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UNIVERSIDAD DE LA MANOUBA: Comunicación de María Socorro Mármol Brís en el encuentro de Hispanistas
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(Comunicación Túnez 2024)
Mesa: Literatura y Periodismo
185/2024
Se
me ocurre que, andando tan desorientada como ando habitualmente, no soy yo
quién para venir a sentar cátedra sobre nada que quienes me escuchan ya no
sepan; pero, ya que estamos aquí, pienso que sí que soy quien va a inquietar a
los presentes con una serie de preguntas, al más puro estilo mayéutico, para
ver si sacamos algo en claro, y, de paso, hacerme visible a mi manera.
Comenzaré
por suponer que ustedes creen que todo lo que existe se lo inventó Dios, y que,
a continuación, se puso a escribir la crónica de su hazaña en las distintas
lenguas de las distintas creencias llevadas a sus libros sagrados.
¿O
no es así?
Según
tengo entendido, se cuenta en esos libros que lo último que hizo Dios con sus
propias manos fue al ser humano. Y, claro, nadie puede pedirle cuentas de que
le saliéramos como le salimos con el cansancio que debía tener tras siete días
de faena ininterrumpida y sin ayudantes de cámara.
Bien
que lo está sufriendo el pobre con los defectos de fábrica que están
apareciendo en su mejor obra...
Pero
a lo que estábamos.
Si aceptamos como axioma que el Dios Creador fue
quien nos hizo, y además nos hizo a su imagen y semejanza, justo será afirmar
que hemos venido al mundo con su misma querencia y vocación: la de ser creídos.
Esa
necesidad de ser creídos −créanme− no es otra cosa que el deseo de ser
reconocidos, descubiertos, seguidos y adorados. Y, a ser posible, ser
reconocidos, descubiertos, seguidos y adorados como pequeños aprendices de dioses
creadores, complementarios del Gran Creador quien, en aquellos primeros
tiempos, ante la carencia de creyentes, no se le ocurrió otra cosa que meterse
en el fango y ponerse a fabricarlos cual ejército de terracota listo para
cualquier guerra.
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TÚNEZ: Puesta de sol en las inmediaciones del desierto
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Algo
así digo yo que le sucede al escritor: tiene verdadera necesidad de
encontrar quien crea en él para conseguir alcanzar la meta final de cualquier
creador: creer en sí mismo.
Otra
cosa es que, puestos a endiosarnos, acabemos confundiendo churras con merinas
en el mismo rebaño.
Porque,
vamos a ver: puesta a preguntar, pregunto: ¿Quién cree en quién? ¿El creador
que busca creyentes lectores o los creyentes que leen los libros de quienes
escriben?
¿Recuerdan aquella propuesta del creador de
la Teoría de la Comunicación: Watzlawick? Una rata de laboratorio dijo: -Ya he adiestrado a mi experimentador. Cada
vez que presiono la palanca, me da de comer”. WATZLAWICK, P. (1993): Teoría
de la comunicación humana. Barcelona: Herder.
Pues eso: ¿ratas o adiestradores? Quién pone
más carne en el asador en lo de escribir: ¿quienes escriben o quienes leen?
¿Quién cree a quién?
¡Ah, las creencias…!
Oasis tunecino en el desierto, al sur
Los
seres humanos somos una sucesión continuada y acumulativa de creencias,
generadas en un proceso de aprendizaje progresivo. (Si
tuviera más tiempo explicaría la diferencia entre proceso y procedimiento
para que se entendiera por qué vivir es un proceso apasionante y no puede ser nunca
un procedimiento regulado a riesgo de convertirnos en zombis).
Nadie
que crea a otros sin crear podrá creerse a sí mismo.
Con
independencia de los matices y precisiones que pudieran extraerse de las
propuestas de Jung sobre la memoria genética o memoria atávica, ¿qué piensan
ustedes? ¿piensan que las creencias se adquieren o se nace con ellas?
Sin ánimo de exhaustividad, me atrevo a
señalar tres fuentes concretas donde fermentan las creencias:
· Creencias
intuidas (visión que nos lleva a percibir algo como cierto sin
poder conocerlo).
· Creencias
contrastadas (método científico basado en el ensayo/error).
· Creencias
paradójicas: la razón nos dice que una cosa no puede ser y
sin embargo, el instinto nos dice que es.
De esas creencias más o manos estacionales,
unas quedarán asentadas, otras serán desechadas, y siempre habrá alguna que se
mueva en el terreno de lo incierto y dudoso.
Lo
verdaderamente importante es tener consciencia de moverse en un mundo de
creencias con consistencia suficiente como para sostenernos como seres
narrativos, y lo suficientemente cambiantes como para que no se nos apolille la
narración. Tener creencias propias y amplio panel de recambio.
Las
creencias propias, una vez arraigadas, demandan una exteriorización transmisiva:
crear para creer.
La
creación propia nos hace visibles con la exteriorización comunicativa.
La
visibilidad escrita, por efímera que sea, nos convierte en eternos…con lo que,
el hecho de escribir responde al cumplimiento a la vocación de eternidad. Lo
siguiente es buscar el escenario donde sacar a bailar a la criatura.
Haberlos
hay muchos.
Una
manera de eternidad es que nuestra criatura –nuestra obra– aparezca en los
periódicos. Salir en los periódicos (“salir en los
papeles”) nos hace visibles…
Así
que ¿por qué no? ¿Podemos admitir que los periódicos se convierten en uno de
los mejores cauces para nuestra vocación de eternidad?
Si
somos visibles, seremos eternos. Así que… ¡a por los periódicos!
Pero
esa “visibilidad”… ¿es duradera o pasajera?
¿Da
respuesta el género periodístico a nuestra vocación de eternidad?
Depende
de lo que se entienda por “tiempo” –dirán algunos–, mientras que yo afirmo
que el tiempo, como la materia, no existen. Lo de la inexistencia de la
materia, como apunté en mi anterior ponencia en este mismo lugar, fue un
invento de un tal Max Planck,
Premio Nóbel de física de 1918 y progenitor reconocido de la teoría cuántica y
su bilocación de partículas; lo del tiempo lo afirmo yo, aunque seguro que
alguien ya lo ha dicho antes.
Invito
a quien no crea lo de la inexistencia del tiempo a pensar sobre lo que sigue.
Durante
muchos años estuve encasillada en una idea única: la de que el lapso del tiempo
que dura una vida humana es un bien tasado, irrecuperable y de un solo uso. Eso
me irritaba, porque, si la vida del ser humano es un determinado espacio de
tiempo, podía entenderse que no era mucho más que un paquete de kleenex de usar
y tirar tras limpiarse en él el espejismo de haber vivido.
Este
pensamiento me mortificaba de tal manera que convertí mi puntualidad en un
mandamiento y la impuntualidad de los demás en una afrenta de tal magnitud que,
al más mínimo retraso, retaba a duelo verbal al rezagado y hasta lo condenaba a
la picota de por vida si no lograba encontrar una disculpa válida. Válida para
mí, claro está, que no necesariamente había de serlo para el sentado en el
banquillo.
Tendría
que cumplir los ochenta años, esa edad en la que los pañuelos usados, –los años
vividos– eran muchos más que los que me quedaban disponibles, y cuando ya, en
definitiva, mi paquete de kleenex vital comenzaba a agotarse, para conseguir
darme cuenta del mejor descubrimiento de mi vida: el tiempo, en su inexistencia,
es un bien infinito si nos dejamos a nosotros mismos contados de alguna forma.
(carta, libro, artículo…).
¡PERIÓDICOS…!
En una mesa como la que nos
convoca, <Literatura y periodismo>, voy a centrarme en una de las
múltiples caras del prisma que compone tan amplio concepto. La cara de la
necesidad de visibilidad –tan inmediata como efímera– que ofrece
el periodismo al oficio de escribir.
Inmediatez y transitoriedad
son dos conceptos que quisiera resaltar como punto de encaje de esta
disertación, bien es cierto que lo haré desde conceptos ínsitos en la teoría de
la comunicación, en la que me apuntalaré de inmediato.
Nada hay más inmediato y, al mismo
tiempo, más transitorio que un periódico. (Una vez leído –y, en su caso,
mutilado– perece de olvido en el camposanto de las hemerotecas). Y, SIN
EMBARGO, A VECES, UN MINUTO DE GLORIA ESCÉNICA PUEDE SER ETERNO.
El periodismo es ese corral de comedias
abierto al público cada día, en cuyo escenario se exhibe ante una concurrencia
anónima lo creado por alguien con nombre impreso.
Es la gloria por un día de quien se entrega
al oficio de escribir para entregarse por escrito a quien elige el oficio de
leer.
Y si la gloria de la
visibilidad escrita es tan efímera, pero puede convertirse en eterna –he ahí la
gran paradoja– ¿Por qué no enunciar algunos AXIOMAS sobre el oficio literario?
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Grupo de Hispanistas Internacionales. Universidad de la Manouba
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Axiomas del oficio literario
1. Todos
guardamos en algún lugar de la memoria las historias que nos contaron más o
menos directamente. No por no haber escuchado historias hemos
dejado de vivirlas y percibirlas, por aquello de que la historia es
comunicación y, según Watzlawick, es imposible no comunicar
2. La
historia personal incluye tantas narrativas como espectadores/ lectores/
escuchantes haya de la misma. Por tanto, cada vez que
alguien nos lee emerge un nuevo “nosotros” reprográfico, si por
reprografía entendemos ese proceso por el que se obtienen
múltiples copias de un original; un “nosotros” mimeográfico
multiplicado a ciclostil, un nosotros clónico que
nos perpetuará en los estantes de librerías, bibliotecas i hemerotecas .
3. Nadie
tiene asignada desde el exterior una historia personal preestablecida. Todos
vamos creando nuestra propia historia según vivimos. Es
nuestro caudal identitario.
4. Todos
tenemos algo que contar sobre nuestra percepción emocional de lo vivido.
i. Etapas
del lenguaje
ii. Lenguajear
iii. Narrativa
oral
5. Quien vive necesita ser escuchado. Quien escribe
necesita ser leído. (Escuchado).
6. En
la búsqueda de escuchantes subyace la necesidad de visibilidad.
7. La
elección /acceso a los escenarios de visibilidad forjarán la calidad creativa.
8.
Un acceso ancestral a la visibilidad es
el de los periódicos nuestros de cada día.
CONCLUSIÓN: ¿Alguien que quiera hacer la
crónica periodística de estos minutos míos que yo les dediqué, y que nunca recuperaré
por inexistentes si ustedes no me escuchan/escriben…?
Esta ponencia ha sido publicada en:
·
Blog de la escritora venezolana NERY
SANTOS: https://hilanderadetramas.wordpress.com/2024/11/03/ponencia-de-socorro-marmol-bris-en-el-recien-celebrado-xii-encuentro-internacional-tunecino-hispanoamericano-de-intelectuales-y-escritores-hispanismo-e-interculturalidad-tunez-2024/