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miércoles, 2 de octubre de 2024

JOSÉ GERARDO VARGAS VEGA: otro grande

 

(Pigmalioneando)

172/2024

 

Hay grandes que, para poder ver mejor, cierran los ojos y miran desde dentro.

Eran las siete (no demasiado en punto) de la tarde de ayer, un 1 de octubre otoñal y madrileño, y allí estábamos, “los cabales” −que diría un flamenco de la vieja escuela− con los ojos merodeando entre libros parlantes y trofeos bien calculados, y con el estómago tratando de digerir ese algo impreciso y prodigioso que ya percibí en el lugar, la primera vez que acudí a él en pleno mes de agosto, en busca de “El señor Ohsi”, el último libro de Marisol Esteban, al que había que presentar en Roa, ¡Oh, sí!, para que los conciudadanos de Marisol pudieran regodearse con las aventuras y desventuras de la recién nacida criatura de papel de su paisana.

El otoño de Madrid tiene esas cosas: que, a una, con esa tibieza tan llena de incertidumbres de colores ocres con que se envuelven sus tardes, le entra una cierta flojera a la hora de meterse en el interior de un local, pudiendo estar en la calle. Sobre todo, en una calle como la que da acceso al lugar a donde iba. Hablo de la incomparable Bravo Murillo, con tanto sabor al Madrid que yo conocí cuando…

Lo que pasa es que ese local de la calle Huesca número 7 tiene un algo tan recóndito, como inquietante, que abduce como un émbolo; −los invito a comprobarlo−; algo enigmático que no renuncio a poder definir algún día de estos, y que empuja a entrar a pesar del otoño.

Ya dentro, una expectación impoluta en tonos blancos nos invitó a tomar asiento frente a la mesa de presentadores desde la que una Ángela Reyes, de eterna sonrisa, nos recordaba que Madrid es un enjambre de palabras por atrapar por quienes saben y pueden hacerlo.

Entonces la gran mano de labriego fecundo que es la de Basilio se encaramó al atril y tapo su propio nombre colgante sobre el precipicio de los asistentes mientras dirigía la mirada hacia el verdadero héroe de la tarde: José Gerardo Vargas Vega, quien nos convocaba ayer en la nueva sede de Sial Pigmalión para presentar en sociedad a su nueva criatura: la novela “Lluvia de otro tiempo”. 

Entonces, José Gerardo cerró los ojos y nos miró a todos desde su propia grandeza interior.

Hoy añado un nuevo enlace a mi blog, el de José Gerardo: https://laprosadejosegerarvargasvega.blogspot.com/

Qué bien lo resumió Emilio Porta: José Gerardo tiene esas dos agarraderas imprescindibles a todo escritor: el don y el oficio. Y Basilio nos lo descubrió en carne viva.

No pude por menos que volver a pensarlo: cuando una persona se percibe a sí misma escasa y pequeña, esquiva alabar a cualquiera de los que la rodean por si en la alabanza va implícita la comparación, y en la comparación piensa que sale perdiendo. Por el contrario, se nota cuando una persona comienza a crecer −que no precisamente hablo de su talla, sino de su talle emocional− porque a menudo guardan largos silencios.

A las personas grandes se las reconoce de inmediato porque, cuando salen de sus silencios, no dejan pasar ocasión en la que reconocer públicamente a los demás por cualquier cosa. Por lo que sea o no sea. Porque, en su propia grandeza, han dejado de competir. Pero, sobre todo, porque se les nota que han perdido el miedo a ser superados.

Ayer tarde recordé una vieja frase de alguien a quien no quiero olvidar: La grandeza reconocible no está a la cabecera de la mesa, sino allí donde se sientan los grandes.

 

En CasaChina. En un 2 de Octubre de 2024

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