia de despedida.
Ni siquiera, ceremonia de despedida.
Ahí es donde entra mi confusión.
¿No dicen por ahí que no todos somos iguales?
Hartita está una servidora de
escuchar eso de que unos son más iguales que otros, sin echarle cuentas a que no
van a ser iguales quienes se matan a estudiar o a trabajar, que los que se
tumban a la bartola, en plan “aquí me las den todas”, y ejercen la rentable profesión
de “ni-nis” a costa del erario público, o de unos padres con fecha de caducidad
más que pasada.
Pero, tranquis, que ahí está lo único que nos iguala.
Ya ven ustedes: un sindicalista inmemorial y un marqués de grata memoria
igualados por un simple, pequeñajo, miserable, inacabado, invasivo y
poderosísimo Viruso, −eso sí; coronado− en idéntica fecha y con semejantes
resultados de nadie a quien decirle un adiós de última hora.
Será que la muerte, venga en el
sobre que venga, vestida de seda o de trapillo, no entiende de diferencias
entre destinatarios.
¿O sería que el Viruso guadañero
lo que pretendía era encender
una vela a Dios y otra al Diablo?
Sea como quiera que sea, lo cierto es que la muerte hace tan guales
a los que se van como desiguales a los que se quedan.
Porque, vamos a ver: ¿lo mismo va
a ser la vida de mi amiguilla Charo, la viuda del sindicalista, que se queda
ahora con la mitad de lo que ingresaban entre los dos y con los mismos gastos,
que la marquesa consorte, que seguramente no sabe a cuánto ascienden sus gastos?
¡Cachis!
Esto de seguir vivos es
lo que más desiguala
Lo que pasa es que yo prefiero de momento ser más desigual
que pasar a lo de igualarme.
Desigualada en CasaChina. En un 22 de Marzo de 2020