21/2020
(Croniquillas)
Algún día,
cuando la era del asfalto sea un mal recuerdo para los paisanos emigrados y una
añoranza para las ruedas de los inexistentes carros de bueyes, vendrán los
arqueólogos, armados con rasquetas, brochas y libretas de notas, y rescatarán
las calles empedradas, y las desiguales losas inmensas de las aceras, y la
fragancia de la tierra apisonada del otro lado de la cuneta recién chaspada por
el escardillo del peón caminero.
Alguien
escribirá en el periódico que aquí, bajo el abrazo cerril del asfalto, hubo una
vez un pueblo con ayuntamiento enjalbegado, una plaza con un pilar de aguas
llenas de ovas y sin luces de colores en el fondo, unas escuelas de chiquillos
sin ruta escolar y una plaza del mercado donde voceaban los hortelanos lo que
cualquiera podía ver.
Algún día se
contará que hasta hubo viejos sentados al sol, dispuestos a contarles a los que
ya no están lo que ellos ya no se verán nunca desde el cansancio de los ojos.
Algún día, la
vieja carretera de zahorra será un parque temático de puentes abandonados,
adelfas bien podadas y caminillos de acceso al fondo de los barrancos por los
que los cabreros dejaban sestear sus indigencias.
¿Recuerdas? allí
nos detuvimos, sin saber que éramos quizá los últimos románticos, algo
arrugados ya para semejantes trochas del corazón. No nos dimos cuenta de que
éramos piezas de museo latiendo a la intemperie.
Algún día, a
falta de viejos que cuenten nuestra historia de viva voz, aunque nadie los
escuche, se abrirá un museo de crisantemos, cristal y hormigón, con viejas
añoranzas colgando de las paredes, bajo las cuales habrá pequeños letreros informativos:
“Últimos
habitantes de este lugar, cargados de maletas sin retorno, camino de una tierra
prometida que no será la tierra”.
En “CasaChina”. En
un 27 de Febrero de 2020