(Pigmalioneando)
172/2024
Hay grandes que, para
poder ver mejor, cierran los ojos y miran desde dentro.
Eran las siete (no demasiado
en punto) de la tarde de ayer, un 1 de octubre otoñal y madrileño, y allí
estábamos, “los cabales” −que diría un flamenco de la vieja escuela− con los
ojos merodeando entre libros parlantes y trofeos bien calculados, y con el
estómago tratando de digerir ese algo impreciso y prodigioso que ya percibí en
el lugar, la primera vez que acudí a él en pleno mes de agosto, en busca de “El
señor Ohsi”, el último libro de Marisol Esteban, al que había que
presentar en Roa, ¡Oh, sí!, para que los conciudadanos de Marisol pudieran regodearse
con las aventuras y desventuras de la recién nacida criatura de papel de su paisana.
El otoño de Madrid tiene
esas cosas: que, a una, con esa tibieza tan llena de incertidumbres de colores
ocres con que se envuelven sus tardes, le entra una cierta flojera a la hora de
meterse en el interior de un local, pudiendo estar en la calle. Sobre todo, en
una calle como la que da acceso al lugar a donde iba. Hablo de la incomparable
Bravo Murillo, con tanto sabor al Madrid que yo conocí cuando…
Lo que pasa es que ese
local de la calle Huesca número 7 tiene un algo tan recóndito, como inquietante,
que abduce como un émbolo; −los invito a comprobarlo−; algo enigmático que no
renuncio a poder definir algún día de estos, y que empuja a entrar a pesar del
otoño.
Ya dentro, una expectación
impoluta en tonos blancos nos invitó a tomar asiento frente a la mesa de
presentadores desde la que una Ángela Reyes, de eterna sonrisa, nos
recordaba que Madrid es un enjambre de palabras por atrapar por quienes saben y
pueden hacerlo.
Entonces la gran mano
de labriego fecundo que es la de Basilio se encaramó al atril y tapo su propio
nombre colgante sobre el precipicio de los asistentes mientras dirigía la
mirada hacia el verdadero héroe de la tarde: José Gerardo Vargas Vega, quien
nos convocaba ayer en la nueva sede de Sial Pigmalión para presentar en
sociedad a su nueva criatura: la novela “Lluvia de otro tiempo”.
Entonces, José Gerardo
cerró los ojos y nos miró a todos desde su propia grandeza interior.
Hoy añado un nuevo
enlace a mi blog, el de José Gerardo: https://laprosadejosegerarvargasvega.blogspot.com/
Qué bien lo resumió
Emilio Porta: José Gerardo tiene esas dos agarraderas imprescindibles a todo
escritor: el don y el oficio. Y Basilio nos lo
descubrió en carne viva.
No pude por menos que
volver a pensarlo: cuando una persona se percibe a sí misma escasa y pequeña, esquiva
alabar a cualquiera de los que la rodean por si en la alabanza va implícita la
comparación, y en la comparación piensa que sale perdiendo. Por el contrario, se
nota cuando una persona comienza a crecer −que no precisamente hablo de su
talla, sino de su talle emocional− porque a menudo guardan largos silencios.
A las personas grandes se
las reconoce de inmediato porque, cuando salen de sus silencios, no dejan pasar ocasión en
la que reconocer públicamente a los demás por cualquier cosa. Por lo que sea o
no sea. Porque, en su propia grandeza, han dejado de competir. Pero, sobre
todo, porque se les nota que han perdido el miedo a ser superados.
Ayer tarde recordé una
vieja frase de alguien a quien no quiero olvidar: La grandeza reconocible no
está a la cabecera de la mesa, sino allí donde se sientan los grandes.
En CasaChina. En
un 2 de Octubre de 2024