¡Esa es tu silla! -señaló el acomodador con gesto tan petulante como falto de fogonazo luminoso, sin darse cuenta de que meterse a repartir asientos en una sala de espectáculos de barrio es como sentar plaza en tropa mercenaria, y al final no es el oficio más rentable para poder sentarse uno mismo con sosiego sin que alguien con mejor pertrecho le mueva la silla.
(Había en el cine de mi pueblo un acomodador
cuyo lenguaje intermitente apuntaba mudo desde una roñosa linterna a la que se
le acababan las pilas con un ritmo vertiginoso, más suelto que el del tintineo
de la calderilla de las propinas que se le daban en cada función).
*
El espectador le sonrió a aquel acomodador tan profesional
y se arrellanó en su silla para mejor mirar el espectáculo de gorras y gorrazos.
Pasaban una película de buenos y malos donde al
final todos perdían… el pelo.
Así es el cine.
La vida de verdad está fuera.
En CasaChina. En
un 29 de Junio de 2019
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