(Croniquilla del Viruso
Coronado 28)
"Nada está perdido si tenemos
el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de
nuevo"
J. Cortázar. [RAYUELA]
¿Cuánto tiempo llevaba allí, encerrada entre las cuatro
paredes de ella misma?
¿O era dentro de su casa?
Porque si de algo estaba segura, después de tanto tiempo y de
tanto silencio, era de que ese lugar de sus recuerdos había sido y seguía
siendo su casa. Era de las pocas cosas que aún conservaba.
¿Y ese desbarajuste de papeles encima de su escritorio…?
¿Quién había arrancado tantísimas hojas al calendario de su
vida sin pedirle ni siquiera permiso?
Porque el tiempo, como la casa, también era suyo.
¿O no…?
¿Desde cuándo estaban aquellas hojas de calendario allí…?
Rebusco en las de más abajo para intentar orientarse.
Sí; al parecer todo comenzó allá, por el mes de febrero.
Pero, ¿de qué año?
¿Y si…? Quizá, si conseguía
hacerlo al revés…
¡Imposible!
Por mucho que se empeñara en colocar las hojas del tiempo en posición
inversa, de abajo a arriba, no conseguía darle marcha atrás al tiempo que le
faltaba. Los recuerdos, solo los recuerdos no eran la solución.
Aunque, bien pensado, ¿para que quería ella cambiarle las
tornas al tiempo si ya no le quedaba un mínimo lugar seguro dónde almacenarlo?
Lo mejor sería administrar lo poco o mucho que aún le quedaba,
fuera lo que fuera lo que le quedaba.
El momento de lucidez fue como un destello; pero duró lo
suficiente para saber que todo pudiera ser un absurdo. Sus posibilidades eran
mínimas; pero tenía derecho a ser feliz.
Feliz
Hasta el final
Entonces, la anciana se obligó a repetir uno de los pocos
gestos que todavía recordaba: encendió el ordenador y buscó aquel enlace bien
visible en el escritorio, memorizado en su lugar exacto cuando aún tenía
memoria con la que recordar que debía preparalo todo para cuando llegara lo de la
desmemoria.
“Buzón de entrada”
Estaba deshabitado, como
venía estándolo desde varios días atrás, haciéndola profundamente infeliz.
¿Cuántos días?
¿Cómo podía existir semejante crueldad?
Buscó ahora entre la
indigencia de sus recuerdos deshilachados, y encontró algunos residuos de
consuelo esparcidos aquí y allá, pensando que aquella ausencia de noticias era
lógica; a fin de cuentas, hacía mucho tiempo que no le quedaba nadie en este
mundo que pudiera escribirle a ella. La gran epidemia del olvido se los
había ido robando uno a uno, con una obstinación irreductible.
Y, sin embargo, en algún rinconcillo de su memoria aún por
saquear, acunaba el cálido recuerdo de haber estado recibiendo una carta diaria
hasta hacía bien poco tiempo, firmada con un nombre...
Miró la pantalla con cierta
desolación.
¿Algo más que esperar?
Que ella recordara, no. Nada
que pudiera venir de fuera si ella no lo remediaba.
¿Algo más que ella pudiera hacer?
¡Cómo no! Lo de siempre.
Un nuevo chispazo de lucidez
le atravesó la memoria como un rayo en mitad de una tormenta seca:
¡Dios mío!
¡La única culpable de tanto dolor era ella!
Había olvidado escribirse su carta diaria, al menos desde dos
semanas atrás. Desde que ordenaron el último encierro.
Querida mía: ¿aún sigues ahí? Yo sigo esperándote.
Y firmó con aquel nombre de otros tiempos.
El de siempre.
El de él.
El único que bien sabía ella que nunca iba a olvidar a pesar
de todo.
En
“CasaChina”. En un 7 de Abril de 2020