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sábado, 7 de enero de 2023

COYUNTURA VERBAL - en memoria de MANUEL ATHANÉ


02/2023

Se nos fue ayer.

En memoria y honra de Manuel Athané; que fue el primero en abrirme la puerta cuando llegué a la casa de La Gran Familia.

 

Me dormí recordando

a ese trovador descomedido que nunca se callaba

hasta que lo ha dormido el gran silencio.

 

Me despierto pensando

(acaso solo era un sueño mal dormido)

que debo aligerarme

de esta rémora de versos y de letras.

De palabras inermes olvidadas en todos los rincones.

De la carta que nunca se escribió.

De párrafos doblados en la esquina de un folio amarillento,

semejantes

a inéditos pecados cardinales castrados.

Y al acecho

de una oportunidad,

sin magistrados

que firmen su condena al fuego eterno.

 

Me lastran las palabras.

Me escuecen.

Me asedian, me atosigan y me pesan las palabras

igual que barriletes de metralla secuaces de la insidia,

convictos de un afónico fragor

rodándole lo oscuro a las sentinas.

 

Llegado es el momento

−me apremio y me conjuro−

de intentar el baldeo de viejos albañales

e ir hermoseando el atanor que fluye y me traspasa

desde siempre.

 De tirar por la borda

tanta palabrería amontonada

tanto desmán de vírgenes lujurias pendientes de escribirse,

tanto manosear en los silencios delante de un papel,

tanto echarle a los peces abisales sangrientos desperdicios

durante ya tan larga travesía.

 

Hay que llenar las redes y el lecho de poemas

acaso mal paridos,

acaso agonizantes prematuros.

Acaso lenguaraces insolentes.

 

Hay que hacerlo

antes de que la voz desaforada del último grumete

enroscada igual que una culebra al borde de un sepulcro,

vocifere

desde el palo mayor:

¡Tierra a la vista!

Y alguien gruña, así, como de paso…

“Dios-la-tenga-en-su-gloria”.

 

En CasaChina. En un 7 de Enero de 2023

 

viernes, 6 de enero de 2023

AQUEL INVIERNO, EL ÚLTIMO

(Incluido en el libro "MÉNDEZ NÚÑEZ, 7)
 AQUEL INVIERNO, EL ÚLTIMO

46/2009

Era un invierno largo, lleno Navidades

de castañas asadas, de traperos huidos,

de ojos presidiarios en los escaparates

del bazar de los Gázquez,

−ese que aún perdura

y sigue haciendo esquina entre estos dos recuerdos−.

 

(Hubo una pandereta; pero eso fue más tarde

cuando ya no tenía ni ganas de tocarla).

 

Era el invierno. Apenas, un oasis de leña

condenada a la hoguera sólo por ser de olivo

y empecinarse en votos impíos y balsámicos

cuando inquietantes llamas le palpaban el tuétano.

 

Las cuatro de la tarde tiritando en el patio

de aquel colegio ambiguo donde anidaban párvulos

abajo en el recreo, donde la algarabía.

Y en los nidos más altos, piaban uniformes

de quinto y sexto grado –tal vez inalcanzables−

y tinteros que eran corazones de plomo

desde donde la sangre azul del palillero

salpicaba las cuentas de cálculos urgentes

y una rítmica tabla del dos por dos son Pedro.

 

(Era el primer invierno que un "Pedro" me habitó

la espera de cuadernos, después de la pizarra

quebradiza y severa. Aquel invierno. El último…).

 

Eran todos los números una nana sin padre.

Y aun así transitaban gargantas infantiles

como un parto indoloro de ciencia primeriza.

 

En la calle, el invierno era una gran ventana

bajo la que cruzaba una hilera afanosa

de mujeres libertas en todas direcciones,

una especie de pausa donde jugaba el hielo

a beber de los caños pródigos de la plaza

cuando el pilar de piedra no era todavía

desdoro pueblerino. Y los sonoros cántaros

acunaban caderas un poco ladeadas

de doncellas maestras en líquido acarreo

y en piernas al desnudo dispuestas al pincel

de los ojos pintores que siempre dormitaban

en una línea recta de torcidas codicias

varoniles, delante del selecto Casino.

 

Era un invierno largo. Al acecho. Y angosto

entre dos estaciones: el rezo de ánimas

y el romero de marzo ensayando azuletes

sobre tortas bordadas de anises de colores

y rosquillos de vino colgados de los ramos.

 

Era un invierno, el último. Luego nos desterramos

del hielo del sepulcro donde quedó enterrado.

 

Algo más que un paréntesis de esquinas sin bufanda

lanzando bocanadas de alientos fantasmales

que elevaban sus preces de pubertad apenas.

 

Nunca fuimos las mismas después de aquel invierno.

 

En CasaMora. En un 14 de Diciembre de 2009.

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